PACO AGUADO
Mientras que los más desahogados de acá y de allá competían en las redes
por ver quién era mejor discípulo de García Márquez –que debía estar
removiéndose en su féretro antes de entrar al crematorio– se nos echó encima el
Domingo de Resurrección más confuso de las últimas temporadas españolas.
Competían esta vez, como en tantos otros campos, Málaga y Sevilla, dos
ciudades encaradas durante siglos. Ahora por lo que ya saben: los dos líderes
del G-5 anunciados mano a mano en La Malagueta para barrenar el puyazo a la
Maestranza, donde, por compensar la afrenta de los fugados, a Canorea y a su
cuñado sólo se les ocurrió soltarles una corrida de Miura a dos chavales de
Gerena.
En principio, el morbo del taurinismo estaba servido, y no tanto por lo
que pasara en la arena, sino por el aspecto que podían presentar los tendidos
de cada plaza. La taquilla era la clave de un pulso demasiado forzado, hasta el
punto de que los interesados todavía le dieron una vuelta de tuerca más al
asunto cuando el domingo por la mañana conocieron el aforo real que se había
convocado en cada coso.
En La Malagueta, aunque ya una vez comenzada la corrida y con huecos a
la vista, se puso un sospechoso cartel de “agotadas las localidades”, mientras que en Sevilla
dicen que se cubrieron tres cuartos del aforo, y todas las expectativas, por
mucho que se vieran claros en sombra y
que hasta la ahora del paseíllo circularan entradas muy “asequibles” de mano en
mano de reventas y de gentes cercanas a los toreros.
En un manido juego de pícaros, escondiendo cada bando sus propias cartas
marcadas para engañar al contrario, al final sólo consiguieron engañar a los
que se dejaron. Es decir, que, por suerte para todos, hubo gente suficiente
para que las dos plazas andaluzas
mostraran un aspecto excelente, a pesar de la lluvia que se hizo presente en el
sur el último día de la Semana Santa. Pero nadie se impuso a nadie.
Lo peor fue lo del ruedo: una seria y mala corrida de Miura en Sevilla
para Escribano y Luque. dos toreros que no pasaron de voluntariosos, como era
de esperar; y un lote de poco fondo y muy justa presencia en Málaga para restarle
méritos a la calidad de Morante y al poder de El Juli, que en el pecado de la
elección llevaron la penitencia de no triunfar.
Claro que ya la forzada y extraña ocurrencia de celebrar el 99
aniversario, que no el centenario, del desastre que supuso el primer mano a
mano entre Gallito y Belmonte en esa misma plaza era ya de por si un sinsentido
que pareció imprimir un idéntico carácter de decepción a la cita malagueña.
Esta vez los toros no se cayeron, como los “murubes” de aquel 28 de
febrero de 1915, pero parece que en cuanto a presencia también dejaron que
desear, a tenor de lo que cuentan las partes sin intereses en el asunto.
Y ese puede que sea el verdadero quid de la cuestión: la confusión
sembrada en los medios, los dispares y contradictorios comentarios, la opacidad provocada por ese
juego de intereses malsanos y excluyentes que está marcando el caótico inicio
de la temporada en España y que perjudica directamente a la propia Fiesta.
A tenor de los hechos, que nadie venga ahora a ponerse la medalla de la
defensa del toreo en esta absurda guerra de poder. Y menos aún políticos como
la verbenera Esperanza Aguirre, que en el pregón taurino de Sevilla volvió a
marcarse el típico discurso patriotero
que tanto daño hace a la tauromaquia de cara a la sociedad, porque pretende
identificar exclusivamente el gusto por el rito taurino con una sola ideología,
la suya, negándole su condición universal y usurpándole al pueblo su
pertenencia.
Porque lo curioso del caso es que unas horas después de la diatriba de
la política madrileña, y pese a la lógica solicitud de la Unión de Abonados de
Sevilla, en la Puerta del Príncipe seguían un año más las mismas dos o tres
docenas de antitaurinos a los que la delegación del Gobierno da permiso para
insultar y agredir a los aficionados.
Nada que ver con el caso de las miles de personas que se manifestaron
veinticuatro horas antes a las afueras del anfiteatro romano de Arles, en una concentración cívica
que no ha tenido apenas eco ni en los medios taurinos españoles. Pura paradoja.
Y entre tantos mensajes contradictorios de este domingo, Antonio Nazaré
se fue sin premio de Las Ventas, tras cuajar tres buenas tandas de naturales
entre la fría piedra de una plaza antes decisiva y ahora abandonada a su suerte
en plena ceremonia de la confusión.
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