Si nos reivindicamos como un arte
o una cultura viva debemos evolucionar al compás de la realidad siempre y
cuando, eso es innegociable, se mantenga la esencia de la Fiesta. Como ejemplo
está el bombo, que no voy a plantearlo como la panacea del toreo ni como la vía
única, pero hay que ver la de aficionados y agentes de la Fiesta que han
clamado contra las exigencias monolíticas de las figuras y ahora reniegan de
una posible solución a la cuestión.
JOSÉ LUIS BENLLOCH
Redacción APLAUSOS
El bombo sigue dando que hablar. ¡Con la falta que hacía que
se hablase de toros! Dichoso bombo pues. Uno de los objetivos, cumplido, hay
que reconocerlo. Mientras el bombo no sea un trágala, mientras haya opción de
elegir, no hay nada que reprocharle. Vivir y dejar vivir. Usted quiere bombo,
ahí está. Usted no quiere bombo, porque tiene derecho a no participar o
simplemente porque no le peta, pues tiene el camino tradicional, se sienta con
el empresario y negocia otras condiciones. Trágala sería o bombo o nada. O
también yo no quiero bombo y no quiero que nadie tenga bombo. Eso sería otra
cosa pero también sería un trágala, extremismos sobre una misma idea que no
caben. Hasta el momento se han apuntado al bombo seis espadas, seis, a los que
cabe añadir, a falta de confirmación oficial, un séptimo nombre, Roca Rey,
denlo por seguro, lo que convierte la osadía de SC en un gran triunfo. Siete
nombres, todos ellos con mando en plaza, en la de Madrid y en otras, con
numerosas puertas grandes de las que dan a la calle Alcalá en su hoja de
servicios. No acaba ahí la cosa, los rumores -con fundamento- apuntan que a los
Ponce, Urdiales, Castella, Ureña, Marín, Perera y Roca Rey se le sumarán en las
próximas horas otros nombres de máximo relieve, por lo que todo hace indicar
que el dichoso bombo ya marca la hoja de ruta hacia San Isidro. En el otro
bando, en los que dijeron no, aparece Emilio de Justo en postura de lo más
razonable, quede claro: no quiere bombo y como argumento incontestable esgrime
que dos de las ganaderías que quiere estoquear no están en el dichoso sorteo,
una definitivamente es la de Victorino y otra la de Baltasar Ibán. Esas dos y
una tercera de carácter digamos más afable o en tarde de más galas pondría el
punto final y feliz a sus negociaciones. Postura tan encomiable como respetable.
Mientras
no sea un trágala, mientras haya opción de elegir, no hay nada que reprochar.
Vivir y dejar vivir. Usted quiere bombo, ahí está. Usted no quiere bombo,
porque tiene derecho a no participar o simplemente porque no le peta, pues
tiene el camino tradicional, se sienta con el empresario y negocia
Al margen de que guste más o menos la iniciativa del sorteo;
de que pueda ser mejorable o no, que lo es, seguro; de que tenga continuidad o
no en otras plazas, que está por ver; llama la atención lo reacio, que casa con
reaccionario, que es el mundo del toro históricamente a cualquier cambio, al
punto que muchos de ellos, la gran mayoría y seguramente los más
trascendentales, me refiero a los cambios, vinieron por la vía de la imposición
administrativa y/o el peso ya incontenible de la realidad. Aquello no se
aguantaba como consecuencia de una imposición sistemática de una minoría que
invitaba al viraje y acababa virando. Sería el caso del sorteo de los toros,
porque no se puede olvidar que el bombo no es el primer ejercicio de sorteo que
se da en el toreo. Surgió ante la gran y constante casualidad, llamémoslo así,
de que el mejor toro de la tarde siempre le saliese al Guerra, ante lo cual se
decidió el actual sistema de sorteo, ahora tan imprescindible, que entonces se
acordaba contractualmente entre empresarios y toreros y luego pasó a formar
parte de la reglamentación, que dicho al paso en más de una ocasión se acabó
sorteando en la acepción de evitar o eludir, con argucias claro, dependiendo
del poder que tuviese la figura del momento.
Hasta el
momento se han apuntado al bombo seis espadas, seis, a los que cabe añadir a
falta de confirmación oficial un séptimo, Roca Rey, denlo por seguro, lo que
convierte ya la osadía de SC en un gran triunfo
Pero me gustaría retomar la idea de la hipersensibilidad del
mundo del toro a cualquier cambio, lo fina que tenemos la piel ante lo nuevo
sin darnos cuenta de que si formamos parte de la sociedad, si nos reivindicamos
como un arte o una cultura viva debemos evolucionar al compás de la realidad
siempre y cuando, eso es innegociable, se mantenga la esencia de la Fiesta.
Como ejemplo está el tema del bombo, que no voy a plantearlo como la panacea
del toreo ni como la vía única, pero hay que ver la de aficionados y agentes de
la Fiesta que han clamado contra las exigencias monolíticas de las figuras y
ahora reniegan de una posible solución a la cuestión. ¿En qué quedamos?...
¿Preferimos quejarnos de la rutina o abrimos al menos una rendija a la
sorpresa?... Esa postura de rechazo no es un tema aislado o actual. Buceen en
las hemerotecas y comprobarán la que se armó, la de grandes aficionados que se
rasgaron las vestiduras y abjuraron de una Fiesta modernista e inocua decían,
cuando Primo de Rivera impuso el peto en los caballos, que por cierto, comenzó
por el medio peto, como el medio sorteo de este año. No hubiese salido adelante
aquella modernidad y hoy día el toreo sería definitivamente indefendible.
Y así ha sido casi siempre. Se intentó una gestión pública
de las plazas cuando más falta hacía la inversión y se levantaron en armas, en
algunos casos los mismos que después la asumieron; se aplicó el guarismo de
nacimiento a los toros y otro tanto, hasta se llegaba a decir que la plenitud
del toro es con tres años; se intentó la creación de un organismo de defensa y
promoción de la Tauromaquia y se lo fumigaron antes de nacer y ahora, cuarenta
años después, han tenido que inventar la Fundación con objetivos semejantes.
Eso es hipersensibilidad o intereses o reaccionarismo exacerbado, un no sé qué
pero me opongo, como quieran apellidarlo, pero no es lógico y desde luego es
excesivo.
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