Una terrorífica y
montaraz corrida convierte Las Ventas en un
patíbulo para los toreros; Uceda, Ferrera y Aguilar abandonaron el ruedo
juntos en imagen inédita.
ZABALA DE LA
SERNA
Fotos: EFE
En el último estertor, la fiera se levantó sobre su propia muerte contra el
puntillero. Lo atrapó con una saña aún indómita y le reventó la pierna en un
hachazo violento. Manolo Rubio
trataba de agarrarse a los pitones que volaban como dagas sobre su cuerpo. Ciego de furia, el victorino no obedecía a los capotes de la cuadrilla ni a la muleta
de Antonio Ferrera. Como en toda la
lidia, al fin y a la postre. Cuando Rubio
intentó incorporarse, los huesos no le sostenían. Ni la carne desgarrada. Ferrera se quedó con el toro con la
puntilla en la mano en una estampa antigua, y la masa ignorante también pitaba
descarada.
Una masa foribunda, cruel e inhumana que convirtió Las Ventas en un
patíbulo, un circo de la antigua Roma. Faltaba Nerón con la lira y los ojos inyectados en sangre. Incluso algunos
aficionados del «7», que basculan
hacía un tipo de toro que les motiva especialmente, negaban con la mano en alto la ovación que la
plaza tributaba al arrastre de «Majito»,
una bestia que no quería las telas, sólo lo que había detrás de ellas.
Antonio Ferrera |
Esto ocurría en el quinto de la infame tarde. La peor y más terrible corrida
que se le recuerda al legendario hierro de Victorino desde los tiempos de Escudero
Calvo. El último también pisó el ruedo con afanes trituradores de
ponerse por delante y llevarse con las manos todo, sin pasar. Y porque la prenda
no contaba con el poder de otros... Alberto
Aguilar lo mató a la última con la ingenua honestidad de querer hacerlo por
arriba, y arreció la tempestad. Los matadores junto a sus cuadrillas, en
formación de tortuga romana, abandonaron
el ruedo en una imagen inédita ante la incomprensión.
Alberto Aguilar |
La bravura se alejó un océano de lo que Victorino Martín lidió en
Madrid. Y de la casta también.Definamos la corrida como montaraz, salvaje,
asilvestrada, prehistórica, revenida, remontada como un mal vino. La
humillación, la marca más cantada del hierro de la A coronada, no apareció por
allí, esa característica que en bueno, en regular o en peor, Victorino
ha perseguido toda su vida. ¡Y los genios intempestivos exigían el toreo
de hoy! ¡Qué vuelva Guerrita si esto queréis!
El bajo tercero todavía recordó a la vieja casta de albaserrada porque descolgó como ninguno, aunque lo del caballo
como que no, en una fea pelea de derrotes. «Vengativo»
se encontró con un fenómeno como Rafael
González con el capote. Y luego con un
torero dispuesto como Aguilar.
Repetía como una bala en la muleta, como para sacarte el aire. Mas en esas
repeticiones se traía el veneno de hacer hilo que fue desarrollando. Un golpe
de viento enseño la presa humana, y el victorino
ya no paró de perseguirla. Alberto
le ponía la izquierda incluso y aquello se revolvía. En un segundo, cuando ya
tocaba la hora de matar, el matador perdió pie y, por fortuna, el toro la
emprendió el trapo. No se sabe si entonces fue cuando se cortó A.A. con la espada en el gemelo. La
velocidad de los puñales era tal que se hacía inapreciable el puntazo que también
encontraron en la enfermería. La pelea tremenda y merítisima al menos le pareció
a la masa merecedora de una ovación.
Uceda Leal |
Ni eso para Ferrera, que anduvo
hecho un titán y un profesional como ahora mismo no hay con un victorino acaballado, largo como un tren
de mercancías, al que mostró en el peto y con metros como lo que no era: bravo.
Arrancarse para pirarse -como en la segunda vara-, no empujar, no apretar, no
meter los riñones, hacer sonar los estribos... ¡De qué hablamos! De que
fue tres veces. ¿Y la puja como fue? La lidia de A.F. se antojó magistral. El tercio de banderillas lo planteó muy
en corto. Y la faena muy inteligente en los terrenos del «2». El sentido del torazo era el de un sónar. Cómo se venía por
dentro y a la altura de la cadera; a Ferrera
casi le superaba en estatura. Qué valor y qué oficio el de este tío. Y cómo le
ganó la cara y la guerra con los palos y con la muleta por abajo y por los
costillares al sangriento quinto, que cambiaba de marcha y apretaba en cuanto olfateaba la carne cerca.
El golletazo último debió agarrarlo Antonio
antes. Pero el marrajo le cerraba las salidas.
Decir que los de Uceda fueron
los menos malos no es afirmar que fueran ni mucho menos buenos (más bien
mentiroso uno y moruchón otro) en aquel desembarco de Normandía de la victorinada. Pero desde el minuto uno
Las Ventas tomó partido por las defensas alemanas en lugar de por los aliados.
Si alguien me viene con que allí nadie se aburrió, se encontrará con el
vozarrón de Fernán-Gómez: ¡Vaya
usted a la mierda!
FICHA DEL FESTEJO
Monumental de las Ventas. Viernes, 6 de junio de 2014. Vigésima de feria. Lleno. Toros de Victorino Martín, muy serios,
cuatreños, de diferentes tipos y hechuras, muy desiguales; bajo y astracanado
el pronto 1º, de venirse y nunca irse sin humillar; acaballado el enorme y largo 2º, vivo y orientado también sin
descolgar; un 3º encastado, repetidor y
humillador que desarrolló terrible sentido; un 4º de finos hocico y puntas,
mansote a su altura; una fiera corrupia el infumable 5º; malo un hondo 6º que
todo lo hizo obre las manos sin poder..
Uceda Leal, de terciopelo negro y
plata. Pinchazo a toro arrancado y estocada (pitos). En el cuarto, dos
pinchazos y estocada (silencio).
Antonio Ferrera, de tabaco y oro. Pinchazo
y estocada atravesada. Aviso (aplausos). En el quinto, cuatro pinchazos y
golletazo delantero (pitos).
Alberto Aguilar, de azul turquesa y
oro. Dos pinchazos y media estocada
(saludos). En el sexto, siete pinchazos, media estocada y dos descabellos
(silencio).
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