VÍCTOR DIUSABÁ
Foto: EFE - William Cortéz
El diestro español Enrique Ponce se
convirtió en el gran triunfador del cierre de la temporada bogotana al cortar
tres orejas este domingo. El bogotano Ramsés también obtuvo el derecho a la
puerta grande al hacerse con dos apéndices. El otro alternante, el francés
Sebastián Castella pechó con el lote más difícil. Cortó una oreja.
Los toros de la ganadería de Ernesto
Gutiérrez Arango estuvieron bien presentados y de juego desigual, el primero
fue premiado con la vuelta al ruedo. Tres cuartos largos de entrada.
Enrique Ponce se fue una vez más por
la puerta grande de la Santamaría de Bogotá, pero más que eso quedó con la
convicción íntima de haber hecho la mejor faena en su dilatada carrera por este
ruedo. Y se podría decir que en ese toro, su primero, el valenciano lo recibió
de la mejor manera con el capote, aunque lo que hizo en realidad fue
acariciarle con el percal. Una larga infinita y un trío de chicuelinas cerraron
un capítulo de proporciones antes de dar paso a la muleta.
El toro, bien presentado y con
nobleza, encontró la perfección del temple y las dimensiones kilométricas de
pases que sacaron los olés profundos de una plaza entregada. Igual sucedió con
los derechazos como con los naturales, y esos cambios de mano marca de la casa.
Y el toro a más. La Santamaría tenía ante sí la mejor versión de Ponce en años.
Un pinchazo precedió al espadazo, dos orejas y vuelta al ruedo al toro.
Apoteosis de entrada.
Y otra obra de categoría fue la de
Sebastián Castella en el segundo de la corrida. El francés dejó aroma de toreo
caro en el capote en un quite por gaoneras y saltilleras. El toro de Gutiérrez
Arango se vino abajo en la muleta, pero Castella le supo echar una mano en una
justa mezcla de arte y poder, con los terrenos cortos como escenario. La espada
fue defectuosa. Oreja.
Muy por encima de su primero anduvo
Ramsés. De hecho, se impuso a las condiciones de un animal al que le faltó
romper porque si bien tuvo nobleza, le faltó alegría. Fue el sitio, el ponerse
donde era y cuando era, que el diestro bogotano sumó los merecimientos para la
oreja concedida, más aún después de la espada de colección con que despachó a
su enemigo.
Ponce debió buscar fórmulas para
hacer del soso cuarto de la tarde algo más que eso. Y lo logró. Con suavidad y
sin obligar más de lo que la res podía aportar. Así, poco a poco, fueron
brotando las series que si bien no tuvieron emoción, trascendieron a punta de
conocimiento para tirar del que cada vez más amenazaba con pararse. Con la
asistencia rendida a sus zapatillas entró a matar. Pinchazo arriba. Espada
desprendida. Oreja.
No tuvo fuelle el quinto, que
terminó refugiado en tablas. Castella administró las pocas embestidas y sacó
muletazos sueltos con los que logró el reconocimiento del público. Antes, con
el capote cuajó chicuelinas de cartel. Palmas.
El del cierre tuvo más fondo que
otros de sus hermanos. Y Ramsés se plantó en los medios para ejecutar una faena
donde se mantuvo al control de acometidas no siempre compuestas. Al final, los
dos terminaron fajados. Espada entera y oreja. / EFE
FICHA DE LA CORRIDA
Seis toros de Ernesto Gutiérrez Arango, bien
presentados, nobles y de juego desigual. Vuelta al ruedo al primero. El sexto
fue encastado. Los demás no rompieron.
Enrique Ponce, hueso y azabache. Pinchazo y entera. Dos orejas y vuelta al ruedo.
Pinchazo y espada desprendida, oreja.
Sebastián Castella, turquesa y azabache. Espada trasera y caída. Oreja. Espadazo, palmas.
Ramsés, pizarra y oro. Espadazo y oreja. Entera y oreja.
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