LUIS I.
GÓMEZ.
Revista ÉXITO
Las muestras de júbilo de los llamados
“protectores de los animales” que recorrieron hace unas semanas las redes
sociales generan a bote pronto algunas preguntas, dudas: el torero, ¿pierde su
derecho a la vida por el hecho de ser torero? ¿Gana el toro algún tipo de
dignidad por ser un toro de lidia? Si todos los animales tienen los mismos
derechos que el toro de lidia, ¿porqué no se organizan grandes manifestaciones
sociales contra la masacre de hormigas cometida por los senderistas? Estas
formas de discriminación son de difícil comprensión mediante una evaluación
basada en el conocimiento de las relaciones naturales. Permítanme un intento de
explicación.
Buena parte de las teorías freudianas han sido
debatidas y declaradas como obsoletas. Sin embargo, no podemos meter en ese
saco su teoría de las neurosis. Las neurosis – a diferencia de la psicosis –
son fundamentalmente sólidos mecanismos para protegerse de la ansiedad y
situaciones de estrés psicológico.
LAS PROYECCIONES
En este contexto, la proyección es la herramienta
de la que nos servimos para dar expresión adecuada (socialmente aceptable) a
diversas “soluciones” frente a situaciones de ansiedad, incluso a determinados
deseos que podrían ser sancionables. Freud escribió que: “la proyección
consiste en trasladar los propios problemas sobre los demás.”
Todas las proyecciones tienen en común una
relación triangular. De un lado el proyector, es decir, la persona que percibe
deseo, rechazo o miedo. Enfrente está el observador. Este puede ser un
individuo o el público en general. Y en medio tenemos aquel o aquello sobre lo
que se proyecta.
En cualquier caso, el observador es una instancia
mental real cuya reacción no es en absoluto insignificante para el proyector y
que podría incluso sancionar la puesta en práctica de los deseos de aquél, o
simplemente la comunicación de la intención de hacerlo.
Si el proyector manifestase abiertamente sus
deseos e instintos, podría sufrir un trato desfavorable por parte de los
observadores, al menos desde el punto de vista de aquél. El proyector resuelve
el problema proporcionando al observador una superficie de proyección sobre la
que transmitir sus propios deseos e instintos.
UN EJEMPLO
Una madre inscribe a su hijo, poco o nada musical,
en clases de piano. Ella misma siempre ha querido dominar este instrumento.
Ahora implementa sus propios intereses en la instrucción del niño. Si decidiese
ser ella la que, según su deseo, se inscribiese en las clases de piano,
encontraría probablemente incomprensión. “Eres demasiado mayor”, “como adulto,
ya no se puede aprender bien a tocar el piano”, … y mil argumentos más.
Al igual que los deseos y pasiones, también
podemos proyectar odio y rechazo.
OTRO EJEMPLO
El niño menos dotado de una clase muestra a su
profesor de arte un dibujo. El rechazo del profesor (el dibujo es francamente
horrible) frente al trabajo del estudiante no puede ser expresado directamente
sin ser sancionado por los otros niños o por los padres del “artista”. Por esta
razón, limita su crítica a los aspectos técnicos del dibujo: la falta de
perspectiva, la ausencia de sombreados, la falta de volumen, …cuando en
realidad piensa que ese niño es un lastre para la clase en general.
Las proyecciones son guerras psicológicas para
evitar el desarrollo de un conflicto emocional en el plano de la realidad.
Desde una perspectiva neuronal, podemos concebir la proyección como la delicada
relación de equilibrio entre el centro intelectual de la corteza cerebral y el
centro emocional situado en el sistema límbico de nuestro cerebro. Nuestro
centro emocional nos permite percibir atracción o rechazo con gran intensidad.
Al mismo tiempo, nuestra superestructura intelectual y ética impide que estas
emociones salgan al exterior. El centro intelectual las canaliza –mediante
proyecciones, como vemos- para aliviar nuestra psique, evitando al mismo tiempo
sanciones sociopsicológicas.
Y entonces nos comparamos con los animales. O
viceversa.
