Toreo breve y largo con la zurda del torero de Orduña con el toro de mejor aire de una corrida extraordinariamente astifina y un inesperado sobrero de Antonio Palla.
BARQUERITO
DRÁSTICOS CONTRASTES: en la matinal de rejones, una desmochadísima y bondadosa corrida de Murube; por la tarde, y cerrando abono, una de las más astifinas de Fuente Ymbro nunca vistas. Afilados los seis toros como si hubieran pasado la aduana de un vaciador. No es que enseñaran las puntas, como se dice ahora; es que el tercero, por ejemplo, parecía llevar la bayoneta calada. Dos bayonetas. El quinto, abierto de cuerna, imponía por delante. ¿Y cuál no? Todos sin excepción.
Los hubo de arisco y violento genio, como el sexto, que se defendía sin parecerlo. Y los hubo, también, de sostenerse mal en cuanto tocó trabajar en serio. Tal vez estuviera el piso trampeado de tantas carreras de caballo por la mañana. O sería la falta de tiempo entre embarque, viaje, desembarque, sorteo y enchiquerado. Pero a mitad de festejo vino a sentirse sobre la corrida y la plaza la sombra de una extinguida pandemia cuyo solo nombre hizo furor hace cuarenta años: la glosopeda.
El primer toro de corrida, de maravillosa lámina casi felina, se derrumbó como fulminado por el rayo después de banderillas; segundo y tercero se iban de pezuñas como si se les soltaran las manos. Los tres últimos, artillería pesada en la cara, motor no siempre acompasado, se movieron en revuelta agitación. Toros nerviosos. Se tuvo mejor y más que ninguno un cuarto llamativamente largo y de pinta no frecuente en la ganadería: atigrado, chorreado en verdugo, las estrías negras abiertas como varillas de un abanico, muy rizada la testuz en prueba de edad. Tenía cinco años. El sexto tuvo genio, chispazo de pedernal. El quinto, jabonero oscuro, pero muy pálidas las calzas, zurció a cornadas lo que se encontraba de salida, fue toro pronto pero brusco y sólo si se abría parecía atemperarse.
Fue, por lo tanto, plato para tragasables. Los dos últimos, además, soltaban una y otra vez la cara: se salían de engaño por sistema. Antes de suerte, a mitad de ella y al salir. En un descuido, el último le levantó los pies al landés Dufau y estuvo a punto de herirle. David Mora se salvó por reflejos e instinto de una rebanada.
Como suele suceder cuando el fuego es graneado, la corrida se toreó con precipitación. Incluso con los dos toros de más frágil asiento –el segundo y el tercero- se procedió con expeditiva angustia, acción constante, carreras, prisas y todo el repertorio de lo que no conviene nunca hacerse con un toro.
Fandiño salió mejor librado que ninguno. Primero, por la fortuna caprichosa de que, reventado de infarto el primero de corrida, le cedieran palco y empresa el privilegio de matar un sobrero de Antonio Palla que tuvo más bondad que son y al que, después de cierta falta primera de rumbo, pegó con la zurda una tanda templada, ligada y sentida. Y una estocada delantera.
Y, luego, porque el único toro de Fuente Ymbro que tuvo claro trato fue el cuarto, el tigre largo, codicioso y bastante noble. También dijo la última palabra Fandiño con la mano izquierda en una tanda de gran corazón y entrega. Al rematarla de gran pase de pecho, a Fandiño le hervía la sangre. Ese toro se lo había brindado a Juan Bautista Jalabert, que estaba de paisano en el callejón. El callejón de este anfiteatro bimilenario de Arles que no deja de ser el patio de su casa. La casa de los Jalabert. Otra estocada a punto de Fandiño, que era nuevo en Arles y cayó de pie.
Ni a David Mora ni a Thomas Dufau les consintieron brindar la muerte de segundo y tercero, que estaban para el tinte a los diez viajes y, sin embargo, no dejaron de enredar. David tuvo su momento caro con el quinto, pero sin ocultar lo mucho que costaba estarse con ese toro. Dufau, valiente, entero, sin aflicciones de debutante, anduvo firme pese a su aire de torero nuevo. Y al sexto le pegó una estocada soberbia. La estocada de la feria.
Postdata para los íntimos.- ¿Te acuerdas de Cebada Gago?. Más o menos. Se te corta la respiración ¿no? ¿Es asma o es miedo?. Son las puntas de los colmillos. O sea, la manera de mirar Drácula al anochecer en una aldea de los Cárpatos. Hay toros que son como el hombre lobo. Un lobo para el hombre.
Pero he disfrutado de la compañía del gran Jean Marie Magnan: 82 abriles, la cabeza como de 20, sabiduría de patricio romano. Escritor de bella prosa, aficionado singular. Acaba de sacar un libro precioso sobre Castella que lleva en la portada un dibujo antológico de Robert Ryan. Qué bien editan los libros de toros en Francia, qué gusto leerlos. Y si es la prosa sonora de Magnan, más.
(Te dejo, Arles, con tu viento. Pero me llevo tu viento)
FICHA DEL FESTEJO
Lunes, 9 de abril de 2012. Lunes de Pascua. Arles. 7ª y última de la feria de Pascua. Casi media plaza. Soleado, fresco.
Seis toros de Fuente Ymbro (Ricardo Gallardo), descarados, ofensivos, de trapío y estampa notables. El primero se derrumbó infartado después de banderillas. Se soltó por voluntad de empresa y presidencia un sobrero alto y armónico de Antonio Palla, noblón. La corrida de Gallardo, cuajada y muy astifina, fue muy desigual. De frágiles apoyos e incierto son segundo y tercero; el cuarto se movió con mayor fijeza que ninguno; áspero y rebrincado un quinto peleón; de genio agresivo el sexto. No fue, por tanto, corrida sencilla.
Iván Fandiño, de lila y oro, una oreja en cada toro. Paseado a hombros. David Mora, de rosa y oro, silencio y ovación. Thomas Dufau, de mahón y oro, saludos en los dos.
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