Una faena
primorosa del torero de Arles sin reconocimiento, un trabajo brillante pero
teatral del de Orduña y dos saltillos de excelente condición del hierro de
Adolfo Martín.
BARQUERITO
Fotos: EFE
EN LA CORRIDA de Adolfo
Martín vinieron, por nombre, tres toros de reatas buenas: un «Sevillanito», un «Madroñito» y un «Aviador».
Primero, segundo y quinto de corrida. Este quinto, igual que el toro que cerró
feria y, de paso, desigualaba por arriba
una corrida algo dispar, tenía los cinco años cumplidos. Dispar en hechuras,
aunque en tipo todos los toros -sólo exageradamente alto el sexto-, fue corrida
de variada condición. Mucho mejor la primera mitad, muy brillante, que la
segunda.
La caballería
puso su granito de arenas para marcar el contraste: picaron bastante bien a los
tres primeros, sangraron demasiado e innecesariamente a cuarto y quinto, y los
dos lo pagaron: se sentó el uno al quinto viaje, se echó el otro totalmente
molido antes de llegar ni a pelear. El sexto, tardo en el caballo pero no al
tomar capa de salida –bellas, felinas estiradas-, sangró lo suyo y no poco, y,
en fin, no tuvo las calidades de los demás. Segundo y tercero fueron toros de
buena nota.
Tan
acompasadamente no había embestido por la mano derecha en toda la feria un toro
como lo hizo el tercero. Tan en el estilo de saltillo, que se distingue por la entrega humillada y la constancia
del ritmo. ¡Todos los viajes al mismo
son! Fue toro mutante. Descarado, bizco y paso, un garfio el cuerno
derecho, sedado en dos varas de fortuna –trasera la segunda, perfecta la
primera-, estaba por ver, y pegado al burladero de capotes, cuando Iván Fandiño lo llamó desde el mismo
platillo. Vino el toro atento y presto en ese galope compuesto tan de Saltillo.
Y repitió, tras largos viajes, todas las bazas en que fue traído, llamado o
soltado.
La verdadera
emoción de fondo es muchas veces un manojo de embestidas con el sello de
bravura y nobleza en dosis parejas. El ritmo fue la calidad de ese toro que no
tuvo por la izquierda ni parecido aire. Como si fuera otro toro. Notoria la
manera de teatralizar Fandiño la
faena: brindis al público, pero con seña y guiño especiales al tendido 7, es
decir, un aparte dentro del propio brindis; la apuesta por el toreo a la
distancia y por abajo desde la reunión primera, encaje suficiente, mano
templada; pausas gratuitas entre tanda y tanda –las cuatro primeras- y, con
ellas, cambios de terreno; la elección caprichosa de tiempos sin variar
distancias. De modo que cuando la faena cobraba cuerpo parecía que Fandiño estaba más pendiente de la
gente que del toro o de sí mismo.
Más acoplada
la primera tanda que la segunda, y la segunda que la tercera. Y un error
capital: atender a la petición que a voces le hicieron de que se echara la
muleta a la izquierda. Protestó el toro, no hubo manera. Y entonces faena
recomenzada sobre el canon primero, pero sin el gancho ni la cadencia. ¿Faena a menos? Eso es una faena de más
a menos. No pasó con la espada el fielato Fandiño.
El fielato era el garfio jamonero del toro, su pala y punta derechas. Cuatro
pinchazos, un metisaca, dos avisos. Pero lo sacaron a saludar al tercio.
Juan Bautista toreó
exquisitamente al segundo de la tarde. De capa: puro y despacio en el saludo a
la verónica, airoso en el quite por
las afueras o galleado con que llevó el toro al caballo; sutil e inteligente en
un quite por mandiles, media y revolera con que replicó otro previo de Fandiño a la verónica. No es nuevo el talento del Juan Bautista capeador, pero en ese público tan de arrastre de los
sábados de San Isidro produjo conmoción. Antes del brindis, se sintió el runrún
de acontecimiento tan de Madrid. Juan
Bautista toreó bien de verdad: tan despacio como pedía la embestida al
ralentí del toro. Sin el ritmo supino del tercero, este segundo tuvo su son y
su música, pero esas dos cosas más que motor. Apurar hasta el final las
embestidas, que se iban apagando; calibrar la medida de los viajes y aguantar
dos o tres paraditas a mitad de suerte; ajustar la faena en un solo terreno;
acoplarse por las dos manos; improvisar de frente y sin ayuda; cinco muletazos
de postre que dejaron cuadrado al toro; media estocada sin puntilla. Pues todo
eso se valoró con una racanería inexplicable. Hubo gritos del repertorio
reventón de las Ventas. “se va sin
torear” y otras pamplinas. Gente cabal hizo a Juan Bautista saludar. ¡Qué
menos!
La
personalidad del toro que rompió plaza fue particularmente fascinante: acucharadito, cárdeno, musculado, un
dije. De los que salen fríos y gatean o se frenan o distraen; fiero en el
caballo, que derribó y saltó a escape sobre el caballo caído; fijo en un
segundo puyazo severísimo; apalancado, incierto, tardo, escarbador, pero no
probón; y, en fin, humillaba como el mejor cuando tomaba engaño. Hubo que
tragar quina y José Luis Moreno
volvió a probar que, tragando lo preciso, es un torero competente. Buen manejo.
Era difícil. No llegó a romper el toro pese al buen trato. Faena de hermosa
tensión. Un pinchazo en la contraria con espantá y una buena estocada.
Muy abierto de
palas, también asaltillado, el cuarto
hizo por saltar, fue codicioso y salió de varas agonizante. Lo mató muy bien Moreno. Media sin puntilla. Juan Bautista volvió a torear de capa
con primor al quinto y, pese a que el toro no se tenía de pie de tan sangrado,
lo templó –ni un tirón- y lo sostuvo con toques y muletazos cadenciosos. Media
estocada. Fandiño salió arreado en
el último, el sexto toro que mataba en San Isidro. Más que nadie. Un tercio de
varas teatralizado, un toro ni propicio ni imposible sino todo lo contrario. Un
pinchazo y una estocada caída. Y se acabó San Isidro.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Adolfo
Martín. Corrida bien presentada, de variadas hechuras. Notables segundo y
tercero; encastado un primero de rara personalidad; sangrados en exceso, se
vinieron abajo cuarto y quinto; no se dio el sexto.
José Luis
Moreno,
de tabaco y oro, silencio tras un aviso y silencio. Juan Bautista, de verde esmeralda y oro, saludos y silencio. Iván Fandiño, de rosa y oro, saludos
tras dos avisos y silencio.
Sábado, 2 de junio de 2012. Madrid. 24ª y última de
la feria de San Isidro. Lleno. Caluroso.
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