Pasamos 24 horas con los tres maestros de los 80. Un paseo por su época
y la actual. Un encuentro único 40 años después de sus alternativas
Diario EL MUNDO de Madrid
FOTOGRAFÍAS: JOSÉ AYMÁ
Sección PAPEL LITERARIO
Uno encarnó la pureza del arte, otro
trajo la última revolución del siglo XX y el tercero fue el primero, el gran
capitán de la década. Los tres maestros hablan juntos por primera vez
Aparecen como sombras de entre la
oscuridad de la noche sevillana. Como si la calle Adriano que abraza la plaza
de la Maestranza fuera el túnel del tiempo.
En 1979, hace cuarenta redondos
años, Emilio Muñoz (Triana,1962), Paco Ojeda (Sanlúcar, 1955) y Juan Antonio
Ruiz 'Espartaco' (Espartinas, 1962) tomaron la alternativa. El hierro del 79
etiquetó una cosecha irrepetible, un clamor de toreros. Muñoz dio el salto de
escalafón en marzo, Ojeda en julio y Espartaco en agosto.
En Valencia, El Puerto de Santa
María y Huelva. Curiosamente, los tres con los entonces codiciados toros de
Carlos Núñez. Y con padrinos imponentes: Paquirri, El Viti y El Cordobés. Sus
carreras como matadores nacieron a la vez pero no explotaron al mismo tiempo:
Ojeda y Espartaco incluso bordearon la retirada antes de eclosionar como
figuras. «Yo no alcancé la dimensión de Paco y Juan», se apresura a puntualizar
Emilio, la izquierda de Triana, la pureza abelmontada.
Y es cierto. Espartaco dominó la
década como mandamás absoluto desde el 85: su preclara inteligencia, impecable
facilidad y visionaria capacidad para comprender el 80% de los toros impusieron
su dictadura. «Como gran capitán del barco», le dice Ojeda, el último
revolucionario -Belmonte, Manolete, Benítez y Ojeda-, a quien bautizaron como
El Tartésico, el hombre que anuló los terrenos del toro y al propio toro, una
bestia que hipnotizaba al animal con un empaque descomunal y una ligazón que
asustaba.
Su terremoto fue imposible de
resistir. Incluso para él mismo.
(...) Viajan a sus orígenes. A su
génesis. Tan precoz en Muñoz y Juan -juntos debutan en Camas, 1975, a los 12
años-, tan salvaje y tardía en Ojeda. A quien sólo le faltó Chaves Nogales para
escribir sus madrugadas de soledad y luna por las marismas del Guadalquivir,
persiguiendo la bravura oscura de las vacas viejas. Otra dureza diferente a la
férrea disciplina de los padres de sus compañeros.
ESPARTACO (ES). Te juro que a veces le
tenía más miedo a mi padre que al toro.
EMILIO MUÑOZ (EM). Y yo al mío.
ES. La que me daba si pinchaba un
toro con las orejas cortadas. Después de horas de carretera, al llegar a casa
me obligaba a hacer la suerte durante horas... Hubo un momento en que ya le
tuve que quitar las puntas al carretón porque me pegó el tío dos cornaditas
entrando a matar. Hasta que Don Pablo Lozano lo templó. Si no es por él, yo,
que era un torero medroso, no hubiera sido figura [líder del escalafón durante
siete temporadas consecutivas 1985-1991].
PACO OJEDA (PO). Mi padre me decía que yo
quería ser torero para no trabajar. De toros, cero. No sabía nada. Mi única
forma de torear era irme a la marisma.
ES. Tú, Paco, es que eras otra cosa. Un
autodidacta. Venías de la guerra.
EM. De la nada.
YO LE TENÍA MÁS MIEDO A MI PADRE QUE AL TORO. LLEGÓ A PEGARME DOS
CORNADITAS CON EL CARRETÓN
Espartaco
ES. Fue un impacto el día que se presentó
conmigo y con el Mangui en Sanlúcar. Era su primera novillada, su debut con
caballos, pero ya sabíamos de sus andanzas. La gente hablaba de ellas como si
fueran las hazañas de Curro Jiménez.
