La figura madrileña analiza una
temporada en la que ha liderado las plazas de primera categoría.
ROSARIO PÉREZ
Diario ABC de Madrid
No hay tregua ni descanso para el artista. Sus obras no solo
nacen en la arena: también, en el pensamiento. Ahí se fraguan los tiempos, los
ritmos, la libertad del creador. No todos lo palpan con las yemas de los dedos
ni ahondan tanto cuando las zapatillas surcan los terrenos de la ligazón y los
sueños. Si lo esencial es invisible para los ojos, El Juli ha profundizado en
lo que se ve y en lo que va más allá de las retinas dentro de un año de
liderazgo absoluto en las plazas de primera categoría. No es torero de cifras,
pero los números son el espejo que mira al triunfador: veintiuna orejas y seis
puertas grandes en los escenarios de nivel.
—Dicen que esos cosos
son donde las figuras marcan la diferencia y usted parece agigantarse en ellos.
Son las plazas que más me motivan, donde me encuentro más a
gusto. Está claro que las que marcan la temporada son esas donde más cuesta
triunfar, donde hay que dar la cara y donde todo tiene una repercusión mayor.
—Si tuviese que
elegir una faena, ¿con cuál se queda?
Decir una sola es complicado. En algunas me he acercado a lo
que yo quiero como torero: en Cuenca al toro de Daniel Ruiz, la de Bilbao al de
Garcigrande, las de Zaragoza...
Analizamos esas y otras más, desgranadas en el topten de
nuestra web, con la Tauromaquia de El Juli de puño, muñeca y letra, obras que
sobrepasan «lo cotidiano» en su primera temporada junto a Luis Manuel Lozano:
«Ha sido muy positiva. Estoy feliz».
—Una palabra condensa
sus faenas: profundidad, mezcla de sabiduría y alma. ¿Cuál pesa más?
Me considero una persona pasional, que siente la
tauromaquia. Para mí el toreo llega a su culmen cuando aparece ese sentimiento
interior que surge al enroscarse el toro conmigo mientras todo se ralentiza. No
tiene comparación.
Julián habla con emoción de las cumbres y su sinceridad
natural permanece para referirse a las laderas. «A veces me he sentido con
mucha impotencia –confiesa–. Quizá la tarde de más amargura fue la primera de
Albacete». Pamplona tiene una etiqueta agridulce: «Salí a hombros, pero un toro
se rompió los pitones y fue la ocasión perfecta para sacar las iras de los que
estaban esperándolo. En mi opinión, injustificadas: no es lo mismo que se rompa
los pitones a que salga un toro chico».
—¿Ser líder tiene un
precio?
Las exigencias son lógicas, pero hay gente que está
esperando para atacar.
—¿En el triunfo hay
sufrimiento?
Desde luego, porque a veces consigues el triunfo pero no la
plenitud. Cuando uno torea demasiado o no tiene la concentración necesaria o la
motivación absoluta, las corridas se afrontan de otra manera y la tauromaquia
adquiere una importancia inferior.
—¿Y el dolor de
romperse al desnudo?
Esa es una sensación única, algo maravilloso. Luego me da
hasta vergüenza estar con la gente, como si las palabras se quedaran pequeñas
para lo que he sentido delante del toro. Cuando llega esa plenitud, no hay nada
que la iguale. Te quedas roto y cuando te quitas el traje de luces sientes que
eres una persona que nunca podrá llegar a eso.
Habla el espíritu insaciable de un artista en su esplendor,
el motor pasional del pensador.
—Ha compartido cartel
con figuras y jóvenes. ¿Qué le espolea más?
Me espolea torear con las figuras que admiro y con las que
tengo una sensación de competencia. Pero reconozco que la tarde de mayor rivalidad
fue la de Albacete con Garrido y López Simón, porque, aparte de la
competitividad entre nosotros, la tenía la gente, se sentía dentro de la
batalla. Fue la tarde que vi disfrutar más al público de toda la temporada, muy
emotiva.
—¿Volverá a Sevilla
en 2016?
No lo sé. Este año no fui por mi lealtad a una idea y a la
palabra dada a mis compañeros. Pero parece que las circunstancias y la actitud
de la empresa han cambiado, y eso es muy importante. Creo que dará resultados.
—Muchos toreros no
han podido ocultar sus lágrimas en el ruedo. ¿Se ha emocionado en alguna plaza?
