Buena tarde del torero extremeño en Illumbe. Dos faenas de temple empañadas por un exceso de pausas y paseos. *** El Juli y El Cid se entienden con dos toros nobles.
Nuevamente Talavante cuaja brillante actuación en Illumbe, en sustitución del lesionado Manzanares, cortando una oreja, que bien pudieron ser otras, si no falla con el acero. |
BARQUERITO
FUE, DE LOS DOS HIERROS DE los Hernández Escolar, la corrida de más carnes de las cinco vistas en Semana Grande. Ni la de mayor ni la de menor trapío. Y la que más embistió. Un segundo de mucho corazón que, en frase muy de ganadero, “quería cogerla”: la muleta. Y la cogió y repitió viajes para volver a hacerlo. Un tercero de espléndido remate: pinta atigrada, casi 600 kilos, quilla y culata, más serio cuajo que ninguno de los otros. Toro bravo y noble, de son, y el solo de escarbar al cabo de larga faena separada por cargantes pausas. Y un sexto corto de cuello: menos lindo que segundo y tercero, porque era anchísimo. Pero de más que notable motor. Duraron mucho y bien esos tres toros, los tres se emplearon en el caballo y galoparon en banderillas y, en fin, punto de gracia, el sexto hizo la salida de varas que es seña de identidad de los toros de nota: descolgado y al galopito, metido ya en el engaño.
Los lotes de la corrida estaban mal ajustados y eso salía de ojo. En el lote de El Juli se juntaron los dos toros de la desamortización: es decir, los dos que no cuadraban y que, en rigor, deberían haberse abierto. Un primero acucharado y sacudido que no aparentaba su peso oficial; y un cuarto que estaba a punto de cumplir los seis años del tope reglamentario, apaisado pero no particularmente ofensivo, de aire boyancón, muy abundante –más de 600 kilos, bueno ¡y qué…!- y de hechuras infalibles: con esa traza no hay toro que embista y éste no embistió.
Había, por lo demás, un quinto de chotuna lámina, chato y regordido, amoruchado el aire y que hizo mansa salida: asustado, acalambrado. Era el toro de matute. Como habían embestido tanto y tan en serios dos de los cuatro jugados por delante, este quinto, que escarbó y parecía dispuesto a echarse a triscar, desató las iras de los que sintieron que se había cambiado de canal y onda. El párpado de cubierta estaba casi cerrado y la protesta pareció, sin serlo, una bronca mayúscula. El palco sacó el pañuelo verde.
Y entonces salió un sobrero que, lavadito, lampiño y despapado, parecía pariente del segundo de corrida, que había sido de los buenos. Este sobrero no fue ni bravo ni manso ni bueno ni malo, pero escarbó, se apoyó en las manos –que es lo que hacen los toros que empujan pero no embisten- y pegó arreoncitos y hasta arreones. No violentos, como son los arreones de los mansos, pero sí protestando. Se empotró contra un caballo de pica, reculó. Toro de los que, dicen los toreros, “no sirven”. Ni dejan de servir.
La suerte se rifa y Talavante, sustituto de Manzanares, se llevó el lote de la corrida y de la Semana. El lote de Manzanares. El Cid cumplió con su costumbre de llevarse del sombrero de los sustos un toro excelente. El Juli no tuvo propicios los hados. La inteligencia de Julián –resolución, el terreno y la distancia adecuados- encontró el fondo bueno del primero, que lo tenía, pero había que buscarlo con linterna. En tarde de largas faenas, y de faenas de tandas casi calcadas, el final de la primera de El Juli –breve, poderosa, sin falsilla- fue la aguja del pajar y la fuente del oasis. Una trinchera ligada con un natural, el natural con un molinete y el molinete con el de pecho. Y en un instante, igualado el toro, y una estocada trasera y tendida.
Los cinco soberbios muletazos de pitón a pitón en los medios con que decidió Julián cerrar y a la vez cortar faena con el cuarto –el malo de esta película- no fueron del gusto de la mayoría. Ni el caviar a veces. ¿Un Juli algo cansado? Tal vez. Iba a haber toreado este año menos que otros, pero no para. Y un 18 de agosto, torcida la suerte de una corrida de su ganadero de cámara –Justo Hernández-, cuesta disimular ese fastidio tan de verano.
Trabajó mucho El Cid con el segundo, que se venía caliente siempre, estuvo bien colocado, lo pasó muy deprisa, se encajó cuanto pudo, no se animó a romperse con el toro del todo, se fue desinflando y mató de buena estocada. Lo que viene haciendo El Cid hace ya tiempo es matar muy bien los toros y torear con la mano derecha mejor que con la zurda. El sobrero lo pilló a contrapié, la tarde ya estaba salvada de sobra y hubo trasteo jacobino, un desarme desairado y, desprendido, un sopapo.
La gente y no sólo la suerte estuvo con Talavante. Firme y bien colocado, poderosos los muñecazos que rematan muletazos como si se abriera o cerrara un grifo, bien jugados los codos para, en acordeón, dibujar muletazos largos que tocan al toro lo justo sin engañarlo: la técnica. La teoría del temple. Y la ligazón, llamativa cuando toreó con la izquierda en tanda de tres y el remate de pecho. Vertical, metido el mentón, en mueca la mandíbula, los pies arrastrados en las salidas de suerte, como si eso fuera un elemento de estilo. Y pausas, y paseos, y paseos y pausas, tan aparatosos que parecía que iba a tener que ir el toro a buscar a Talavante y no al revés. Cuando se encontraban uno y otro, volvía a sentirse un buen compás. El pañuelo del presidente se empeñó en castigar con música inmediata las dos faenas y hasta Talavante protestó. En nombre de la inmensa mayoría silenciosa. Y tal vez del toro. ¡No música, gracias!
Sorda, sin pasodoble de ruidoso fondo, la segunda faena de Talavante, con sus sonidos naturales –voces de reclamo, pisadas del toro, runrún de la gente- tuvo otro carácter. Pero demasiados paseos. Y remate apurado con la espada: un pinchazo al encuentro y una estocada muy contraria. O sea, caída. Como las de los rejoneadores.
FICHA DEL FESTEJO
Jueves, 18 de agosto de 2011. San Sebastián. 5ª de Semana Grande. Media plaza. Casi cerrado el párpado de cubierta.
Tres toros de Domingo Hernández -2º, 4º y 5º bis- y tres -1º, 3º y 6º- de Garcigrande (Concha Escolar). Corrida de variadas hechuras. Los tres de mejor juego -2º, 3º y 6º-tuvieron bello remate.
El Juli, de verde musgo y oro, una oreja y silencio. El Cid, que sustituyó a Leandro, de azul pavo y oro, una oreja y saludos. Alejandro Talavante, que sustituyó a Manzanares, de nácar y plata, saludos tras un aviso y una oreja.
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