sábado, 9 de junio de 2012

SEGUNDA DE ABONO - FERIA DEL ARTE Y CULTURA TAURINA 2012 EN MADRID – CORRIDA DE LA BENEFICENCIA: Talavante, a hombros


Revientan a Manzanares con insolencia, tratan a Morante como genio voluble y se celebra sin reserva una tarde feliz con toros notables del torero extremeño.
BARQUERITO
Fotos: EFE

LA CORRIDA DE la Beneficencia tuvo cuatro tramas. La primera, pero no la mayor, fue una escabechina veterinaria –rechazos, repescas, luz de gas- que se resolvió con la licencia de sólo cuatro toros de los seis previstos de Cuvillo. Dos por delante, muy astifinos los dos; de bastante mejor estilo el primero que el segundo: Y otros dos por detrás, que tuvieron menos trapío y plaza que los dos que abrieron. Alto de agujas, zancudo y sin enmorrillar el quinto, de afilado hocico; aleonado, bajito y cabezón, terciado pero musculado el sexto.

El segundo dio seis kilos menos de peso que el sexto y tuvo, sin embargo, más plaza. El segundo fue protestado con cierto ruido; al sexto, que tuvo de salida un trote saltillero –como los toros de Victorino- y, luego, guasona movilidad, no se le puso reparo alguno. Los cuatro toros de Cuvillo se fueron sueltos y casi a escape de los caballos, pero no sin haber peleado con ellos antes. El segundo, de nervio temperamental, romaneó y, por los pechos, puso al jaco de manos. El quinto acudió pronto; el sexto apretó en la primera vara y protestó en la segunda. Un surtido de conductas.

Los cuatro galoparon en banderillas con llamativa entrega. Y, luego, peleó cada uno de una manera. Completaron corrida dos toros de Victoriano del Río. No fue, por tanto, un saldo el parche, sino todo lo contrario. Sólo que esos dos toros de Victoriano fueron el huevo y la castaña. Muy terciadito el tercero, retinto, cinqueño, de transparente bondad: muy sencillo. Gigantón el cuarto, de alzada fuera de proporción, gordísimo, y de raras hechuras. Pesaba, según tablilla, 631 kilos. No descolgó ni en un solo viaje y a su hora vino a revelarse como de violento fondo.

La segunda trama fue la del reparto de toros. Se abrieron los de Victoriano y los dos más justos de trapío –el cinqueño de Victoriano y el enanito de Cuvillo- se acabaron enlotando juntos. El cuasi mastodonte de Victoriano cayó en manos de Morante. Sólo Manzanares pudo torear dos de Cuvillo. El tercer y el cuarto asuntos no fueron banales. En tarde veraniega, el viento no paró de enredar. Hasta los papelitos de guía se batían en remolinos. El viento descubrió a Morante cuando más asentado estaba con el primero de corrida: hizo sufrir mucho a Manzanares en el primer turno porque el segundo de la tarde fue el más difícil de los seis; volvió a descomponer y descubrir a Morante cuando, en tablas y junto al portón de salida –el de la puerta grande-, trataba de tomarle las medidas al cuarto, que se había quedado sin picar del todo; y no dejó a Manzanares ni elegir terreno ni soltarse a gusto cuando pretendió pararse con el quinto. Sería capricho pero sólo a Talavante respetó dentro de lo que cabe el viento. O le molestó mucho menos. O acertó a encontrar el sitio donde estaba apagado el ventilador.

Y, en fin, el revés de la trama pero su mayor argumento: el ambiente, que tuvo todas las caras posibles. Un ambiente vitriólico con Manzanares, a quien fueron a reventar en toda regla, y hasta orquestadamente, porque mientras faenaba con el quinto en dos andanadas se corearon olés extemporáneos de burla. Hacía mucho que no se humillaba tanto a un torero en Madrid. No las voces sueltas ni los gritos de castigo del repertorio canónico de las Ventas, sino otra cosa todavía más inhóspita. El trato fue brutal, pura injuria. La caza y captura de Manzanares. Manzanares, desventurado en el sorteo, no perdió los nervios, pero no llegó a sujetarlos del todo nunca. Mató por derecho y con verdad. Las dos estocadas taparon a los dragones la boca.

Morante se sintió más o menos muelle en una atmósfera que conoce de sobra: lo trataron como a un artista único, jalearon sus mejores inventos –un precioso quite por chicuelinas, de distinto estilo cada una de ellas, como si fueran variaciones de un mismo cante, una tanda de bello desmayo en redondo- y los que protestaron lo hicieron sin saña. No hicieron sangre con Morante, que estuvo seguro y listo, y dejó su aroma hasta al andar. .

En este río revuelto sacó ganancia Talavante. En papel de consentido, como se dice en la Plaza México de los toreros con licencia. Algún gruñido, alguna reclamación cuando abusó de torear con la muleta excesivamente montada o a suerte descargada. Nada. Pasaron sin apenas rechistar sus toros –un solitario miau para el tercero, vista gorda con el sexto- , se le estuvo esperando siempre y un relativo rugido de plaza sofocó de sobra las voces discrepantes.

Talavante estuvo muy entregado y muy firme. Las dos cosas. Le puso su firma a las improvisaciones y a los alardes: las arrucinas de solución o intercaladas, el toreo cambiado de cambio de mano tan del repertorio mexicano, interpretado por cierto con desigual fortuna, las reuniones de espasmódico acento en que parecieron encontrarse toro y torero de casualidad. Y también la firma a pausas larguísimas en una faena, la del sexto, que se vivió con un silencio tan elocuente como la gresca de fondo que persiguió a Manzanares como su sombra. Ni la faena del notable toro de Victoriano ni la del encastado sexto de Cuvillo –toro de brava recámara- fueron redondas ni rotundas, pero tuvieron eso que se llama verdad. Espontaneidad, imaginación y recursos: el tapar, tocar y soltar toro, los molinetes acribillados, la listeza para domar el punto celoso del sexto. Hasta su clamorosa inhibición para tomar el verduguillo y descabellar al tercero se aceptó como ingenio y no como renuncia. Y, en fin, la espada empujada con el corazón, que es parte de la verdad. Una oreja y otra. La puerta grande.

POSTDATA PARA LOS ÍNTIMOS.- Ese torero heterodoxo que, después de mucho buscar, ha acabado por parecerse a sí mismo. Una plaza, una gallera. La inteligencia de Morante. Esos siete capotazos de salida y recibo en la boca del burladero -lances de templar- han sido un prodigio. Y torear en un metro cuadrado. Y matar sin que el toro se diera ni cuenta. Manzanares en el foso de los leones y rodeado de mastines de presa.

FICHA DEL FESTEJO
Cuatro toros de Núñez del Cuvillo y dos -3º y 4º- de Victoriano del Río, que completaban la corrida. El tercero de Victoriano y el sexto de Cuvillo, terciados, dieron juego. En bondadoso el uno, encastado el otro. Bondadoso el primero, que se jugó con mucho viento. Se violentó el cuarto; punteó engaños el segundo; se vino abajo el quinto.
Morante de la Puebla, de verde parra y oro, silencio y pitos. José María Manzanares, de azul prusia y oro, silencio en los dos. Alejandro Talavante, de carmín y oro, oreja y oreja. Salió a hombros.
Miércoles, 6 de junio de 2012. Madrid. Corrida de la Beneficencia. Lleno. Caluroso, ventoso. La infanta Elena, en representación de la Familia Real, en el Palco Regio, recibió brindis de los tres matadores. Gran ovación para la infanta a su entrada y para la Marcha Real.

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