FERNANDO FERNÁNDEZ
ROMÁN
@FFernandezRoman
@FFernandezRoman
Confeccionar una feria –una feria taurina de cierto nivel,
naturalmente–, es lo más parecido a hacer un sudoku, ese juego matemático
infernal que, tengo entendido, inventaron los japoneses para que el resto del
mundo se devane los sesos, tratando de encajar los números en las casillas
correspondientes hasta dar con la tecla,
con la solución coherente y pretendida. Confesión de parte: no he hecho un
sudoku en mi vida. Ni tampoco una feria taurina; pero, pero me consta –por
estrictas razones profesionales– que ésta última, llevada al rango de máxima
categoría, es un verdadero quebradero de cabeza para el empresario.
¡Ah, el empresario! ¡Qué tipo más fácil de vapulear! ¡Qué
elemento más indeseable! Los aficionados, que son sus clientes, le ven como un
sujeto que tiene la osadía de ir –supuestamente con maligno criterio—contra sus
intereses y, también, la indecencia de no dejar a un lado el corolario
elemental que debe perseguir el desarrollo de su función: buscar la
rentabilidad de su empresa. Dicho esto, en el colectivo empresarial taurino,
hay de todo, como en botica. Como en el entramado universal de profesiones y
gremios. Los hay malos y buenos, como en las películas del oeste americano, y
la mayoría continuadores de una inercia de incierta rentabilidad, secular y
primaria, más cercana al trato que al contrato. Menos imaginativa, en suma. Por
tanto, sería injusto no reconocer, valorar y alentar, la aparición del ingenio
en medio de este mar de tópicos en que sobrenada como puede, desde hace
demasiado tiempo, la fiesta de los toros.
Viene esto a cuento del nuevo sistema que ha ideado Simón
Casas para confeccionar la feria de San Isidro de este año: el bombo. No el
bombo puro y duro de la Feria de Otoño, sino un sucedáneo. Otro bombo. El
“bombín”, que es prenda cubrecabezas bien castiza.
Verán: consiste en participar en la tómbola que rifa el
trozo del roscón de Reyes supuestamente más exquisito, con sorpresa incluida, a
cambio de optar al consumo del resto del pastel, negociando, en su caso, lo que
–siempre teóricamente, porque el toro es imprevisible– pudiera ser menos
indigesto.
Habrán visto que, respecto a la conveniencia del invento,
hay opiniones encontradas. Naturalmente. Y todas ellas muy respetables, vengan
de donde quieran. Hay quien opina que las medias tintas son una pamema, poco
menos que un engañabobos, quien asegura que las figuras del toreo se han ganado
el derecho a elegir, que para eso hicieron un gran esfuerzo en alcanzar tan
caro rango. No seré yo quien cuestione tales derechos; pero creo que si de algo
adolece esta Fiesta nuestra es de imaginación, de alicientes, de sorpresa. En este
tema, el “bombín” de Casas, es el empresario quien se la juega. Si se resiente
la taquilla con las ausencias, habrá errado con el novedoso planteamiento; pero
si, por el contrario el boletaje gana o, al menos, empata, se habrá dado motivo
para seguir alimentando el ingenio.
He esperado a que entrara en acción el ya célebre bombo,
para rematar las apreciaciones ya esbozadas en un reciente programa de
televisión, El kikiriquí, de Movistar Plus. Ya ven el resultado: a Roca Rey le
ha tocado la sorpresa del roscón y le va a meter el diente a la corrida de
Adolfo Martín. Menos mal, porque si se lleva la de Juan Pedro no hubiera
faltado el pelele que hablara de bolas calientes o algo por el estilo. Qué
quieren que les diga, yo estoy encantado. Y sospecho que el torero, también. Y
el ganadero, no digamos. ¿No ha sido benéfico este pequeño bombo? ¿No nos ha
traído una grata sorpresa?
A partir de este momento, se trata negociar el resto del
pastel, donde hay menos nata, menos guinda menos almendra, más mogollón; pero
ya veremos qué ocurre con los que se colocaron el “bombín”, porque lo bueno sería que, para
avalar su decisión, alguno se apuntara a otras corridas, signadas con el
calificativo de una supuesta dureza. En tal caso ¿qué dirían los escépticos?
Digan lo que quieran, las grandes figuras del toreo lo son
porque han demostrado una capacidad excepcional para crear arte en una
situación de riesgo. Ah, pero parece ser que solo tiene riesgo el toro que se
defiende y quiere destruir la obra del artista. No hay toro de lidia que mate más
o mate menos. Los habrá que presenten más problemas, y entonces habremos de
establecer una valoración del valor, la esgrima y la técnica del torero, que es
el componente de artesano que tiene todo artista; pero al que suscribe no le
cabe la menor duda de la capacidad de quienes han alcanzado las más altas cotas
de prestigio y cotización para afrontar todo tipo situaciones, por intrincadas
que sean. El último ejemplo lo tienen en Castella, que ha pedido la corrida de
Miura como segunda actuación en la feria de abril de Sevilla. En el fondo, los toreros que son figuras
eligen el ganado que mejor se adapte a su concepto del toreo, el que
supuestamente les “garantice” el triunfo; y los que no lo son, aspiran a que
ese sobreesfuerzo les permita dejar la batalla campal del día a día para
confortarse con la embestida de ese otro toro que “garantice” demostrar su
calidad artística. No conozco torero que toree de salón ensayando suertes para
defenderse del toro. Todos sueñan con interpretar ante los cuernos de verdad
las bellas composiciones que ensayan ante los del carretón.
Por eso voy a favor del sorteo, “puro” o “impuro”.
Necesitamos algo que inquiete, más allá de las inefables críticas a las
presencias y ausencias. Que cada cual juegue con la suerte fuera del ruedo,
antes de jugársela dentro de él, frente al toro. Lo cierto es que, antes de
conocer el desenlace del “bombín”, el invento era tema cotidiano de
conversación… y discrepancia, y después de conocido se han disparado las
expectativas. Ganador, sin duda Simón Casas, que ya le estará dando vueltas al
bombo siguiente de esta misma temporada.
Tengo mis ideas al respecto,
pero me las callo, porque no soy empresario taurino, ni Dios lo permita.
Soy consciente de que, como señalo más arriba, el engranaje de una feria
taurina de alto bordo le pone a quien se mete en el lío la cabeza como una
devanadera. O, mejor, como un bombo. En este caso, ha sido el “bombín” quien ha
propiciado la expectación, a expensas de lo que resulte de posteriores
negociaciones, para cerrar las combinaciones de toros y toreros. Es una tarea
farragosa –muchas veces ingrata, créanme—en la cual, el empresario habrá de
conjugar nombres y cifras en cada cartel. Veremos qué sale de todo esto, pero
no descarto que haya más sorpresas.
Al final, todo es cuestión de que cuadren los números, cada
cual en su casilla. Como en el sudoku.
No hay comentarios:
Publicar un comentario