CARLOS
CRIVELL
Algeciras
Miguel Ángel Perera confirmó este caluroso sábado su idilio con la
afición de Algeciras. En su plaza ha indultado dos toros, ambos ya con un
azulejo en el coso, y aquí lo sacaron a saludar después del paseíllo en
recuerdo de su gran faena a un toro de Jandilla hace un año. Perera volvió a
saborear las mieles del triunfo.
El que abrió plaza, de Santiago Domecq, fue un toro
encastado y repetidor, que obligó al extremeño a realizar un esfuerzo hasta
conseguir que metiera la cabeza con mayor templanza. Fue una labor de torero
experto en un buen momento. Tal vez lo citó con la izquierda tarde, cuando ya
el de Domecq tenía poco fuelle. La estocada puso en sus manos la primera oreja.
La oreja del cuarto fue insólita. Se lució Perera
en unas gaoneras muy ceñidas. Comenzó con el pase cambiado por la espalda. El
toro tuvo muy poca vida. Apenas se movió. Perera, ya que el de Domecq no venía,
se metió en su terreno en un toreo de cercanías muy celebrado. Lo insólito fue
que mató de un metisaca en los bajos con derrame fulminante y le dieron la
oreja. El nivel de la plaza es ínfimo. La realidad es que a Perera le quieren
en esta plaza.
Cayetano tropezó en primer lugar con un toro que
no se salía de los vuelos de la muleta. Se mostró afanoso en una labor de mano
derecha. El toro se revolvió con la cara alta, Cayetano pudo dejar muletazos
sin ligazón, aunque de buen corte. Se rajó al final el toro y deslució la labor
del torero.
El quinto cogió a Cayetano cuando realizaba un
quite por gaoneras. En el remate lo prendió, le tiró varias cornadas y lo
pisoteó. Salió ileso de milagro. La plaza se volcó con el torero. Se puso de
rodillas para comenzar la faena. Con la derecha, el toro sacó movilidad
encastada que Cayetano resolvió con agallas. Acto seguido, el toro se fue a las
tablas. Rajada tremenda de un astado que parecía encastado. En tablas le dio
pases por alto por ambos lados entre el gozo de la plaza. No hubo faena como
tal, pero al matarlo pronto también le concedieron la oreja.
Pablo Aguado solo pudo dejar una verónica enorme
al saludar al tercero. La faena no tuvo ningún brillo. El toro embistió con la
cara alta y sin salirse de la muleta, para rajarse al final.
También las verónicas del sexto fueron intensas,
igual que la media del remate. Mejor aún fue el quite, con dos medias de
cartel. Comenzó con muletazos a media altura, un cambio de mano y uno de pecho
enormes. Se sucedieron los muletazos de temple y hondura, regusto enorme. Por
fin, en la tarde surgió el toreo eterno, ya en naturales de mentón hundido, ya
en los derechazos con pulso exquisito para alargar el viaje del noble toro.
Como postre, pases enormes por bajo cuando la banda tocaba el pasodoble
'Algeciras'.
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