Entre
las dos docenas de matadores que, relegados a una sola corrida de abono, no
entraron en el bombo de San Isidro se cuentan Pablo Aguado y David de Miranda,
las dos revelaciones indiscutibles de la feria. La suerte fue esquiva con
Manuel Escribano, herido de gravedad en su única comparecencia, igual que un
prometedor Sebastián Ritter. A punto del balance final de la feria más larga de
la historia, el bombo parece seguir dando vueltas.
BARQUERITO
Redacción APLAUSOS
La nómina de toreros que no entraron en el bombo
de San Isidro cuadriplicó la de los que sí. Diez al bombo y treinta y siete al
albur. Dos maneras distintas de ponerse en manos del azar. Del cupo de treinta
y siete matadores en lista de espera, veinticinco fueron asignados a una sola
de las veinticuatro tardes del abono. Dos de esos veinticinco, Pablo Aguado y
Manuel Escribano, acabaron recalando en dos de las corridas del bombo. Aguado,
en la de Montalvo; Escribano, en la de Adolfo Martín.
Sobre el papel, la corrida de Montalvo era más
propicia que la de Adolfo. Y, sin embargo, a la hora de echar cuentas, en las
dos corridas se jugaron tres toros de nota. La suerte juega pocas veces a ser
equitativa pero el reparto de toros lo fue. Los tres de Montalvo, de estilos
diferentes, se abrieron en lotes. Uno para Ginés Marín, otro para Luis David
Adame y otro, el sexto, el mejor de la corrida, para Aguado, en la que fue su
memorable faena de consagración en Madrid a pesar de su desacierto con la
espada. El contrapeso de la corrida de Montalvo
fue un destartalado sobrero de Algarra que cogió de lleno a Aguado pero sin
herirlo.
David de Miranda ha sido la sorpresa mayúscula de San Isidro.
La emoción arrebatadora de una versión fresca y sencilla de un toreo de pureza
elemental sin artificio
También los tres notables de Adolfo, cuarto,
quinto y sexto, se separaron en lotes distintos con sentido común. O sería
sugerencia del ganadero. El más ofensivo de esos tres toros hirió de gravedad a
Escribano cuando la faena ya embocaba el final. Escribano ha confesado que
sabía que el toro iba a cogerlo y herirlo, pero que, aun sabiéndolo o
presintiéndolo, se negó a protegerse y rectificar.
Un bravo toro de imponente cuajo de Adolfo Martín
en el San Isidro de 2015 puso a Escribano a circular por las ferias gracias a
una faena de rara calidad. Completaron cartel aquella tarde Diego Urdiales y
Sebastián Castella. Otro toro de Adolfo le pegó a Manuel en Alicante en junio
de 2016 una gravísima cornada al cruzar con la espada en la suerte contraria.
Un toro que había embestido muy despacito, con el aire tan peculiar del albaserrada de entrega en apariencia
sumisa. Antes de la cogida, Escribano se había recreado toreando a cámara
lenta.
Un año después, tras larguísima convalecencia,
volvió Escribano a torear en Alicante la corrida de Adolfo, y a torear con
entrega y calma un lote de buen son, y a aliviarse con la espada porque no
hacerlo habría sido como volver a ponerse al borde del abismo. La cornada de
Madrid ha provocado una sonada división de pareceres en las tertulias y en las
redes sociales. Se tiene por impertinencia imperdonable analizar y revisar la
cornada que sea. Cuando más caliente estaba el debate, lo dejó cerrado
Escribano con su honrada confesión de parte.
Hace un año, y en San Isidro también, a la hora de
elegir entre Adolfo y Victorino, Escribano optó por la de Victorino, que supuso
la revelación de Emilio de Justo en Madrid. En la de Adolfo saltó el toro de la
feria. Con él firmó Pepe Moral su mejor faena de siempre en las Ventas. Pepe
Moral se apuntó este año a la segunda de Fuente Ymbro y a la de Baltasar Ibán,
con la cual tocó sufrir.
Una cogida en el mano a mano de Cáceres con Juan
Mora dejó a Emilio de Justo fuera de combate para la corrida de Ibán, pero en
su segunda tarde de feria había repetido con el sexto de Victorino una faena de
auténtica vitola, de las que al cabo de treinta y cuatro tardes de toros
seguidas conservan luz propia en cualquier recuento. Todavía más que cualquiera
de las dos faenas de Sevilla del 4 de mayo. En aquella corrida de la Maestranza
alternaron Emilio y Escribano. Abrió cartel Antonio Ferrera con su probada
suficiencia, que se traduce en autoridad casi displicente: la de poder con
todo.
