Consternado
arranqué la Pincelada de la semana anterior, tocado con la cornada tremebunda
de Román. Conmocionado debo arrancar esta, conmovido por la puerta grande de
Ureña. ¡Un tsunami!
José Luis
Benlloch
Redacción APLAUSOS
Consternado arranqué la Pincelada de la semana
anterior, tocado con la cornada tremebunda de Román. Conmocionado debo arrancar
esta, conmovido por la puerta grande de Ureña. ¡Un tsunami! O quizá fuese el
terremoto de Lorca replicando en la meseta, ahora desandando el camino de la
destrucción para levantar un nuevo edificio en la ciudad de las leyendas. Algo
grande pasó -¿acaso un ángel?...-, algo diferente, excitante, algo que costará
olvidar. Por el protagonista, por la misma tauromaquia y por el escenario. Era
Las Ventas en estado de ebullición y en ese modo no admite comparaciones. Las
Ventas entregada es la leche. Pues eso, la gran caldera reventaba por todas sus
costuras. Se lo debía el toreo a Ureña. La justicia, por esta vez, llega a
tiempo, muy oportuna. Qué gozo ese Madrid entregado a las pasiones, sin
prejuicios, sin escuadras, a tomar viento los cartabones. ¡Y las cintas
métricas también! El toreo son sentimientos. Es lo que pasó en el ruedo más
allá del perfeccionismo. Un tío a corazón abierto, doliente, por sus costillas
aplastadas y por el tormento de un viaje vital duro y nada fácil que nunca
parecía llegar a su destino. Ya llegó. Un campesino entronizado en la corte. Un
poeta curtido en la aridez de los terrones, adorado por los del IBEX 35 y por
los de la precariedad. Un clásico mandando en la modernidad.
La
faena de Ureña fue una remembranza del toreo más clásico. Imperfecto,
desgarrado, duro, sentido, puro, fatalista, que pase lo que tenga que pasar, el
pecho frente a los pitones, las zapatillas enterradas… y todo cosido por la
convicción de un samurái
Ese era Ureña ante Empanado, el toro de
Victoriano, buen toro, no pasen de ahí, más noble que bravo, con buena suerte.
¡Encantado de encontrarle, Ureña! debió de pensar si es que los veganos tienen
razón y los toros sienten. No fue una de las grandes faenas al uso actual en
las que priva la regularidad, la métrica, la facilidad, la limpieza, ¡que no te
la toque! como ley obligada. No, fue una remembranza del toreo más clásico.
Imperfecto, desgarrado, duro, sentido, puro, fatalista, que pase lo que tenga
que pasar, el pecho frente a los pitones, las zapatillas enterradas y siempre
mirando al norte, siempre, los riñones en posición de descanso, los pulsos
dormidos y todo cosido por la convicción de un samurái. Si quieren encontrarle
defectos postreros en la frialdad de un análisis, se los encontrarán, pero no
creo que la estulticia humana pueda dar para tanto. Luego vino la procesión de
la puerta grande, en la que se hace difícil desbrozar las emociones más puras
de los fieles, de un fanatismo gamberro e irreverente pero esa es harina de
otro costal. La felicidad lo tapaba todo.
Y llegó el último capítulo. Fue todo un compendio
de la feria. Volvió el Aguado de seda y caricia, pura inmersión en una
tauromaquia de otro tiempo felizmente recuperada y dio la talla; insistió ese
pájaro de mal agüero que ha castigado tanto a los toreros -¡vaya mayo!- y se
llevó por delante al sevillano en el último suspiro; volvieron a resonar las
voces impertinentes de una minoría refractaria al éxito cargada de prejuicios y
contradicciones, capaces de pedir tres entradas al caballo y exigir
seguidamente que un toro embista con brío; volvió a llenarse la plaza sin la
presencia de las grandes figuras… fue el resumen total de un lujazo de feria.
De
este San Isidro han saltado nombres que van directos hacia los carteles
estelares, pero también otros para enriquecer la segunda unidad y/o para
blindar el tercio de los legionarios. Roca, que ya estaba en lo más alto y bien
que se lo hicieron pagar, Ureña, Aguado, Ferrera, De Miranda, Román, Marín, De
Justo, Chaves, me gustó ese sazonado Chaves de los cuadri…
Y con todo esto, el trasatlántico isidril ha
llegado a puerto. Felizmente. Su estiba está cargada de futuro. Trae esperanza
pero también nombres y argumentos para la reflexión. Por ejemplo, que el toro
no da más de sí, que embistieron los hechurados, pero también muchas tardes se
rozó el despropósito, así que se hace necesario no querer llevarlo más allá
salvo riesgo de caer en lo imposible y dinamitar el toreo. Al contrario, sería
conveniente desterrar el mastodonte y volver al toro serio, musculado,
armonioso, encastado... También ha dejado negro sobre blanco que hay toreros,
muchos, que parecen haber llegado a su estación término y si no los nombro es
por no herir sensibilidades y por respeto a sus trayectorias, pero deberían
reflexionar. En cualquier caso a nadie le quitan por decreto ni por una crónica
de más o de menos, en el mejor de los casos les empujan los nuevos. Es lo que
está pasando. En realidad lo que pasó siempre y lo que debió de pasar antes. De
este San Isidro han saltado nombres directos hacia los carteles estelares, pero
también para enriquecer la segunda unidad y para blindar el tercio de los
legionarios. Roca, que ya estaba en lo más alto y bien que se lo hicieron pagar
el último día, Ureña, Aguado, Ferrera, autor de la joya más hermosa de toda la
feria, De Miranda, toda una revelación, Román, Marín, De Justo, Chaves, me
gustó ese sazonado Chaves de los cuadri… Por lo que han logrado todos ellos el
cambio, cambiasso, sorpasso, es una evidencia, diría además que radical, tanto
que los carteles estrella, esos que este año alborotaron las reventas y
pusieron en pie de alerta a la sociedad civil, apenas hubiesen movido a la
gente hace solo un par de años, incluso menos. Si no fuese por parecer
excesivamente maximalista, diría que el futuro se acabó de ganar en San
Isidro’19. Por todo ello se ha tratado del San Isidro más trascendente de las
últimas décadas.
POSDATA.- Visto lo visto en San Isidro, no ha de tardar
mucho, más bien nada, en que veamos que los de arriba, los del establishment,
reaccionen en la plaza y sus mentores cambien las estrategias y alianzas. Yo lo
haría.
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