domingo, 30 de junio de 2019

TEMPORADA EN LAS VENTAS - Tres nobles y tremendos pablorromeros

Una corrida de Partido de Resina de espectacular estampa y conducta variada. *** Sánchez Vara firma con un notable quinto bellos momentos. *** Interesa el novel Miguel de Pablo.
Ignacio Álvarez Vara
BARQUERITO
Fotos: Plaza 1 - Andrew Moore

FUE UNA CORRIDA DE MUSEO. No solo por los ciento treinta años de historia y leyenda de la ganadería de Pablo Romero, que, incluso antes de su primera venta en 1986, ya había devenido en encaste singular, sino por una razón de puro presente: la belleza sin parangón de los seis toros del envío.

La belleza de lámina por todo particular y, con ella, un trapío de escabroso molde. Un segundo descaradísimo –dos ganzúas-, un quinto cornipaso -“terrorífico”, decían los revisteros antiguos- y un sexto veleto que cortaba el hipo. Esos tres toros de aliento se abrieron por sentido común en lotes separados. De los tres que completaron lote, fue espectacular el primero, remangado, de pose y expresión fieras. No tan descarado como los tres descollantes pero tan serio como el que más. Tercero y cuarto fueron toros de armónicas hechuras.

Hacía mucho tiempo que en Madrid no se aplaudía de salida tanto ni a tantos toros. Una tarde abrasadora, la más calurosa del año, dejó despoblados los tendidos de inclemente sol, pero en el número 7 aguantó un centenar de valientes sin pestañear. Al entrar en jurisdicción los toros de más provocativa estampa, se hizo hueco una ovación de reconocimiento. De manera que cada vez que asomaba un toro por chiqueros parecía que se alzaba el telón y salía el protagonista.

La corrida no pudo jugarse entera. El tremendo segundo, solo 530 kilos, el más menudo de todos, salió con gran viveza pero arrastrando una pata, claudicó al tomar una primera y única vara y fue devuelto. Del mismo nombre del devuelto, hubo otro, un Ventolero II quinto de sorteo, que se empleó en varas, sacó el caballo hasta casi los medios y, noble y pronto, dio juego en la muleta. Sánchez Vara lo entendió muy bien –sin pretender forzarlo en las repeticiones, acoplado a su aire, templado y ajustado con la mano izquierda- y, como se dejó ver tan bien el toro, quedó la incógnita de cómo habría podido llegar a resolverse su homónimo, quién sabe si hijos de un mismo semental. Por cuajo fueron toros diferentes, pero dentro de la pauta precisa del pablorromero clásico: las pintas cárdenas claras, las manos cortas, las agujas bajas, las culatas redondas, las caras nevadas.

El tipo no es ni ha sido único y la selección de los últimos veinte años, desde el cambio de propiedad, se ha traducido en una sensible mejora de aprestos del toro. Ya no se caen los pablorromeros. Ni amagan con hacerlo. Sino todo lo contrario. De la nobleza, que era patrimonio antiguo, y notoria en tres de los toros de este último episodio –tercero, quinto y sexto-, vinieron a ser contrapunto el agitado aire díscolo del primero, que tuvo la personalidad del toro encampanado pero la listeza del que se pone por delante, y la manera de apoyarse en las manos y ponerse por delante del cuarto, sacrificado en el caballo y el de menos interés de la corrida. Sin contar el sobrero de San Martín, que había sido enchiquerado unas cuantas veces en San Isidro y solo tuvo de positivo su entrega en el caballo de pica, que no es poco.

La sorpresa de la fiesta fue ver al último matador de alternativa de Colmenar Viejo, Miguel de Pablo, desenvolverse en el toro difícil, el de la confirmación, con tan sereno arrojo y resolver crecido y sin aflicción, y con sentido del temple y del toreo con el imponente sexto. Sánchez Vara, todo el oficio del mundo y más, pecó de agarrarse a engaño y por despegado con el noble tercero, que repitió con estilo raro en su encaste, pero se sacó la espina con su brillante entrega con el quinto. A ese toro lo hirió de excelente estocada y, una de las rarezas de la tarde, lo descabelló en el mismo platillo, pero solo al tercer intento. Marc Serrano se defendió del cabeceo del sobrero de San Martín perdiéndole pasos y, ganándolos, y calmoso, trató de provocar al cuarto pablorromero, que se paró sin previo aviso.

FICHA DEL FESTEJO
Domingo, 30 de junio de 2019. Madrid. 46º festejo de emporada. Muy caluroso. 7.065 almas. Dos horas y media de función. Un minuto de silencio en señal de duelo por la muerte, en la madrugada, del gran picador Anderson Murillo, colombiano de cuna, afincado en España hace muchos años.
Cinco toros de Partido de Resina y un sobrero -2º bis- de San Martín (Alberto Manuel).
Marc Serrano, silencio tras aviso en los dos. Sánchez Vara, vuelta al ruedo y saludos. Miguel de Pablo, que confirmó la alternativa, silencio y saludos.
Brega capaz y resuelta de Sergio Aguilar, Rafael González y José Antonio Carretero.

Postdata para los íntimos.- Daban calor hasta los trajes de luces. El miedo llena el cuerpo de frío. Ni miedo ni calor, ni calor ni frío. Treinta y tantos grados a la sombra. Como en Écija en mayo. Gracias al calor, el olivo, que se adapta al tiempo que haga, sea invierno o no. Ha roto el verano matando golondrinas y quemando los riscos del alto Ebro bajo. Un incendiario ha puesto cerco a Cadalso de los Vidrios y Cenicientos, tierra taurina. Y a Pedro Bernardo y Gavilanes, en el valle del Tiétar tan temido. Y un fuego prendido por otro incendiario anónimo en las cercanías de Villa del Prado -la mejor huerta de la provincia de Madrid- ha empezado a amenazar las lindes de Almorox, donde una tarde de agosto de 1929, decidió Domingo Ortega que su destino era el toreo. Fue Ortega quien dijo que el miedo espanta el calor y lo reduce a frío. La sangre fría en agosto. Un viento sur de calima mecía las banderas de las Ventas. Tórrido.
Como es costumbre en los tendidos de la Plaza Monumental Las Ventas, Don Juan Lamarca presente, para ver los bellos toros de los antiguos “pabloromeros” en esta ocasión al lado del joven matador de toros taribense Jesús Enrique Colombo.

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