EM. De los tres es el que ha tenido
misterio. Tú has sido un tío con misterio, Paco.
PO. Yo venía del campo.
ES. Y tenías un conocimiento asombroso de
los animales...
EM. La comunicación de este señor con los
animales no se la he visto a nadie. Ni taurino ni no taurino. Ni a Rodríguez de
la Fuente.
ES. Ya se escuchaban las cosas que hacía.
El Latero [el nombre bélico de Ojeda en aquellos tiempos] le ha hecho no sé qué
en el campo a una vaca, El Latero tal, El Latero cual...
PO. Tenía un caballo para apartar las
vacas. Con la luna brillaban los pitones por la rociá de la noche. Como había
dos o tres toreros por delante de mí, yo cogía la más grande, la más vieja y la
más astifina. Y, como ninguno tragaba, me lo reprochaban: «¡Niño!, ¿no hay otra
vaca?» Así que la toreaba yo. Me acuerdo una noche que cogimos una vaca tuerta,
una tía, con el ojo vacío...
La historia de Ojeda es legendaria y
feroz, en aquella Sevilla de La isla mínima: «Salía la luna y yo era el hombre
lobo. Estaba enganchado a la adrenalina como un yonqui. En las tierras de
Alventus, que no lidiaba, había 500 vacas sin tentar. Y también había muchas en
otra ganadería en este lado del río, la de Moreno Santamaría. Cruzábamos en una
canoa de un tipo sin su permiso. Simplemente la cogíamos. Hasta que un día el
hombre se orientó, nos siguió en silencio y se la llevó... Cuando volvimos de
torear, no estaba. Tuvimos que atravesar a nado el río hasta donde habíamos
dejado las motos. Aparecimos cuatro kilómetros más abajo por la corriente».
Ojeda corta el relato y sorprende a
Muñoz y Espartaco: «Yo no lo hacía porque quisiera ser torero, sino por y para
mí. Como un acto íntimo que jamás me hubiera gustado prostituir en las plazas.
Y eso que no he vendido toda mi tauromaquia del campo».
Hacía un siglo que no se reunían. No
les cohíbe la grabadora para sincerarse con la confianza de quienes fueron
capaces de aguantarse en el silencio de los miedos. Se respetan porque se
admiran: «Un torero que no admira a otros toreros es una lápida sin nombre». La
sentencia senequista es de El Tártesico. Tan renuente con la prensa que
sorprende por su afabilidad. Pasean por las marismas del Guadalquivir. Ya es de
día.
YO AFLOJÉ Y ME TUVE QUE IR A CASA. ENTRE PACO, MIS NEURAS Y LA MUERTE
DE PAQUIRRI EN POZOBLANCO...
Emilio Muñoz
PO. Éste que está aquí [por Muñoz], al que
no le echo muchas flores nunca, me tenía chalao por cómo se traía los toros
detrás de la cadera. Tan despatarrado que yo pensaba: «Eso mismo es lo que yo
quiero hacer». ¿Que si lo admiro? Pierdo el sentío. Y, de este otro [por
Espartaco], pensaba «¡qué técnica, cómo está haciendo a ese toro que no
sirve!».
EM. Juan ha sido el torero más inteligente
que he conocido en mi vida. Tenía un ojo en la nuca.
ES. A mí me dijeron que para triunfar
había que conocerse a uno mismo, conocer al toro y conocer al público.
EM. Os digo una cosa: es imprescindible
tener amor propio y orgullo, pero a la vez la sinceridad de reconocer a los que
han sido más que tú. Si no, eres un chufla. Paco y Juan fueron figuras. Yo no
mandé. Madrid no me dio el sello. Pero creo que toreé mejor que ellos.
PO. Torearías mejor pero fuiste más
irregular. A Juan le valían el 80% de los toros.
ES. Una de las cosas que no se alaba lo
suficiente de Emilio es la espada que tenía, un cañón. Y luego esa pureza con
la izquierda... Siendo además un torero complicado, que no pretendía ganarse al
público ni caer simpático. Era mi antítesis. Nosotros teníamos el afán
constante de superar al de enfrente. Pero siempre desde la admiración.