Me emocioné especialmente en Bilbao, no solo por cuajar así
un toro en una de las plazas más importantes de España, sino por disfrutar de
algo tan poco cotidiano. Ese es el verdadero sentido del toreo. Las orejas no
me alimentan.
—¿Y el dinero?
Ni me motiva ni justifica que toree. Si fuese por eso,
torearía 70 tardes y en todas partes donde me llamaran. Ahora mismo jugarme la
vida por dinero no tiene sentido en la mía gracias a Dios, pues la he podido
solucionar. El aspecto económico no cuenta.
—¿Le ha acompañado
alguna tarde el instinto de supervivencia?
En algunas no he tenido la capacidad de jugarme la vida.
Cuando no me he encontrado a gusto y no veía posible sacar mi toreo, no he
estado bien.
—Ha sido un año
sangriento. ¿Asustan los percances de los compañeros?
A mí sí. La tarde de Salamanca la recuerdo entre las más duras
de mi vida. Aparte de que Miguel Ángel (Perera) es mi amigo, había mucha
incertidumbre, mucho miedo, y te das cuenta de que en una milésima de segundo
puedes perderlo todo. Se sufre mucho, como si la realidad te diese un golpe en
los ojos. Sabes que por amor a la profesión puedes perderlo todo, pero a la vez
da sentido y engrandece más el toreo.
Julián enmudece en una reflexión a solas. Todo es silencio y
el silencio lo es todo: vale la pena vivir por lo que vale la pena morir. Solo
el que lo siente lo entiende. Sobran las palabras ya... Hasta que la actualidad
nos hace un quite...
—¿Qué le pediría a nuestros
políticos?
Que dejaran al margen el mundo del toro, que no lo
manipulen, que le den el sitio que merece y no lo tomen como arma arrojadiza
para ganarse votos de taurinos y no taurinos. El toro no es de izquierdas, ni
de derechas, es del pueblo. Es un espectáculo legal al que asiste quien quiere,
un espectáculo que hay que respetar, proteger y dejar que él mismo tenga la
duración que sea.
—En el país hay
incertidumbre por las proximas elecciones y los posibles pactos. ¿Se respira
también esa inquietud en el planeta taurino?
Se respira inquietud y no debería ser así. En cuestión
taurina debería dar igual qué partido político gobierne en España, pues todos
tendrían que respetar la Tauromaquia. Habrá mucha gente de Podemos a la que le
gusten los toros y gente de derechas a la que no le gusten. Es el pueblo quien
debe decidir si quiere toros o no con su asistencia a las plazas. Este año he
visto más gente en los tendidos y más ilusionada. Y eso sin entrar en lo que
genera medioambientalmente, económica y culturalmente, porque si fuera por esos
aspectos lo último que debería pensar este país es tocar y atacar un
espectáculo que genera tantísima grandeza y riqueza. Nunca debería hacerse. En
un país donde hay problemas de economía es ilógico que un espectáculo que
genera tanto dinero sea el ojo del huracán en la política. Hay verdaderos
problemas en los que trabajar por España. Solo pido que no creen un problema
donde no lo hay.
–Se ha puesto en
marcha la Fundación del Toro. ¿Es un faro para dar luz frente a tanta sombra
enemiga?
Es lo que estábamos pidiendo, una entidad que hiciera un
trabajo jurídico y de imagen. Tenemos que ser generosos e invertir. Es algo
absolutamente necesario en estos momentos: ha tardado mucho en llegar pero es
un gran proyecto en el que confío.
–¿Qué siente si le
llaman asesino?
Impotencia, porque es un insulto que no se corresponde a la
realidad. He hablado con antitaurinos que tienen un concepto manipulado y
equivocado, y cuando se lo explicas y lo conocen, cambian de opinión. El
verdadero problema del mundo del toro es la comunicación y es donde debe
avanzar. Espero que esta fundación lo consiga, porque nuestra imagen dista
mucho de la realidad.
—Desde el
Ayuntamiento de Madrid han atacado la Escuela Taurina donde nació como torero.
¡Le llevarían los demonios!
Me parece una demagogia tremenda que entre un partido y que
su primera medida sea quitar sesenta mil euros a la Escuela, cuando el mundo
del toro genera millones de euros.
—En contraste,
Cultura le ha concedido el premio de Tauromaquia.
Me alegro por la Escuela. Independientemente de que guste o
no, no podemos negar la cultura de nuestro país, porque nos negaríamos a
nosotros mismos.
Orgullo de torero que forma parte de las Bellas Artes
españolas.
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