Una
corrida de Partido de Resina de espectacular estampa y conducta variada. *** Sánchez
Vara firma con un notable quinto bellos momentos. *** Interesa el novel Miguel
de Pablo.
Ignacio Álvarez Vara
BARQUERITO
Fotos: Plaza 1 - Andrew Moore
Fotos: Plaza 1 - Andrew Moore
FUE UNA
CORRIDA DE MUSEO. No solo por los ciento treinta años de historia y leyenda
de la ganadería de Pablo Romero, que, incluso antes de su primera venta en
1986, ya había devenido en encaste singular, sino por una razón de puro
presente: la belleza sin parangón de los seis toros del envío.
La belleza de lámina por todo particular y, con
ella, un trapío de escabroso molde. Un segundo descaradísimo –dos ganzúas-, un
quinto cornipaso -“terrorífico”, decían los revisteros antiguos- y un sexto
veleto que cortaba el hipo. Esos tres toros de aliento se abrieron por sentido
común en lotes separados. De los tres que completaron lote, fue espectacular el
primero, remangado, de pose y expresión fieras. No tan descarado como los tres
descollantes pero tan serio como el que más. Tercero y cuarto fueron toros de
armónicas hechuras.
Hacía mucho tiempo que en Madrid no se aplaudía de
salida tanto ni a tantos toros. Una tarde abrasadora, la más calurosa del año,
dejó despoblados los tendidos de inclemente sol, pero en el número 7 aguantó un
centenar de valientes sin pestañear. Al entrar en jurisdicción los toros de más
provocativa estampa, se hizo hueco una ovación de reconocimiento. De manera que
cada vez que asomaba un toro por chiqueros parecía que se alzaba el telón y
salía el protagonista.
La corrida no pudo jugarse entera. El tremendo
segundo, solo 530 kilos, el más menudo de todos, salió con gran viveza pero
arrastrando una pata, claudicó al tomar una primera y única vara y fue
devuelto. Del mismo nombre del devuelto, hubo otro, un Ventolero II quinto de
sorteo, que se empleó en varas, sacó el caballo hasta casi los medios y, noble
y pronto, dio juego en la muleta. Sánchez Vara lo entendió muy bien –sin pretender
forzarlo en las repeticiones, acoplado a su aire, templado y ajustado con la
mano izquierda- y, como se dejó ver tan bien el toro, quedó la incógnita de
cómo habría podido llegar a resolverse su homónimo, quién sabe si hijos de un
mismo semental. Por cuajo fueron toros diferentes, pero dentro de la pauta
precisa del pablorromero clásico: las pintas cárdenas claras, las manos cortas,
las agujas bajas, las culatas redondas, las caras nevadas.
El tipo no es ni ha sido único y la selección de
los últimos veinte años, desde el cambio de propiedad, se ha traducido en una
sensible mejora de aprestos del toro. Ya no se caen los pablorromeros. Ni
amagan con hacerlo. Sino todo lo contrario. De la nobleza, que era patrimonio
antiguo, y notoria en tres de los toros de este último episodio –tercero,
quinto y sexto-, vinieron a ser contrapunto el agitado aire díscolo del
primero, que tuvo la personalidad del toro encampanado pero la listeza del que
se pone por delante, y la manera de apoyarse en las manos y ponerse por delante
del cuarto, sacrificado en el caballo y el de menos interés de la corrida. Sin
contar el sobrero de San Martín, que había sido enchiquerado unas cuantas veces
en San Isidro y solo tuvo de positivo su entrega en el caballo de pica, que no
es poco.
La sorpresa de la fiesta fue ver al último matador
de alternativa de Colmenar Viejo, Miguel de Pablo, desenvolverse en el toro
difícil, el de la confirmación, con tan sereno arrojo y resolver crecido y sin
aflicción, y con sentido del temple y del toreo con el imponente sexto. Sánchez
Vara, todo el oficio del mundo y más, pecó de agarrarse a engaño y por
despegado con el noble tercero, que repitió con estilo raro en su encaste, pero
se sacó la espina con su brillante entrega con el quinto. A ese toro lo hirió
de excelente estocada y, una de las rarezas de la tarde, lo descabelló en el
mismo platillo, pero solo al tercer intento. Marc Serrano se defendió del
cabeceo del sobrero de San Martín perdiéndole pasos y, ganándolos, y calmoso,
trató de provocar al cuarto pablorromero, que se paró sin previo aviso.
FICHA DEL FESTEJO
Domingo, 30 de junio de 2019. Madrid. 46º
festejo de emporada. Muy caluroso. 7.065 almas. Dos horas y media de función.
Un minuto de silencio en señal de duelo por la muerte, en la madrugada, del
gran picador Anderson Murillo,
colombiano de cuna, afincado en España hace muchos años.
Cinco toros de Partido de Resina y un sobrero -2º bis- de San Martín (Alberto Manuel).
Marc
Serrano, silencio tras aviso en
los dos. Sánchez Vara, vuelta al
ruedo y saludos. Miguel de Pablo,
que confirmó la alternativa, silencio y saludos.
Brega capaz y resuelta de Sergio Aguilar, Rafael González y José
Antonio Carretero.
Postdata
para los íntimos.- Daban calor hasta los trajes de luces. El miedo
llena el cuerpo de frío. Ni miedo ni calor, ni calor ni frío. Treinta y tantos
grados a la sombra. Como en Écija en mayo. Gracias al calor, el olivo, que se
adapta al tiempo que haga, sea invierno o no. Ha roto el verano matando
golondrinas y quemando los riscos del alto Ebro bajo. Un incendiario ha puesto
cerco a Cadalso de los Vidrios y Cenicientos, tierra taurina. Y a Pedro Bernardo
y Gavilanes, en el valle del Tiétar tan temido. Y un fuego prendido por otro
incendiario anónimo en las cercanías de Villa del Prado -la mejor huerta de la
provincia de Madrid- ha empezado a amenazar las lindes de Almorox, donde una
tarde de agosto de 1929, decidió Domingo Ortega que su destino era el toreo.
Fue Ortega quien dijo que el miedo espanta el calor y lo reduce a frío. La
sangre fría en agosto. Un viento sur de calima mecía las banderas de las
Ventas. Tórrido.
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