Gran
tarde de toros con la plaza de Granada entregada incondicionalmente a la causa
acaba con seis orejas y rabo entre momentos de inmensa belleza pero sin la
faena pluscuamperfecta.
ZABALA DE
LA SERNA
@zabaladelaserna
Granada
Foto: EFE
Lo de José Tomás hasta que sucede es un cúmulo de
fenómenos poltergeist: gentes de otros mundos y dimensiones regresan al planeta
taurómaco. La última vez fueron avistados en Algeciras hace un año menos una
semana. Y medios de comunicación que incomunican habitualmente noticias de la
fiesta cuelan sus cámaras y anuncian por la pantalla que ya están aquí. Luego,
desaparecen hasta la próxima. Que sabe Dios cuándo será. Bajo las bóvedas
nervudas de la Catedral de Granada bisbiseaban partidarios los milagros del
mesías: "José Tomás nos culturiza". Como buenos salvajes.
Y nos enriquece, según todos los estudios sobre su
impacto económico en las provincias que gozan de su privilegio. Seres profanos
y materialistas suelen interesarse por cuánto gana JT o, exactamente, cuánto le
paga, por ejemplo, José María Garzón en su Corpus. Y a lo mejor habría que
darle la vuelta a la pregunta. A sus enemigos les pone su política de
estrategia de marketing invertida y sus breves estrategias taurinas. Esta misma
y enésima reaparición con un rejoneador es una lectura con su peso de razón.
Que el tomismo militante voltea inmediatamente: "Mata cuatro toros, dos
corridas en una". Cuando apareció en el ruedo de la atestada y
revolucionada Monumental de Frascuelo empezó de verdad lo de José Tomás, el
suceso en sí mismo.
Granada desató una ovación según pisó el ruedo. Un
tendido andaba girado hacia el palco de autoridades anunciando la falsa
presencia del Rey Juan Carlos I. "El Rey, el Rey", decían. Un voz
cortó por lo sano: "¡El Rey está en el ruedo, señores!" Cayetana
Álvarez de Toledo y Arcadi Espada pueden dar fe. José Tomás saludó solemne y
desmonterado, muy delgado. Sus angulosos pómulos proyectan una sombra que se
extiende como una barba incipiente. Belmonte se afeitaba dos veces los días de
toros. La nube canosa de su flequillo crece de año en año. Siguió la lidia de
Sergio Galán a veces pendiente y a veces ajeno. Igual le pasaba a la plaza. Que
le agradeció la voluntad. Como JT el brindis de agradecimiento.
Ardía de pulsaciones la Monumental cuando saltó el
primer toro de Núñez Cuvillo, el hierro elegido para abrir y cerrar. Había un
deseo incontenido de gritar oles, y en ocasiones no cuadraba con puntualidad.
Las verónicas más acompasadas brotaron por el izquierdo, pero el coro cantaba
con idéntica intensidad los lances por el derecho. La media tuvo cadencia y
borró una chicuelina extemporánea y previa. Una broma para la lentitud con la
que meció en su capote dormido al garcigrande siguiente. El tiempo detenido
como los relojes de Curro del Corpus del 73. Pero antes de pasar capítulo ya le
habían entregado las orejas del redondo cuvillo de amable expresión. Así como
de calentamiento. Un tanto excesiva la respuesta. ¿Qué dejarían para la
sublimación? La obertura de faena por imperturbables estatuarios de mirada
clavada en el suelo incendió La Alhambra. El chispazo del zurdazo del desprecio
cayó en un lago de gasolina; el desarme no contó. Al bravete toro del Grullo le
presentó pronto la zurda; los naturales surgieron muy ceñidos, algo volanderos,
no reducidos. La templanza y el gobierno de su diestra exigió de verdad y por
abajo todo el fondo encastado. Y ralentizó con gravedad la embestida. Que en su
final tendía a perderse un segundo. Esa milésima. La voracidad del fenómeno fan
le entregó el palco.
Y entonces saltó el toro de Garcigrande,
amexicanado por fuera y por dentro. Y levantó José Tomás monumentos a los
antiguos dioses de la verónica. Tan lento como embestía Fogoso. El quite por
embraguetadas y asfixiantes gaoneras superó también con creces al del anterior
por delantales, casi navarras, y tafalleras. José Tomás en estado puro ahora.
Pero el toro empezó a alocarse en banderillas. Sergio Aguilar frenó en el
momento preciso para evitar el cambiazo de viaje y evitar el atropello. Por el
lado derecho se había agriado. O parecía. Volvió a meterse en las bellas
trincheras de apertura. Así que el dios de piedra de Galapagar le dio su
izquierda de venas abiertas: el manantial del toreo fluyó en naturales para la
eternidad. La última estación de los sentidos. Le aguantó JT el pulso en un
parón por la mano infiel. Y lo ganó. La faena adquirió cierto desorden en
nuevos naturales a cámara lenta, cosidos de dos en dos. Hilvanados más que
ligados: para ligar hay que soltar la embestida. Bramaba la marabunta erizada y
desenfrenada: un bajonazo celebrado como gran estocada no sirvió de tope. Otras
dos orejas ya sumaban cuatro. Decíamos ayer: cualquier día lo llevan a hombros
del hotel a la plaza.
El tiempo de la merienda y Galán sirvió para
meditar: faltaba aún la faena compactada, superlativa, esférica. La notable
obra del caballero con un lindo cubero berrendo se perdió entre pinchazos.
Un tacazo de bonito se hacía el quinto. Respondía
a su nombre: Bellito. Suelto en los primeros tercios, anunció lo que iba a ser
en el quite de apretadas chicuelinas de José Tomás: de los vuelos no salía. El
prólogo de faena, bajo y genuflexo, desprendió el sabor de los viejos
principios. Haciendo al toro que nunca se terminó de hacer. Ya recuperada la
verticalidad, que en JT tiene alzada de ciprés, la embestida arrancaba en seco,
sin ritmo ni tranco. Obediente pero no generosa. No despegó la obra. Que
trataba la brusquedad con suavidad. El traserísimo la acabó de enterrar. Una
ovación de consolación.
No podía fallar el broche de "Novelero",
cuvillo de gloriosa reata e infalibles hechuras, colocado como último para la
traca final. Que prendió con el saludo por delantales hasta la misma boca de
riego. Tan apretados que saltaban chispas. La febril cadena desembocó en un
manicomio a una mano, por brionesas.. La locura subió sus decibelios en un
quite de luminosos medios faroles y perfectas caleserinas; la larga cordobesa
tuvo una belleza exacta. Una vez más la izquierda tomista cinceló esculturas
embrocadísimas y perezosas. Un recreo de toreo a puro pulso. La excelencia de
"Novelero" acusó desgaste en su fondo, que no en sus calidades. JT
las mimó, meció y espació. Por naturales en su derecha. Para levantar
temperatura de la calidez, el fenómeno de Galapagar volvió a los estatuarios.
Como un bis que reclamado y aclamado que no falla en sus conciertos. Y así fue.
La pieza y un espadazo pasado lanzaron la historia al éxtasis y más allá: dos
orejas y rabo para no rebajar de grados la exageración.
A José Tomás lo secuestraron en procesión, entre
gritos de "¡torero, torero, torero!" La procesión paró en la última
estación de los sentidos.
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