Una locura por cuanto significa
poner la vida en constante peligro, y una locura por cuanto quien la siente,
siente que se está volviendo loco por ser torero.
Sin duda alguna que la profesión de torero embarga numerosos requisitos no muy comunes… Valor, inteligencia, personalidad, y capacidad estética o arte. Foto: Cortesía |
¿Qué extraña cosa es ser torero?
¿Se ha estudiado a fondo el fondo el fondo de esta insólita profesión? ¿Es
segura la “normalidad” sicológica del hombre que decide ser torero, es decir,
del hombre que decide hacer de su vida un espectáculo, poniéndola en juego cada
tarde, -en una plaza- frente a la media luna de las astas? Por otra parte ¿se
ha estudiado esta profesión desde un punto de vista sociológico?, puesto que el
torero es, en un tanto por ciento muy elevado de veces, un ser influido
notabilísimamente por eso que solemos llamar “nivel de vida”?.
Una mañana cualquiera, un chico
cualquiera, a lo mejor hijo o nieto de torero, a lo mejor ni una cosa ni la
otra, sin ninguna relación anterior con el mundo taurino, decide, en la
recóndita intimidad de su alma, hacerse torero. Pero ¿Se toma la determinación
de ser torero como quien toma la determinación de salir a la calle o de ir al
cine? No, noe eso. Se trata de algo que va germinando lentamente, al principio
casi subconscientemente, hasta que un día necesita aflorar a un primer plano.
Por otra parte, toda vocación implica una determinación para elegir el camino,
y si toda elección es dramática porque consiste, por de pronto en renunciar a
otras posibles maneras de llenar la vida, es decir, de ser hombre, la de ser
torero lo es todavía mucho más, precisamente porque trata de llenar la vida con
una profesión que consiste en poner esa vida cada tarde en una situación
límite.
Se han hecho distinciones
fundamentales entre profesión y vocación. Según ellas, la vocación es algo
ultraconcreto, como la persona vocada. En cambio, la profesión es una realidad
que pertenece a la vida colectiva y que está, por consiguiente, genéricamente
estereotipada. Las profesiones se pueden ejercer con vocación, pero también sin
ella. La auténtica vocación, en cambio, no coincide casi nunca con la profesión
preestablecida, es decir, con el repertorio de conductas que ella propone, sino
que exige siempre de dicha profesión una interpretación más original. De ahí
que cada “gran torero” aporte algo nuevo y original a su profesión.
Y es vocación de ser torero es,
por de pronto una locura. Una locura por cuanto significa poner la vida en
constante peligro, y una locura por cuanto quien la siente, siente que se está
volviendo loco por ser torero.
He hablado con hombres que han
sido figuras del toreo, con otros que han sido modestos toreros y con otros que
no han llegado ni siquiera a eso, y todos, todos, todos, a la hora de la
verdad, a esa hora de confidencia sincera y terminante, me han dicho lo mismo:
la vocación de torero es como una llama poderosa que nos prende, nos envuelve,
y no nos deja ya nunca quietos.
También todos, absolutamente
todos, coinciden en lo mismo: si nacieran mil veces, mil veces querían
nuevamente ser toreros.
¿Qué ingredientes se combinan en
esa vocación para hacerla irresistible a los ojos de quien la tiene, e incluso
de muchos que no la tienen? Son varios, unos de tipo idealista y otros de
índole materialista.
Por eso de pronto, estos –aunque,
claro está, no siempre, ni mucho menos, coincidan-:
a) Necesidad de salir de un
estrato social nada agradable;
b) La satisfacción de ser eso que
se llama “un triunfador”;
c) La necesidad de henchir una
vanidad poderosa;
d) El impulso de una rebeldía
interior contra unas estructuras socioeconómicas a todas luces injustas;
e) El deseo de ser un vengador
social y de codearse con quienes le han ignorado antes de ser torero e incluso,
en ocasiones, humillado;
f) El puro, escueto, y limpio
placer de torear;
g) El apetito de ovaciones,
triunfos y popularidad;
h) El brillo del dinero, ganado
“a lo loco” y prontamente;
i) La emoción indescriptible que
lleva implícito el hecho de “o pasarse el toro por la faja”, etcétera.
Por todo eso, algunos dicen que
ser torero triunfador es una alucinante aventura que le convierte a uno de
rebelde con causa a un reaccionario sin ella… / Andrés Amorós
– Diario ABC de Madrid
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