El mejor toro de la corrida de Montalvo fue para Aguado en la
que fue su memorable faena de consagración en Madrid a pesar de su desacierto
con la espada
De los nueve espadas anunciados en el triduo de
las corridas de sangre Albaserrada
-José Escolar, Victorino y Adolfo-, casi la mitad, cuatro de ellos, estaban en
la nómina de los obligados a echar la moneda al aire y una sola vez. Noé Gómez
del Pilar, Ángel Sánchez, Daniel Luque y el propio Manuel Escribano. De las
tres bazas del triduo la más ingrata fue la de Escolar, porque la tarde del 28
de mayo fue la de más viento de toda la feria. El candor y la entereza con que
Ángel Sánchez hizo frente en pleno vendaval al fiero embestir del tercero de
corrida fueron dignos de mejor causa y mayor reconocimiento. Y el tesón y la
entrega de Gómez del Pilar, también.
De los contados toreros de Colmenar Viejo que han
venido asomando recientemente a escena Ángel Sánchez es el más competente y el
de más clase, talento natural. En Sevilla dicen “clasecita” cuando el torero está por terminar de hacerse. En el
San Isidro del 18 Ángel hizo lo que nadie nunca: tomar la alternativa con un
toro de Adolfo, pero que no fue precisamente el de campeón de la feria jugado
ese mismo día.
Entre las hazañas de Gómez del Pilar se cuenta
otro detalle mayor: haber confirmado alternativa con una corrida de Victorino.
Y haber matado con fe, recursos y acierto hace un año en la feria una durísima
corrida de Dolores Aguirre. Daniel Luque despachó la de Victorino como si fuera
el coser y cantar. Posada, sedosamente, sin esfuerzo ni teatralidad. ¡Qué torero tan fácil!
Tres de los toreros de una sola opción acabaron
heridos en la enfermería: Gonzalo Caballero al volcarse sin duelo y casi
ciegamente con la espada sobre el toro más completo de la corrida de El Pilar;
Juan Leal, cuando faenaba en distancia cero con el toro de mejor aire de la
complicada corrida de Pedraza de Yeltes; y Sebastián Ritter al tropezar y
enredarse con el capote propio en un quite al cuarto de la corrida de El
Ventorrillo, que no era su toro.
Caballero se mantiene terne en su aire de torero
de explosión simpática que lo obliga a jugar por sistema a la ruleta rusa. Leal
se mantiene no fiel sino fidelísimo a lo que podría llamarse el canon de Paco
Ojeda, del cual se han descolgado definitivamente dos de sus émulos mayores, Castella
y Perera. El valor es de verdad. La sangre caliente parece fría.
Ritter ha llamado la atención por sus progresos.
Su firmeza de siempre, inmarcesible y más que probada desde su prematuro
arranque como novillero en España y pasando por pruebas agotadoras para noveles
como corridas de Cuadri o Partido de Resina. La tarde de El Ventorrillo se
entendió con un toraco nada fácil. Muy pocos han toreado como él tan despacio y
enroscados con la mano izquierda, y arriesgando cabalmente tanto. El infortunio:
perder la opción de refrendar logros con el mejor toro de esa corrida de
ventorrillos viejos. Estaba en la enfermería. Que Ritter se reclame como el
último discípulo del difunto Antonio Corbacho no es gratuita vanagloria, sino
un hecho probado.
Para Finito de Córdoba, El Cid y David Mora se
reservaron en su única comparecencia puestos de privilegio: las corridas de
Fuente Ymbro, Parladé y Alcurrucén. Tres de las diez ganaderías del bombo. A
corridas de aliento incierto fueron destinados, entre los toreros novísimos,
Juan Ortega, que dejó con la de Valdefresno bien claro su rico son de torero
clásico; Tomás Campos, castigado con la corrida de peor nota del mes, la de Las
Ramblas; Ángel Téllez, aceptable confirmación de alternativa con otra de las
corridas del bombo –la de Jandilla-; y, desde luego, con el mejor de los
sesenta toros del bombo, David de Miranda, que ha sido la sorpresa mayúscula de
San Isidro. La emoción arrebatadora de una versión fresca y sencilla de un
toreo de pureza elemental sin artificio.
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