Engrandecer a tu rival te hacía superarte.
EM. Tú sabías que cuando hacías el
paseíllo al lado de Paco y Juan no te quedaba otra que arrimarte. La presión se
multiplicaba.
ES. A mí me pasó que toreando un día en
Sevilla con Paco me entró un dolor físico terrible. Por la tensión generada
tras haber visto el lío que le había formado a un toro de Juan Pedro. Un
calambre desde el hombro a la rodilla. Tan intenso, que pensaba que no podía salir.
Me sobrepuse y corté una oreja. Pero hubo un momento en el que ya no sabía qué
más hacerle al toro.
EM. Este hombre [por Ojeda] te disparaba.
PO. Todo el mundo arreaba, aquello hervía.
ES. Es que como no arreases te quitaban de
en medio. Fíjate los que estaban: Paquirri, Capea, Manzanares, Dámaso, Roberto,
Robles, Ortega Cano, las reapariciones de Antoñete y Manolo Vázquez, mi
Curro...
EM. Yo aflojé y me tuve que ir a mi casa.
Entre Paco, mis neuras y la muerte de Paquirri...
La tragedia de Pozoblanco en 1984
les sacudió una terrible descarga emocional: «Pénsabamos que era inmortal».
(...)
MI REVOLUCIÓN NO FUE QUE YO ME METIERA EN LOS TERRENOS DEL TORO, SINO
QUE LO METÍA EN LOS MÍOS
Paco Ojeda
Hoy todo ha cambiado. Hay una crisis
externa, una ruptura social fomentada por la nueva izquierda que reniega de su
pasado, y una enfermedad de origen autoinmune, un inmovilismo inconsciente, una
especie de «tancredismo suicida» (Arnás), que acorrala la tauromaquia.
Recuerda Emilio la época taurina del
PSOE y el PCE y la ratifica Ojeda: «Enrique Múgica vino 30 tardes conmigo».
Como veteranos de guerra que rememoran los tiempos de gloria, se recrean en las
campañas americanas, en la conquista de El Dorado, en las tardes victoriosas y
las noches locas. En América estaba el Paraíso. Y reviven rejuvenecidos las
pícaras anécdotas de Espartaco. Hasta que se ponen muy serios para abordar
graves asuntos como la desaparición actual de las novilladas, la debacle de las
plazas de tercera, la extinción del apoderado independiente, el sistema...
- ¿Hubieran salido Muñoz, Ojeda y Espartaco en medio de este panorama
desolador?
EM. Yo pienso que no.
PO. Habría que ver si lo que funciona es
la personalidad de cada uno o se imponen las circunstancias.
ES. Nos adaptaríamos aunque nos costaría
más. Sería muy difícil. Pero también saldríamos adelante. El que es figura
ahora también lo sería hace 40 años. O viceversa.
- Resignarse a que la fiesta quede reducida a las plazas importantes es
un error. Entonces es cuando se acaba esto.
EM. Para que existan océanos tiene que
haber ríos y para que haya ríos tiene que haber afluentes. Y los afluentes y
ríos del toreo son los pueblos.
PO. De todas formas hay ahora algunos
toreando que ya no deberían tener cabida.
EM. El sistema ha llevado a que un
empresario apodere a seis toreros y otro lleve a otros cinco. Y las ferias se
hacen con esos toreros. Se ha perdido una figura importantísima: el apoderado
independiente.
PO. Los toreros también deberían saber
hasta dónde pueden llegar. ¿Qué pasa? ¿Que como te lleva uno que tiene plazas
el público tiene que joderse contigo por cojones?
EM. Nosotros no estábamos bien en una
feria y cogíamos la cuesta abajo sin frenos. Hoy no pasa.
La reducción de las grandes
ganaderías preferidas por las figuras -aunque, como señaló un día Juan Mora,
entonces esos otros hierros estaban en otro momento- ha instalado la
previsibilidad como rutina. Que hoy se torea mejor que nunca es lo que dicen en
algunos foros. Pero ¿qué piensan los maestros?
