viernes, 11 de abril de 2014

DESDE EL BARRIO: Vicios y penitencias

PACO AGUADO

Uno de los grandes lastres para el desarrollo del espectáculo taurino en los últimos años en España es la ciega codicia de las propiedades de las plazas de toros, ya sean públicas o privadas, que ha derivado en casos tan palmarios como los que han salido a la luz en las últimas semanas.

Y es que las leoninas y a veces demenciales exigencias de las administraciones públicas y de las sociedades de propietarios para con los arrendatarios de sus cosos han ido creando a lo largo de este siglo una generalizada situación de inestabilidad empresarial que afecta directamente al desarrollo normal de la temporada, además de desbordar contra toda lógica los ya de por sí elevados costes de producción de los festejos.

Nadie desde dentro del sector –y menos las grandes empresas– ha alzado nunca la voz ni ha planteado una política de defensa contra estas prácticas abusivas de las propiedades de las plazas, sino que, más bien al contrario, fueron los propios empresarios los que alimentaron su codicia de manera suicida, pujando al alza y casi siempre con dineros ajenos a la propia Fiesta, durante los locos años de la burbuja inmobiliaria.

Y de aquellos barros llegan ahora estos lodos, en unas semanas en las que se han podido comprobar con crudeza las nefastas consecuencias que para los propios cosos, y para sus aficiones, ha tenido la irresponsable avaricia de los dueños del garito. En ese sentido, los recientes casos de Mérida y Córdoba resultan paradigmáticos, por no hablar del ya conocido de Jaén o, en otro palo, el de la plaza de Burgos, en manos ésta de un ayuntamiento de reconocida inoperancia no sólo taurina.

En Mérida, capital de Extremadura, la sociedad propietaria ha decidido no prorrogar al frente de su plaza a la empresa Lances de Futuro, de José María Garzón, cuyo serio trabajo en los últimos dos años había conseguido sacar a flote un coso que se hundía prácticamente en el abandono y que se alejaba cada vez más del circuito de la temporada. Pero ahora, con subvenciones de por medio y el público recuperado, seguro que querrán sacar tajada del trabajo ajeno en el año del centenario de una plaza levantada sobre un templo romano.

Por su parte, en Córdoba, coso de primera en el reglamento, la propiedad ha tenido que salir al paso de los impropios carteles que una empresa sui generis le había presentado para la próxima feria de la Salud. Pero que no se engañen los caseros cordobeses: las combinaciones no son sino la consecuencia directa de los errores que ellos mismos han ido acumulando durante años en una plaza que alquilan a precio de palacio –por mucho que hayan bajado sus pretensiones – y, además, reservándose en exclusiva las mejores habitaciones. O sea, el tendido más caro.

Claro que más delito tiene lo de Burgos, un coso de propiedad pública que si el alcalde  no ha conseguido derribar como quería para contentar a los especuladores, ahora quiere arrasar concediéndoselo muy sospechosamente a una empresa morosa y reconocida por su pésima gestión en otras ciudades. El caso, que está en los tribunales tras la denuncia del empresario Carlos Zúñiga, es sólo un paso más del proceso de desintegración de la que fue la mejor feria de Castilla.

Pero, lamentablemente, no son éstas las únicas plazas españolas sometidas al avaricioso capricho de sus propietarios, lideradas, cómo no, por esa joya sevillana tiranizada con guante blanco por los maestrantes. Son muchos más los recintos que sufren este vicio privado de la codicia de sus dueños, cuyas consecuencias paga el toreo públicamente con la degradación del espectáculo y la tergiversación del que debería ser limpio juego de contrataciones.

El problema añadido es que esa avaricia de las propiedades ha roto ya el saco de muchas plazas que están al borde del cierre por defunción, prácticamente cerradas o sin apenas más festejos que los testimoniales de cada feria.

Para asegurarse el pan, caro, de hoy los propietarios están apostando irresponsablemente por el hambre de mañana en unos recintos que, de no remediar la situación, terminarán dejando a merced de la piqueta, que si no ha entrado ya en acción en muchas de estas plazas se debe únicamente a que el ladrillo ha dejado de ser la principal moneda de cambio del país.

Ninguna de estas sociedades ha caído en la cuenta de que la economía española, y por ende la del toro, ya no es la de los años de las vacas gordas, y que han de bajar los arrendamientos y las exigencias para seguir manteniendo sus plazas en rentabilidad a medio plazo, para lo que también se necesita dejar margen de trabajo a empresas, como la de Garzón, que ayuden a mantenerlas operativas con un mínimo de garantías.

De manera silenciosa, sin que nadie incida en su compartida culpabilidad, esas sociedades de propietarios, en las que siempre cuenta más el voto del avaricioso, y tantos ayuntamientos prevaricadores son hoy por hoy unas de las principales amenazas internas del sector. Y, tal vez, dentro de las buenas intenciones del plan del Ministerio de Cultura, una de las prioridades debería ser el establecimiento de una serie de medidas de control para estas entidades que, sin ningún tipo de responsabilidad establecida, tienen en sus manos el futuro del toreo en muchas ciudades de España.

De no ser así, los siempre tan quejosos empresarios taurinos, en vez de caer una vez tras otras en la trampa, siempre se pueden aplicarse para atajar el problema esa vieja frase española que dice que contra el vicio de pedir está la virtud de no dar.

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