viernes, 17 de enero de 2014

DEFENSA DE LA FIESTA - "LO DE LOGROÑO": Dialéctica de los Puños (I)

JAVIER VILLÁN PORTOLÉS

El lio que se ha montado estos días con lo de Viña Pe, donde yo tomo buen clarete cuando voy al teatro Español las noches de estreno, me ha hecho reflexionar no sin cierta nostalgia sobre mis memorias taurinas.

Como subrayaba el otro día mi compañero y, sin embargo, amigo, Zabala de la Serna el mundo taurino está lleno de contradioses y tantarantanes. Los toreros, que tienen el cuerpo hecho a las cornadas, no tienen la mente abierta a la crítica salvo gloriosas excepciones. Tienen carne de perro y espíritu de cristal.

Me lo recordaba Zabala Portolés un día en Sevilla, cuando le advertí que los picadores  tenían ganas de "ajustarle las cuentas", precisamente por un artículo que había escrito yo en el que ponía a parir su huelga la tarde en que «Cabatisto», que Barroso dejó sin picar,   mató a Manolo Montoliú, infortunada coincidencia.

Como  nadie me conocía, hablaban sin pudor cerca de mí en la Puerta del Príncipe y, según ellos, Zabala padre, siempre comedido, había puesto en entredicho el honor de Sevilla que, se lo "había dado todo". !!Todo!! remachaban rencorosos, subalternos y varilargueros. Se lo conté a Vicente, padre, y me dijo: "Javier, nunca te agradecerán un adjetivo elogioso; pero te reprocharán cualquier juicio que no los ponga de dioses para arriba". Y aventuró con cierta retranca: "Enrique, además de grande, es un caballero". Andaba yo en aquellos momentos muy poco proclive a la tauromaquia poncista, aunque lo de caballero, comprobado después en múltiples ocasiones, lo decía todo el mundo. Y remató el cronista de ABC: "huye de las malas compañías".

En toros, por lo tanto, siempre ha habido desencuentros, aunque, por fortuna, no todos acaben en reyerta. Pero desacuerdos dialécticos, a montones, por más que falte la segunda parte de la dialéctica, o sea uno mismo, el periodista que debe negarse a entrar en ese tercio; unos torean y otros escriben. Cada uno en su casa, Dios en la de todos y que cada palo aguante su vela.

Rifirrafes hostiles he tenido bastantes y reyertas solamente una, la que  se dio en llamar "lo de Logroño".  A petición del personal, cuento sin quitar ni poner punto o coma lo de Logroño. Y por propia voluntad cuento lo de José Tomás y el flautista de nombre veraz, Salvador Boix, a quien echo de menos, pues el flautista me daba mucho juego.

Los efectos colaterales de mi supuesto antitomasismo se vieron bastante después de aquella noche del Paquiro. José Tomás me preguntó a micrófono abierto y ante 500 comensales si él era un torero o un suicida; a lo cual respondí que le leían mal las críticas y que nunca le había llamado suicida. No quise entrar en mi valoración del suicidio como acto profundamente moral. Ahí quedó la cosa pero eso le valió a Drago para decir, en una de sus dragonteas, que Tomás me había dado una estocada en todo lo alto, el mejor volapié de la temporada o algo así.

En realidad José Tomás pinchó en hueso como pinchó el flautista con el follón que me montó a mi regreso a la mesa. Gresca palabrera y furibunda, como podrían testificar Manu Llorente y varios atónitos teatreros que estaban presentes. Me limité a decir al señor Boix que acababa de meterse en una corrida demasiado dura para él. Mi "antitomasismo", sin embargo,  será muy difícil de entender a cualquiera que haya leído mis ensayos sobre el torero de Galapagar.

Y ahora vamos con "lo de Logroño", a petición del personal, que conste, aunque no sé si me dará tiempo  y tendré que dejarlo para mañana. Voy al Teatro Español y me pasaré, como de costumbre, por Viña Pé porque tienen un clarete extraordinario y porque el camarero de la barra me pone buenas tapas.

No creo que me encuentre con Fernando Galindo; porque yo con la familia Galindo, con Raúl, también tengo mi historia. En cierta ocasión, cuando Raúl Galindo iba  de matador, publicó una carta contra mí en una revista taurina. Me acusaba de todas las inhumanidades y perversiones de la fiesta y poco faltó para decir que había matado a Manolete y a Curro Valencia, subalterno muerto una semana antes más o menos, en la Fira de Juliol. El remate era sublime y pienso que, a lo peor, ni siquiera de su puño y letra: "aspirabas a Umbral y te has quedado en umbralito" A lo cual respondí, mejor es eso que aspirar a torero y quedarse en Raúl Galindo. Puso el grito en el cielo, según me contaba Pepe Dominguín, pero los puños se quedaron en los bolsillos, que es donde tienen que estar.

Y me voy al teatro; si les ha gustado esta primera parte, no se pierdan la segunda, que es la más interesante.

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