No hay nada negativo en el hecho de proyectar
sentimientos humanos en animales. Nuestro mundo está lleno de comparaciones y
transferencias entre humanos y animales. Tenemos que dar expresión a nuestros
sentimientos, cuando se trata de seres vivos con los que tenemos una relación.
Estamos rodeados de antropomorfismo, y no solo en
la literatura. Pensemos en nuestra percepción del “zorro inteligente” o del
“león cobarde”, del “león noble” o de la “urraca ladrona”. En todas estas ideas
juzgamos animales desde los parámetros de nuestro propio mundo. Sin este tipo
de comparaciones o transferencias nuestro lenguaje sobre los animales sería más
pobre, analítico, aburrido, sin sentimientos.
Pensemos en alguna de las fábulas populares, como
esta:
Dijo un día una liebre a una zorra:
— ¿Podrías decirme si realmente es cierto que
tienes muchas ganancias, y por qué te llaman la “ganadora”?
— Si quieres saberlo — contestó la zorra –, te
invito a cenar conmigo.
Aceptó la liebre y la siguió; pero al llegar a
casa de doña zorra vio que no había más cena que la misma liebre. Entonces dijo
la liebre:
— ¡Al fin comprendo para mi desgracia de donde
viene tu nombre: no es de tus trabajos, sino de tus engaños!
Esto es pura proyección. En la naturaleza no
existe el concepto de “ganancia”, ni el de “invitación a cenar”; todos sabemos
que las liebres no hablan con los zorros, que los animales no “trabajan” y que
los “engaños” en la naturaleza no son nunca fruto de un plan, sino del
instinto. Todo ello nace únicamente de la cabeza racional del autor de la
fábula y se recrea con placer en las de los lectores de los últimos 2400 años.
Bajo aspectos artísticos, no encuentro objeción alguna al uso de las
proyecciones y el antropomorfismo.
EL LADO OSCURO
DE LAS PROYECCIONES
Sin embargo, las proyecciones tienen otra cara,
menos amable. Cuando los “animalistas” proyectan su propia visión del mundo
humano sobre el reino animal, dotan a este de cualidades que no tiene. Además,
su forma de comunicar esa proyección nace del convencimiento de que sólo la
suya es la única correcta, la única creencia concebible. La forma de presentar
el debate actual sobre los “derechos de los toros de lidia” es un buen ejemplo
de ello. Nada justifica el júbilo ante la muerte de un ser humano. Nada. En
realidad, se trata simplemente de proyectar el odio hacia los toreros (en este
caso) porque no comparten su cosmovisión, a través de la acción “vengativa y
justiciera” del toro: ellos no pueden decir abiertamente que matarían a los
toreros, pero se alegran de que un toro lo haga.
Las proyecciones tienen un gran poder en nuestra
mente. Y nos hacen olvidar, en ocasiones, la mismísima realidad: que el derecho
es una creación exclusiva del hombre y algo totalmente desconocido fuera de la
sociedad humana. Para un animal o una planta no existe nada parecido a un
“orden jurídico”.
Siguiendo los argumentos (las proyecciones) de los
animalistas, podríamos pensar que los representantes de los toros de lidia,
elegidos en asamblea en la dehesa salmantina, se concentran todos los lunes
frente al Parlamento reclamando con pancartas su “derecho a la vida”. No, así
no podemos llevar adelante una discusión sensata acerca de la naturaleza y
nuestro papel en ella.
NECESITAMOS UNA
VISIÓN CIENTÍFICA DE LA NATURALEZA
Cuando se trata de lidiar con la naturaleza,
entonces debemos recuperar el valor de observarla con rigor estrictamente
científico, absolutamente alejados de nuestro sistema límbico. Pretender
imponer a los animales nuestros valores o dotarles de nuestros derechos no es
un modelo de futuro.
Si conseguimos actuar, pensar, sentir y querer ser
quien soñamos ser habremos dado el primer paso de nuestra personal “guerra de
autodeterminación”. Por esto es importante ser uno mismo quien cuide y atienda
las propias necesidades. No limitarse a sentir los beneficios de la libertad,
sino llenar los días de gestos que nos permitan experimentarla con otras
personas.
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