viernes, 10 de enero de 2014

DESDE EL BARRIO: Cuadrillas demonizadas

PACO AGUADO

Muchos de ustedes ya sabrán, a través de las redes sociales, del grave altercado protagonizado el pasado 31 de enero entre el banderillero Fernando Galindo y el periodista Vicente Zabala de la Serna. El resultado físico de la pelea fue de erosiones y contusiones para el compañero y un "chirlo" de 23 puntos de sutura en pleno rostro del subalterno, producido por el golpe con un vaso de cristal.
 
El asunto está denunciado por ambos, a la espera de vista, por lo que preferiría no ser yo, ni debo hacerlo, quien juzgara ni entrara en los motivos de tan lamentable suceso. Los dos son viejos conocidos de quien suscribe, y me duelen por igual tanto las heridas físicas como las anímicas que, tras el calentón, ambos han estado intentando curarse en estos días pasados que dicen de paz y amor entre los hombres.

Pero el caso es que, a tenor de casos como éste, es evidente que el toreo en España anda demasiado tenso. Y no lo digo sólo por las peleas y las agresiones, que de esas hubo y habrá siempre entre los hombres de sangre caliente del toreo, sino por la palpable y generalizada crispación que se vive en un mundillo que no acaba de encontrar los urgentes puntos de encuentro para afrontar la salida de la crisis.

La crisis, la tan repetida y manida palabra, es la que genera esta alta tensión ente quienes, en vez de remar en una misma dirección, aplican la egoísta máxima de "maricón el último" para intentar escapar de la ruina previsible. Y todo entre un ambiente de incomprensión y acusaciones mutuas que está llegando a ser ya irrespirable.

Es en las redes sociales que han dado difusión al suceso vivido en ese mismo barrio que da nombre a esta sección donde mejor puede apreciarse ese agresivo estado de ánimo de las gentes del toro, ya sean profesionales o espectadores y comentaristas, tal y como se demostró, sin ir más lejos, a raíz de la reyerta entre el torero y el periodista.

Esa misma noche de fin de año las redes sociales del toreo eran literalmente un hervidero de mal rollo, plagadas de mensajes violentos y de graves descalificaciones, casi todas gratuitas y sacadas de contexto, para el colectivo de picadores y banderilleros, por aquello de que Fernando Galindo es el máximo representante de su sindicato profesional.

Pero tal animadversión hacia las cuadrillas no la provocaba únicamente la agresión de su secretario general al conocido periodista del diario El Mundo, sino que ya lleva tiempo latiendo entre ciertos estamentos y círculos de poder del espectáculo, así como entre ciertos aficionados que han "comprado" su mensaje torticero y demonizador. Ese que se empeña en convencernos de que los sueldos de picadores y banderilleros son muy altos y de que hay que reducir los puestos de las cuadrillas en los festejos menores para poder hacerlos rentables.

Como si no existieran otros gastos de organización infinitamente mayores para reducir que el "chocolate del loro" de los 250 euros (unos 4 mil 500 pesos) de un banderillero en una novillada sin picadores…

El mensaje, tan inexacto como injusto, para justificar la negativa a firmar el convenio colectivo, ha calado profundamente en un mundillo que, como la mayoría de la sociedad española, se ha hecho cobarde e insolidario, incapaz de entender los problemas de los demás por temor a que se agraven los suyos, que prefiere acaparar dos mendrugos de pan duro que compartirlos.

Y así, mientras en esta crisis los ganaderos intentan mantener a duras penas un patrimonio genético y agrícola casi insostenible a los precios actuales, o los empresarios de segunda y tercera intentan buscar siquiera un mínimo beneficio en su gestión, picadores y banderilleros pretenden únicamente defender sus puestos de trabajo y el salario mínimo que les permita sostener sus hogares. No parece que sea algo difícil de entender.

Pero lo curioso es que, a pesar de sentir muy directamente en su economía la reducción de festejos –grandes subalternos que no van fijos en ninguna cuadrilla apenas han pasado últimamente de las quince o veinte actuaciones por temporada–, los hay que siguen empeñados en achacar muchos de los actuales males de la Fiesta a este colectivo cuyo único pecado, con sus aciertos y sus errores, es permanecer medianamente unido en defensa de sus derechos.

Y digo medianamente porque el humano miedo a la crisis, a la falta de empleo y de ingresos para cubrir las necesidades básicas de sus familias, está llevando a muchos de ellos a ceder su dignidad y a practicar la competencia desleal frente a los compañeros que se mantienen firmes.

Intentando evitarlo, trabajando simplemente por su colectivo, me consta que Fernando Galindo, y algún otro de esos "sindicalistas", como algunos despectivamente les califican, lleva sufriendo en su carnes no sólo vetos y desprecios de algunos empresarios sino también agresiones físicas, que no han trascendido tanto, por parte de picadores y banderilleros expulsados de la Unión por sus reiteradas muestras de insolidaridad y de respeto a la profesión.

Pero el sino de los tiempos es duro para las clases medias y bajas de esta sociedad que antes llamaban del bienestar. La moda impuesta por la gran patronal, la banca y las financieras que dominan el mundo es la vertiginosa reducción de los derechos de los trabajadores que se conquistaron con tantos años de sangre y de lucha. Y el mundo del toro nunca ha sido ajeno a las pautas de cada momento de la historia.

La tendencia también es esa para este espectáculo, si nadie es capaz de frenarla. Pero entonces, habría que pensar en que si se reduce a los mínimos la dignidad profesional de todos sus estamentos, si no se valora en su justa medida el hecho de jugarse la vida con un toro con gallardía y buen oficio, ya sea una figura del toreo o un humilde banderillero sin caballos, este rito perderá brutalmente la calidad que necesita para seguir avanzando en una sociedad que cada vez tiene menos espejos en los que reconocerse.

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