PACO AGUADO
Perdemos gentes y perdemos terreno. En los últimos días,
unos cuantos hechos nos han hecho ver que, por ley natural o política, el toreo
va cediendo más terreno en la batalla, que se nos van para siempre militantes
de enorme valor, que abandonamos posiciones que algún día llegaron a parecer
inexpugnables y, aún más, que en la lucha por la supervivencia hasta dentro de
nuestras filas se trabaja en contra de nuestra propia credibilidad.
Y como lo primero son las personas, hay que hablar de la
muerte de Javier de la Serna, uno de los hijos del legendario Victoriano, un
personaje fascinante, un titán del vitalismo, al que un seco infarto de
miocardio nos arrebató el pasado día 5 de noviembre.
El doctor de la Serna, hijo, hermano y tío de toreros,
patriarca de otra grey de gente valerosa y plena, murió de golpe en Colmenar
Viejo, cerca de esa plaza de toros donde hace justo treinta años él mismo tuvo
que firmar el parte médico que atestiguaba sin remedio el fallo definitivo de
otro corazón roto, el de José Cubero "Yiyo".
En un adiós multitudinario, cientos de amigos sinceros y de
familiares conmovidos recordaron los grandes momentos de una vida intensa, la
torería racial con la que, sin haberse vestido nunca de luces, pero sí de
corto, Javier encaró cada instante, sintiendo y actuando ante la lidia del día
a día con esa generosa entrega de que habló Pepe Alameda.
Aunque personas así nunca nos dejan, porque su ejemplar
memoria siempre permanece en quienes les conocieron, la muerte de este otro
gran De la Serna es una baja importante en las filas del taurinismo más
auténtico, ese que ha ido pasando tristemente a la retaguardia de un sector
encogido ante una sociedad que ha dejado de respetar unos valores que, pese a
quien le pese, siguen estando vigentes y de los que Javier fue un gran ejemplo
en su trayectoria personal y profesional.
El antitaurinismo nos come el terreno cada día, como está
pasando en esas islas Baleares que hasta no hace tanto fueron un bastión del
toreo. Pero, pasados ya los tiempos gloriosos de ese bellísimo Coliseo
mallorquín, donde se daban casi tantos festejos como en Las Ventas, llegan
ahora las consecuencias de tanto abandono por parte de la casa Balañá y sus
acólitos salmantinos.
Los miembros locales del desnortado PSOE y los radicales de
la izquierda nacionalista han visto por fin el momento de atacar, con el
enemigo anulado por tanta dejadez de décadas, para conseguir, como parece
inevitable, la prohibición de las corridas de toros en mitad del Mediterráneo.
La cuestión es que ahora, antes de demonizar como se merecen
a los abolicionistas, hay que saber quiénes han sido los verdaderos
responsables, los que han dejado al toreo mallorquín a los pies de los caballos
del antitaurinismo a través de ese dilatado proceso inoperancia que ha llevado
a que los toros, en pleno siglo XXI, tengan una presencia menos que testimonial
en esas islas que, tras Cataluña, son ya otra causa perdida.
Cada día que pasa, a medida que se van perdiendo batallas
sin apenas resistencia, es asombrosa la evidencia de que el mundo profesional
del toreo aún no ha llegado a ser consciente de verdad de la gravedad de la
situación por la que atravesamos, y de que con cada paso atrás se van reduciendo
hasta el mínimo las posibilidades de futuro de este espectáculo.
Y no sólo por esa falta absoluta de reacciones contundentes
y rápidas que exige el acoso antitaurino que llega ya desde las mismas
instituciones públicas, sino también, y sobre todo, por la errática y ciega
actitud mostrada a la hora de manejar el desarrollo del negocio taurino. Pues
es desde dentro, como un cáncer con ramificaciones, como se está minando la
propia credibilidad de un rito cuya única baza de pervivencia en esta sociedad
digital y superflua es precisamente su atávica autenticidad.
Por eso no es de recibo que una figura como El Juli se
permita el absurdo y, en el fondo, caro lujo de reseñar una corrida tan
menguada como la de Fernando de la Mora en su vuelta a la Plaza México, el
escenario al que tanto debe su carrera desde sus años de novillero.
Por mucho que el esfuerzo añadido le granjeara el triunfo al
maestro de San Blas, la credibilidad de la señalada cita de la Monumental, ante
30 mil espectadores defraudados, cayó en picado desde el mismo momento en que
el error se difundió orbi et orbi vía internet a todos los rincones de este
pequeño pañuelo global que es el planeta del toro, al que hechos de este tipo
merman el ánimo y la moral por la vía de la decepción.
Son así demasiadas las derrotas y pocas las victorias en
esta lucha por la supervivencia, en este saldo de mayores pérdidas que
ganancias que reduce la esperanza, mientras que algunos héroes silenciosos
siguen luchando férreamente contra la adversidad de la sangre.
Ejemplos de tenacidad, sufrimiento y entereza como los de
David Mora, Miguel Ángel Perera y Saúl Jiménez Fortes son los que estos días se
nos ofrecen como alternativa para seguir pensando en positivo. Para servirnos
de inmejorable referencia para intentar salir victoriosos en estos tiempos
difíciles.
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