sábado, 9 de junio de 2012

CUARTA DE ABONO - FERIA DEL ARTE Y CULTURA TAURINA 2012 EN MADRID: Alberto Aguilar, casi la puerta grande


Sin remate con la espada, faena emocionantísima del torero de Fuencarral con un encastado toro de Victorino. Premio para otra de gracia con un noble primero de lote.
 
BARQUERITO
Fotos: EFE

EL MÁS NOBLE de los seis toros de Victorino fue el tercero. El de embestida más asaltillada: el hocico por la arena, el viaje entregado y compuesto. Si no iba metido del todo en engaño o traído por delante, alguna reserva para repetir. Su punto de listeza, que fue, en este caso, índice de bravura. El toro se empleó a modo en la primera vara –larga y dura- y salió más que castigado de la segunda. Dos intentos de escarbar fueron borroncitos.

El de más emoción de los seis fue el sexto, un Botero muy astifino y ofensivo, ligeramente acodado pero cornidelantero. Parte de la emoción fue su severa artillería, pero más que las armas contó la manera de embestir, no en ráfaga pero casi. Con electricidad. Muchos matices tuvo ese toro y no sencillos: entrega, prontitud, casta. Le escoció muchísimo el tercer par de banderillas y se dolió suelto a cabezazos; había tomado la segunda vara echando la cara arriba y buscando al piquero con el morro. Y, sin embargo, se dio en la muleta sin reservas ni segundas intenciones. Con cierta fiereza, porque también la hubo.

Esos dos victorinos fueros los del lote de Alberto Aguilar y con los dos se entendió más que bien el torero de Fuencarral. Su tarde más feliz en las Ventas. Casi redonda. No sólo porque estuvo a punto de salir a hombros –la foto, el expediente, la historia, la gloria, la fama- sino porque la faena del sexto de corrida fue de un arrojo y un valor soberbios y, además, dechado de toreo de temple y cabeza.

Entre las rayas, en paralelo a tablas, ahí fue, en un solo terreno, esa faena que, visto el toro, rompió en seguida. Intensa, porque cada embestida llevaba al principio dinamita y la apuesta del torero, más firme que nunca, fue de verdad. De jugárselo todo en esa baza. Hubo que tragar quina, resistir, tocar a tiempo, correr la mano limpiamente, ligar sin perder un milímetro, vaciar cuando el toro pesaba. Estarse, respirar y dar al toro aire cuando más pesaba. Tandas cortas, y tal vez eso fuera clave, pero bien anudadas; las pausas justas, los recursos en dosis bien medidas, sencillez y, sobre todas las cosas, dos tandas últimas con  la izquierda de particular riqueza e insuperable encaje. La respuesta del toro fue casi cómplice: acabó embistiendo despacito.
El único error de Alberto fue el de precipitarse en el ataque con la espada –media estocada apurada y muy trasera- y, luego, el de no ir por el descabello antes de que pudiera taparse el toro. Al segundo intento con el verduguillo rodó el toro. Pero ese tiempo muerto enfrió la recompensa. La hubo –una oreja muy de mérito- para la faena del tercer toro, que fue más sencilla y también más habilidosa. No sin emoción, porque el toro se quedó debajo por la mano izquierda hasta en dos bazas. Porque el arranque –de largo el toro- fue un fogonazo y porque en las soluciones de tandas a veces ligeras aparecieron los donaires y la gracia de los molinetes de recurso ligados con el de pecho, la trincherilla, el desplante. Juntas todas las cosas, incluso algún desaire menor, se hizo un todo con cuerpo y torería. En corto, una estocada excelente. Y, luego, esa manera de llegar a la gente que es tan privativa de Alberto Aguilar. Cae bien, conmueve, llena plaza.

La corrida de Victorino fue, digamos, de tres y tres. Tres de buen juego –los dos de Alberto y, sabiéndolo hacer, el primero de Ferrera- y tres deslucidos y complicados: los dos de Urdiales, con genio uno, venido del todo abajo el otro, y un cuarto de fea traza que solo tuvo desganadas medias embestidas. Ferrera estuvo muy brillante como lidiador, segurísimo y arriesgado en banderillas, con gran autoridad y templado con el primero de la tarde, al que consintió lo preciso en una de esas faenas de paciencia que tanto demandan los victorinos sin ritmo fijo, y muy desafortunado con la espada. El cuarto, cornipaso y cornalón, no dejaba pasar. Urdiales hizo cosas de torero bueno –preciosos los dos comienzos de faena con doblones o toreo por delante- y luego se estrelló con los elementos: un gazapón y revoltoso primero que no dejó de mirarlo ni metió la cara, y un quinto que había barbeado de salida tablas, protestó al estirarse y duró en la muleta diez viajes, ni uno más.

FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Victorino Martín, de hechuras y condición diversos. Primero, tercero y sexto dieron mucho juego. Ovacionados los tres. Con genio el segundo; solo en medias embestidas un cuarto cornalón y fuera de tipo; se vino abajo un quinto mansón.
Antonio Ferrera, de blanco y oro, ovación tras un aviso en los dos. Diego Urdiales, de gris plomo y oro, silencio tras aviso en los dos. Alberto Aguilar, de perla y oro, una oreja y vuelta.
Viernes, 8 de junio de 2012. Madrid. 4ª de la feria de Arte y Cultura. Primaveral, algo de viento. Tres cuartos de plaza.

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