martes, 16 de agosto de 2011

SEMANA GRANDE EN SAN SEBASTIAN – SEGUNDA CORRIDA: Vuelve a escena el "toro de San Sebastián"


Bella pero desigual corrida de Juan Pedro, discreto y digno retorno de El Tato, sólo cosas sueltas de Morante y un Daniel Luque en son embalado, suficiente y provocador.
BARQUERITO

Primero fue un bello toro burraco: largo, bajo de agujas, cortas las manos, la cara por delante. Idéntico al toro de Veragua disecado por Sotomayor del Museo de Ciencias de Madrid. Pronto el galope, notoria la bondad. No iba a ser tarde gloriosa de los picadores. Los toros cobraron pero apenas sangraron. Ese primero cobró infaustamente y, sin embargo, resistió sin resabios. El Tato se templó en lances largos por la mano izquierda. Le costó más sujetarse por la otra. Llevaba sin vestirse de luces diez meses y en el trato con el toro se dejó sentir la ausencia.

Muchas cosas le dijo El Tato al toro, como si hablara con él. “¡Oye, mira, jé…!” A la voz, que en el ámbito de Illumbe suena como un chasquido de frontón, quiso el toro tanto como a los engaños. Dócil y pronto. La gente estaba fría, como en todo primer toro de la corrida que sea. El Tato empezó por alto, se salió a casi los medios, tocó por las dos manos, abrió llamativos huecos por las dos y, secretos de oficio, no se dejó enganchar ni los flecos. Un seco molinete, dos soberbios pases de pecho. Cuando se echó por delante el toro, respiró El Tato a gusto. Igual que el público, el toro se enfriaba en las pausas, hizo amago de recular dos veces –muy reunido de manos las dos- y hasta hizo una escarbadura. Como un borroncito. Feliz con la espada El Tato: una certera estocada y rodó sin puntilla el toro de este retorno, que tuvo la dignidad suficiente. No sería cómodo volver a verse en un patio de cuadrillas esperando el tararí. Aunque fuera una de las más bonitas corridas de Juan Pedro Domecq vistas este año. Bonita pero seria. En tiempos se habló de un “toro de San Sebastián” tanto como del “toro de Bilbao”, tan dispares. Pues ésta fue la versión actualizada de aquel toro perdido.

El segundo, con el hierro de Parladé, se jugó, como todos, con divisa negra en señal de luto. Cuatro meses después de la muerte de Juan Pedro se guarda duelo. Un toro acucharado y estrecho, algo montado, negro, enmorrillado. Morante lo recibió de capa sin redondear pero con primor de sello propio. Encelado en una primera vara severa, salió arrollando el toro a querencia, Morante renunció al quite. Después de la segunda vara, salió al suyo Daniel Luque. El quite de Luque fue precioso: tres chicuelinas con son de lance mayor, media verónica de gran ajuste y una larga templada tirando del hocico del toro. El desmayo de Luque al enredarse y al soltar toro fue impresionante.

El toro fue a la hora de retratarse otra cosa: pegajoso, buscaba por debajo al salir de suerte. Morante lo acarició en los muletazos de tanteo con la derecha. Luego no se dejó el toro acariciar. Una salida perseguida, Y dos preciosos muletazos para avisar de que estaba acabada la función. Los protestaron. Media estocada echándose Morante por la borda.

Con el alma caliente, y colgado del cuello el cartel de, digamos, torero del verano –porque lleva embalado más de un mes-, Daniel Luque salió por todas. Los dos lances de recibo del tercero tuvieron etérea cadencia. Muy singulares. Luego, sueltos los brazos, no hubo tanto encaje porque el toro, belicoso, atacó con chispazos. Un puyazo trasero. Y un quite acompasado de tres verónicas, por la mano izquierda las tres, media culebrera –no se soltaba el toro- y un recorte campero de torero listo. La faena tuvo fuerza para calentar a la gente. Más fuerza que orden, porque fue de cambios de criterio pero sin criterio preciso: mucho más claro el toro de largo que en la corta distancia, pero Luque se puso donde le apeteció sin pensar en eso. Sino empeñado en adornarse con esa teatral maravilla que es el cambio de mano por delante. No consintió el toro, revuelto por sistema en esos trances. Cites en uve o con la panza: de las dos cosas hubo. Y un vivo bullir: el molinete ligado con el de pecho en tanda así de original. La banda tocó a compás el Martín Agüero. Un metisaca y media en los bajos: un chasco.

Acodado, de cuello formidable, el cuarto, crujido en una vara de dos agujeros, fue toro tardo, de los que se agarran al piso y se lo piensan. Hasta apalancarse. No era fácil tirar de él, algunas palmas de tango castigaron la porfía, de muletazos sueltos y viajes muy cortos del toro, pero una estocada caída y un certero descabello fueron la pipa de la paz. Colorado ojo de perdiz, el quinto era el bombón de la corrida y, como si lo supiera de antemano, Morante le sacó los brazos y, de vuelo en vuelo, le ligó de salida diez lances de lindo ritmo resueltos en un palmo de plaza. Después de picado, el toro claudicó, y no hubo quites. Ni de Morante ni de Luque. Los primeros muletazos de Morante, y muy de Morante, fueron pequeños poemas. Un intento en la distancia. Pero vino el toro con la lengua fuera y malos apoyos. Perdía las manos. Unos cuantos pases de caligrafía, casi toreo de salón, pero a la tercera claudicación casi seguida la gente se puso a reclamar. Tres pinchazos, un descabello, el puntillero sin puntería y a Morante le cayó la bronca más tonta del año.

La corrida iba a su hora. A las ocho menos veinte se soltó el último. Todos estaban con Luque, que se envolvió en un prolijo racimo de lances de saludo. Los hubo de arte y de brega, barrocos y simples. Fijo pero algo engallado, noble pero mirón, el toro salió menos sencillo de lo anunciado en un primer tanteo fácil. Luque resolvió montar una faena de péndulos: encajado entre los cachos del toro, la muleta en columpio, y el toque justo para tirar del toro. Pero no llegó a haber dos muletazos ligados propiamente. De nuevo quiso Luque sacar como fuera un cambio de mano, pero protestó el toro. Uno de pecho para firmar la serie fue precioso. Un desarme convertido en un desplante: recursos. Un pinchazo, media estocada. Todos a casa.

FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Juan Pedro Domecq. El segundo, con el hierro de Toros de Parladé. De armónicas hechuras, cumplidores en el caballo, de general nobleza. El primero, de gran bondad, y el tercero, de mucha viveza, fueron los de mejor nota. Pegajoso el segundo; tardo el cuarto; claudicó el buen quinto; encogido el sexto.
Raúl Gracia “El Tato”, de azul marino y oro, saludos en los dos. Morante de la Puebla, de negro y oro, pitos en los dos. Daniel Luque, que sustituyó a Cayetano, de marfil y oro, saludos y saludos tras un aviso.
San Sebastián. 2ª de Semana Grande. Menos de media plaza, Templado, estival, desplegado el párpado de cubierta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario