Sin
remate con la espada, una faena muy notable con el mejor toro de una corrida de
Dolores Aguirre fiel a la ley de la ganadería: personalidad, seriedad, instinto
fiero.
BARQUERITO
LA LIDIA EN EL tercio de varas del toro de Dolores
Aguirre que partió plaza fue larga, laboriosa y meritoria. Más de diez minutos
para fijar y picar el toro, que, frío, frenado, suelto y distraído, fue, dentro
del aire torista de la corrida, el que más marcado dejó ese acento. Los dos
toros de más serio remate y mejores hechuras fueron primero y sexto. Los dos
llevaban el mismo nombre: Pitillito. Cuatreño el uno; cinqueño el otro.
Las carreras del cuatreño, que había hecho amago
de volverse nada más asomar, no terminaron de definir su querencia hasta
después de banderillas. Por haberse recostado contra el caballo de pica en un
largo puyazo primero; por haberse apalancado antes de ir al caballo, pero no
sin haber tomado antes descolgado, arreando
y por los vuelos el capote de Alberto Lamelas en emocionantes lances de
lidia; por haber reculado también.
Bravucón y cobardón, las dos cosas, fue toro
protagonista por raro. No se había visto en todo San Isidro ninguno parecido.
Ninguno que viniera a morir aculado en tablas de chiqueros defendiendo terreno
hasta la hora misma de doblar. En un exceso de voluntad, Lamelas trató de
pegarle pases en esa querencia tan defensiva. Una estocada delantera y
perpendicular. La escupió el toro. Genio y figura.
Luego, cambio el signo de la corrida. Dieron juego
segundo y tercero; se empleó correoso, codicioso y pegajoso el cuarto; el
quinto, el más noble de los seis, tuvo las fuerzas justas y se paró. El sexto,
de soberbias hechuras, remangado y astifino, trapío armónico, desarrolló
sentido en cuanto enganchó engaño. Sobre la variedad de fondo primaron el
escaparate y el cuajo que de una corrida de Dolores Aguirre se espera siempre y
nunca defrauda.
Un bonito arranque de faena de Cristian Escribano
con el segundo –templado con la zurda- no tuvo continuidad; la pelea valerosa
de Lamelas con el revoltoso cuarto no tuvo eco; tampoco lo tuvieron los afanes
de Escribano con el bondadoso quinto.
La faena de Noé Gómez del Pilar al tercero
–espléndido mulato chorreado en morcillo, de remate diferente- sí trascendió.
La apertura, de rodillas y de largo en el platillo –seis muletazos templados y
ligados, y el de pecho ya en pie-, fue el momento de la tarde. Lo que siguió
luego – hasta cinco tandas traídas por delante y por una y otra mano, hermosos
remates de serie cosiendo la trinchera, el de la firma y el de pecho o los
cambios de mano- tuvo entrega, sentido del toreo, finura, seguridad y poder.
Una estocada en los bajos con vómito precedida de un pinchazo sin fe dejó sin recompensa
no solo la faena, brindada a la ganadera –María Isabel Lipperheide Aguirre-,
sino la lidia toda, un quite a cuerpo gentil en banderillas y el gesto primero:
una larga de rodillas a porta gayola librada serena y limpiamente.
Al sexto se fue el torero de Añover de Tajo a
esperarlo de nuevo a porta gayola de rodillas y a torearlo a la salida del
lance con arrojo templado. El remate del saludo, con larga a pies juntos y el
toro a favor de querencia, no fue un mero episodio. El intento de Gómez del Pilar
por lucir en varas el toro no prospero. Tampoco una faena de exposición y
riesgo pero sin entrega del toro, que rompió en son muy agresivo.
FICHA DEL FESTEJO
Domingo, 23 de junio de 2019. Madrid. 45º de
temporada. Fuera de abono. Veraniego, calima, bochorno. 7.242 almas. Dos horas
y veinte minutos de función.
Seis toros de Dolores Aguirre.
Alberto
Lamelas, aplausos y silencio. Cristian Escribano, saludos y silencio
tras un aviso. Gómez del Pilar,
saludos tras aviso y silencio tras aviso.
Antonio
Prieto picó bien al primero. Dos
pares excelentes de Raúl Cervantes.
Un gran quite de Ignacio Martin
cuando Marco Galán salía perseguido
en banderillas. Dos puntillazos certeros de Juan Tomás Felipe.
Postdata
para los íntimos.- Desde que las llamadas grandes superficies
arruinaron el llamado comercio de proximidad en las ciudades grandes, todos
somos potenciales robots. O sea, sordos: no somos capaces de reconocer todas
las voces. El sentido de la escucha, que es la magia del oído, se empobrece día
a día. Y por eso, sostiene Pereira, han ido desapareciendo los voceadores, que
en los toros eran unos cuantos. De todos ellos sobreviven solamente los vendedores de almohadillas. Los que las
alquilan en las Ventas, por ejemplo. "Para el sol, para la
piedra...!". Las mejores almohadillas del mundo. Un euro con veinte. Y
mullido te sientas para descargar el peso de la espalda.
Sombreros de ala de espectadores venidos del
Japón. Las japonesas se tocan con alas anchas. Los hombres, mucho menos. Me ha
llamado la atención un sombrero de color celeste en una contrabarrera de
sombra. Y dos abanicos enormes. Era un grupito de japoneses ejemplares. Se
fueron en el quinto toro. No sé si volverán.
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