Disparejos, de poco trapío, sin fiereza, flojos, pero la mitad embestidores, dos de ellos, primero y cuarto, dóciles en grado sumo. *** Los Ernesto Gutiérrez, ganadería insignia de la plaza, con sus pro y sus contras pusieron la corrida en el filo de la navaja.
JORGE ARTURO DÍAZ REYES
MANIZALES (Colombia).- El Cid, abrió con un pastueño, cornicorto de 440 kilos, y además blando, y este torero, forjado en el yunque de las corridas pavorosas y las plazas despiadadas, libre de cualquier necesidad diferente a la pura creación estética, se explayó en ella. Como de salón, como si lo hiciera con un mantel en la sala de su casa, oyendo a Camarón. Se inspiró por verónicas y medias y chicuelinas y largas de tal colorido y ritmo que a nadie importó ya si había o no había toro al frente.
Tres muletazos por alto, una trinchera y el toro cayó. De allí en adelante la mano izquierda, esa famosa izquierda suya, milagrosa, le tuvo en pie y con él redactó un poema al toreo natural de cadencia y lentitud casi chocantes. Tantas veces ha estado igual con el toro-toro, que sería infame pensar que le animaba la ventaja. No, exquisito, delicado y preciso puso al animal, al público y a la plaza toda en órbita. Cuando añadiendo un toque de irrealidad caía la neblina, pinchó sin soltar, en sitio, y después, hasta la bola, y la oreja rigurosa irritó a los esteticistas.
La obra del cuarto, no fue menos, pero tampoco más. No era posible. Toro, torero y toreo se repitieron, en mucho, como si se tratase de un bis a petición del público. Y este feliz. Tal vez la diferencia estuvo en la carencia total de bravura y el mayor esfuerzo para hacerlo pasar. Hasta un cabezazo en la ancas tuvo que darle Manuel para que volviera. Muerte igual, premio igual.
Sebastián Castella, carismático como es, entró con la gente a favor, era evidente, y el quiso complacer, pero sus toros, dos mansos requetés, no se lo permitieron. Porfió y porfió hasta el cansancio propio y ajeno para dejar sentado que la culpa no era suya, y la parcialidad, obviando los pinchazos se lo agradeció de tal forma que le hicieron saludar en los dos turnos, y hasta petición y retraso deliberado del tiro de arrastre hubo. Tal era la simpatía.
A Luis Bolívar le echaron el más manso, el tercero. La brega fue inútil y la muerte lenta con aviso. De tal manera que ya de noche, arrastrado el quinto, se podía decir que la historia de la tarde era El Cid y todo lo demás había sobrado. Pero las cosas no acaban sino cuando acaban y del toril saltó al barrial el toro más alto y pesado, 514 kilos, y del burladero el torero más encorajinado, el caleño.
Lo que siguió fue triunfar a cualquier costo. Lanceó de tablas a medios y el animal mete la cara con más brío que todos levantando un entusiasmo diferente. Buena vara de Viloria (la única) que se va ovacionado.
“Chuyita” no persigue banderilleros y Bolívar, muleta en mano se le va arriba y lo cose a derechazos hasta los medios, donde le liga la faena rematando tandas con faroles, forzados y ayudados. Hay cierto apremio pero también emoción en el coro nacionalista. Contrasta esta lucha de pundonor con las exquisiteces del Cid, pero no desmerece. Tanto, que tras el estocadón las dos orejas no tardaron, aunque alguna protesta se hizo escuchar.
Con arte y arrojo, elementos del toreo, se completó la historia de la tarde, por desgracias faltaron otros, trapío y bravura para que hubiese sido épica.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza Monumental. 4ª de feria. Lluvia 15ºC . Tres cuartos de entrada. Seis toros de Ernesto Gutiérrez, diversos de romana y volumen, discretos de cara, blandos y bajos de raza, francamente mansos 2º, 3º y 5º. Al 6º “Chuyita”, Nº 135, negro de 51º 514 kilos, se dio vuelta al ruedo.
El Cid, oreja y oreja.
Sebastián Castella, saludo y saludo.
Luis Bolívar, silencio tras aviso y dos orejas.
Incidencias: La corrida comenzó 30 minutos tarde por la lluvia que no cesó. Saludaron El Piña y Alcalareño tras parer al 4º, y Emerson Pineda tras parear al 5º. Al terminar la corrida salieron a hombros El Cid y Luis Bolívar.
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