Sin
remate con la espada, faena emocionantísima del torero de Fuencarral con un
encastado toro de Victorino. Premio para otra de gracia con un noble primero de
lote.
BARQUERITO
Fotos: EFE
EL MÁS NOBLE de los seis toros de Victorino fue el
tercero. El de embestida más asaltillada: el hocico por la arena, el viaje entregado
y compuesto. Si no iba metido del todo en engaño o traído por delante, alguna
reserva para repetir. Su punto de listeza, que fue, en este caso, índice de
bravura. El toro se empleó a modo en la primera vara –larga y dura- y salió más
que castigado de la segunda. Dos intentos de escarbar fueron borroncitos.
El
de más emoción de los seis fue el sexto, un Botero muy astifino y ofensivo,
ligeramente acodado pero cornidelantero. Parte de la emoción fue su severa
artillería, pero más que las armas contó la manera de embestir, no en ráfaga
pero casi. Con electricidad. Muchos matices tuvo ese toro y no sencillos:
entrega, prontitud, casta. Le escoció muchísimo el tercer par de banderillas y
se dolió suelto a cabezazos; había tomado la segunda vara echando la cara
arriba y buscando al piquero con el morro. Y, sin embargo, se dio en la muleta
sin reservas ni segundas intenciones. Con cierta fiereza, porque también la
hubo.
Esos
dos victorinos fueros los del lote de Alberto Aguilar y con los dos se entendió
más que bien el torero de Fuencarral. Su tarde más feliz en las Ventas. Casi
redonda. No sólo porque estuvo a punto de salir a hombros –la foto, el
expediente, la historia, la gloria, la fama- sino porque la faena del sexto de
corrida fue de un arrojo y un valor soberbios y, además, dechado de toreo de
temple y cabeza.
Entre
las rayas, en paralelo a tablas, ahí fue, en un solo terreno, esa faena que,
visto el toro, rompió en seguida. Intensa, porque cada embestida llevaba al
principio dinamita y la apuesta del torero, más firme que nunca, fue de verdad.
De jugárselo todo en esa baza. Hubo que tragar quina, resistir, tocar a tiempo,
correr la mano limpiamente, ligar sin perder un milímetro, vaciar cuando el
toro pesaba. Estarse, respirar y dar al toro aire cuando más pesaba. Tandas
cortas, y tal vez eso fuera clave, pero bien anudadas; las pausas justas, los
recursos en dosis bien medidas, sencillez y, sobre todas las cosas, dos tandas
últimas con la izquierda de particular
riqueza e insuperable encaje. La respuesta del toro fue casi cómplice: acabó
embistiendo despacito.
El
único error de Alberto fue el de precipitarse en el ataque con la espada –media
estocada apurada y muy trasera- y, luego, el de no ir por el descabello antes
de que pudiera taparse el toro. Al segundo intento con el verduguillo rodó el
toro. Pero ese tiempo muerto enfrió la recompensa. La hubo –una oreja muy de
mérito- para la faena del tercer toro, que fue más sencilla y también más
habilidosa. No sin emoción, porque el toro se quedó debajo por la mano
izquierda hasta en dos bazas. Porque el arranque –de largo el toro- fue un
fogonazo y porque en las soluciones de tandas a veces ligeras aparecieron los
donaires y la gracia de los molinetes de recurso ligados con el de pecho, la
trincherilla, el desplante. Juntas todas las cosas, incluso algún desaire
menor, se hizo un todo con cuerpo y torería. En corto, una estocada excelente.
Y, luego, esa manera de llegar a la gente que es tan privativa de Alberto
Aguilar. Cae bien, conmueve, llena plaza.
La
corrida de Victorino fue, digamos, de tres y tres. Tres de buen juego –los dos
de Alberto y, sabiéndolo hacer, el primero de Ferrera- y tres deslucidos y
complicados: los dos de Urdiales, con genio uno, venido del todo abajo el otro,
y un cuarto de fea traza que solo tuvo desganadas medias embestidas. Ferrera
estuvo muy brillante como lidiador, segurísimo y arriesgado en banderillas, con
gran autoridad y templado con el primero de la tarde, al que consintió lo
preciso en una de esas faenas de paciencia que tanto demandan los victorinos
sin ritmo fijo, y muy desafortunado con la espada. El cuarto, cornipaso y
cornalón, no dejaba pasar. Urdiales hizo cosas de torero bueno –preciosos los
dos comienzos de faena con doblones o toreo por delante- y luego se estrelló
con los elementos: un gazapón y revoltoso primero que no dejó de mirarlo ni
metió la cara, y un quinto que había barbeado de salida tablas, protestó al
estirarse y duró en la muleta diez viajes, ni uno más.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Victorino Martín, de hechuras y condición diversos. Primero,
tercero y sexto dieron mucho juego. Ovacionados los tres. Con genio el segundo;
solo en medias embestidas un cuarto cornalón y fuera de tipo; se vino abajo un
quinto mansón.
Antonio
Ferrera, de blanco y oro, ovación tras un
aviso en los dos. Diego Urdiales, de
gris plomo y oro, silencio tras aviso en los dos. Alberto Aguilar, de perla y oro, una oreja y vuelta.
Viernes, 8 de junio de 2012. Madrid.
4ª de la feria de Arte y Cultura. Primaveral, algo de viento. Tres cuartos de
plaza.
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