Y
una oreja para recompensar su entrega con un vibrante y díscolo sexto toro de
Rincón. Siete pares de todas las marcas. Público bonancible, corrida sólo
discreta.
BARQUERITO
Fotos: EFE
CINCO Y NO SEIS fueron los toros de César Rincón que pasaron
reconocimiento. El sexto, con las carnes justas, lustroso, largo y astifino,
muy bien cortado, fue el de más vida. No fue buena la salida: escarbó, oliscó;
cobró al relance dos varas bien medidas por José Manuel González –picador infalible- pero había querido irse de
suerte dos o tres veces antes de tragar con el caballo; se empleó en el capote
con buen son, y El Fandi lo toreó muy despacio a la verónica, con alegría en un
quite por las afueras y con gracia en un quite por delantales.
Y,
sobre todas las cosas, lo que hizo El Fandi fue cuajar un tercio de banderillas
de su firma: facultades de portento, reuniones de gran precisión y ajuste a pesar
de que la velocidad del toro encareció los riesgos, talento para encontrar el
dónde y el cómo: un primer par cuarteando en los medios, un segundo reunido
tras dos cruces en carrera, un tercero por los adentros aguantando un
escalofriante arreón del toro a querencia y la propina de un cuarto asalto con
el par del violín limpiamente ejecutado. Los juegos de El Fandi en carreras por
delante hicieron las delicias de la inmensa mayoría. Se puso en pie dos veces
la gente durante el tercio. La ovación, al cerrarse, fue de clamor.
El
eco de esa ovación se dilató lo indecible y estuvo luego flotando sobre una
faena de muleta ni liviana ni maciza, ni rutinaria ni imaginativa –aparatoso arranque de rodillas-, pero
vibrante, porque el toro tuvo ese punto de nervio bravo y díscolo que da
relieve a casi todo. Muleta de corto vuelo la de El Fandi; toreo de toques y no
enganches, suelto y caro en los remates cambiados por alto, secante por la mano
diestra, tangente por la otra, de compás y ligazón desiguales. De oficio para
evitar sorpresas. Y con dos guindas: un desplante sorpresa, que fue como la
solución de una tanda, y, por tanto. un recurso y no un alarde, y media
estocada de buena ejecución y extraordinaria puntería. Rodó sin puntilla el
toro. El último de los más de ciento cincuenta en puntas muertos a estoque en
Madrid desde el reciente pero remoto 2 de mayo. El toro se llamaba Bocadito
y se arrastró con una oreja solamente.
Llevaba la otra en la mano El Fandi. Legítimamente.
Los
otros cuatro toros de César Rincón –el hierro de El Torreón- no tuvieron ni las
hechuras ni la personalidad del último. De pinta colorada, tan abundante en la
ganadería, sólo se jugó un quinto de palas blancas, astigordo, bastote y que,
zurrado en el caballo, ya había rodado por el suelo al tercer viaje y se
arrodilló y casi echó al final de faena. Negros los tres primeros. En dos de
ellos se pudo adivinar la intención de saltar la barrera, y los dos se
rebrincaron por sistema. Cuando Rivera Ordóñez trató de ligar por abajo y a
compás una tanda muy en serio, el toro segundo protestó con un cabezazo y de él
salió Francisco volteado, pero ileso, entero y arrancado. Gesto de torero.
Con
ese toro, acapachado, finamente dibujado, Rivera se hizo querer en un sencillo
tercio de banderillas –de aguante notable porque el toro vino a los cuarteos
con muchos pies- y en una faena serena –soberbios los doblones genuflexos de la
apertura-, de buena colocación, toques seguros y desigual ajuste, toda en un
ladrillo, resuelta, no sin su garbo: de frente con la izquierda, un descarado
desplante. Y cinco pinchazos cuando hubo que hacer carne. Al toro colorado lo
tumbó de gran estocada pero soltando el engaño.
El
tercer toro de corrida –fácil pero no cómodo El Fandi con él, espléndido un
tercio de banderillas con dos pares primeros de acento deportivo pero
espectaculares- no quiso apenas en la corta distancia, que fue la que en cambio
quería el torero, y punteó por sistema engaños. En un quite por chicuelinas
mostróentonces lo largo y estudiado de su repertorio El Fandi, que fue, además,
inventivo lidiador y torero atento: cuando el cuarto se vino cruzado y colado
al capote de brega de Carlos Ávila y lo desarmó y casi hiere, apareció El Fandi
providentemente.
El
cuarto fue un badanudo toro burraco de Los Bayones, muy distinto en todo a los
cinco de Rincón. Sangrado a modo en el
caballo, donde peleó doliéndose pero empujando, no fue propicio. El Cordobés
intentó sin éxito plantear una faena de las llamadas de sol. No se decidió a
ganarle el pitón contrario al toro, que fue remolón. La faena del primero,
larguísima valió por dos y El Cordobés se fue confiando más y más de tanda en tanda. Estaba en la
plaza su gente, la que tanto quiere al personaje. Una rareza: su toreo de capa
de manos altísimas y a toda vela, capote desplegadísimo que, sin embargo,
volaba como la tela de los paracaídas.
FICHA DEL FESTEJO
Cinco toros de El Torreón (César Rincón),
de distintas hechuras y condición, y uno -4º- de Los Bayones (Manuel
Hernández), que completaba corrida, muy pegado en varas y apagado. El sexto
de El Torreón tuvo punto bravo. Manejables los tres primeros; sin fuerza el
quinto.
Manuel
Díaz “El Cordobés”, de verde esmeralda y oro, silencio
en los dos. Rivera Ordóñez “Paquirri”,
de azul marino y oro, silencio tras un aviso y silencio. El Fandi, de púrpura y oro, silencio tras un aviso y una oreja
Sábado, 9 de junio de 2012. Madrid. 5ª
de la feria de Arte y Cultura. Más de tres cuartos de plaza. Primaveral, algo
ventoso.
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