EM. Me parece una gran injusticia. Y si lo
dice un profesional, una falta de respeto. Es saltarse a Belmonte, Manolete,
Pepín Martín Vázquez, Pepe Luis... Independientemente de eso, pienso que no se
torea mejor que nunca. ¿O hay alguien hoy que toree mejor que Camino y El Viti?
PO. No se torea mejor. Lo que hay es una
gran igualdad en todo y en todos.
ES. Está todo muy igualado aunque a veces
se vean faenas cumbre. Quizá no tiene la misma emoción porque el toro no
cambia. Es el mismo de un día para otro. El toro antes ofrecía posibilidades
distintas, era más imprevisible: yo he sido un torero catalogado como técnico.
Y los toreros técnicos, normalmente, crean mucha frialdad en el público. Pero
tenía que reinventarme cada tarde. Lo mismo te ponías hoy delante de uno de
Santa Coloma, mañana de uno de Ruchena, pasado de otro del Conde de la Maza...
Y al día siguiente de uno de Juan Pedro. Y es lo que hacía que las faenas no
tuvieran la perfección previsible actual. Pero había más emoción. (...)
EL TOREO DEBE VOLVER A LOS PUEBLOS. RESIGNARSE A LAS PLAZAS IMPORTANTES
ES SU MUERTE
Hablan entre ellos de los toros
escondidos más allá de los nombres ya sabidos de los inmortalizados por sus
manos -Jarabito, Dédalo y Facultades-, los que les dieron fama y dinero y los
que aún braman en sus pesadillas. Siguen la polvorienta senda entre los
humedales, conscientes Muñoz y Espartaco de que caminan con el último
revolucionario: «Sin duda que lo fue. Influyó en todos. Impuso la ligazón, eso
de quedarse en el sitio. Nosotros le perdíamos pasos. Hay un antes y un después
de Paco».
Y entonces Ojeda explica lo suyo, la
ligazón a ultranza, el nacimiento del ojedismo, que no es como ahora lo
entendemos. Ni siquiera como lo contamos: «No lo he explicado nunca. Simplemente
la diferencia del impacto que se llamó revolucionario fue que, mientras los
toreros trataban de meterse dentro de los terrenos del toro, yo metía al toro
en mis terrenos. [Y dibuja en el aire la circunferencia que deja al toro
imaginario en su pecho]. No lo tenía que explicar para que no lo aprendan... La
ruptura es que yo me ponía los pitones aquí, aquí o aquí [y traza trenzas y
ochos, enraízados los pies a la tierra]. Dámaso González se arrimaba como
nadie».
Muñoz le interrumpe y matiza: «Pero
tú, Paco, lo hacías en el segundo muletazo, y las plazas rugían». Y Espartaco
asiente. Y se alejan los tres como sombras chinescas toreando por las marismas.
El 'sí de Sevilla y el
'no' al bombo
Cada uno contó con sus feudos y sus
plazas infranqueables: Muñoz reinó en Pamplona y Barcelona pero se le cruzó
Madrid; a Ojeda, dios en Francia y por doquier, se le resistió el Norte;
Espartaco no encontró fronteras. Convergían los tres en Sevilla, que se rindió
a sus diferentes personalidades, unidas por el temple.
Los números de Juan se impusieron:
cinco -seis con la de honor de 2015- Puertas del Príncipe -25 orejas en los 80-
frente a los dos aldabonazos de Ojeda y Muñoz.
La salida de Emilio del 94 -tras su
ida del 86- fue una imagen mágica: de verde oliva y oro, a hombros, cruzó el
puente de Triana hasta la calle Pureza en la que nació. La procesión de la
Esperanza.
No sólo coinciden los tres maestros
como ídolos de la Maestranza, sino también en un asunto de plena actualidad: el
bombo para San Isidro. Son rotundos: no participarían ni locos. "Yo pasé
de todo y por todo para un día poder elegir", dice Espartaco. Y Ojeda se
suma: "Ni muerto. Es un camelo". "¿No habíamos quedado en que el
toro pone a cada uno en su sitio? Pues es sortear toda tu historia",
concluye Muñoz.
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