martes, 10 de abril de 2012

FERIA DE PASCUA EN ARLES – VESPERTINA: Una miurada de baja temperatura

La gran clásica de la Pascua de Arles no estuvo a la altura habitual. Espectáculo distinto pero discreto y con una segunda mitad decepcionante. Valientes Robleño y Castaño.
BARQUERITO

LOS DOS MIURAS DE mejor conducta fueron los dos primeros. Rompió plaza uno galgueño y ensillado, cabeza degollada y enroscada en tronco cilíndrico, cuello anillado y anular. Toro con personalidad: bravo y pronto en tres varas, y apretó en las  tres; inquieto rabeo; dos marchas y freno en banderillas; y arriba en la muleta. Se  estiró un poco tarde pero a tiempo y, como conviene a los miuras en tales casos, pareció crecer. O hacerse más largo de lo que ya era. Robleño se entendió bien con el toro, picado con notable acierto por Juan Alfonso Doblado. Serenidad, muletazos  en línea, colocación segura de Robleño cuando repitió el toro algo rebrincado pero  sin descomponerse. Faena de buena ciencia, medida a modo, aparentemente sencilla. El oficio. Y una estocada tan certera que el toro rodó sin puntilla. Se pidió la oreja a voces y no blandiendo pañuelos. No prosperó la petición.

Lo que de vivaz tuvo el primer miura lo tuvo de noble y fijo el segundo, cinqueño, cárdeno, elástico, asaltillado. Tres varas: la tercera, simplemente señalada con el regatón por orden del matador, Javier Castaño, que dispuso el tercio como si fuera una corrida concurso. El presidente hizo sonar la música cuando el toro se arrancó de  muy largo al caballo por tercera vez. La primera de las dos, o tres, varas fue severa y  a la hora de la pelea cuerpo a cuerpo se le fueron al toro las manos. Una vez. Castaño pasó de proponerse la gesta a gran distancia –como cuando la tercera vara- a jugársela en el terreno y la cara propios del toro: encima, muy encima, más encima imposible. Las leyes del tragantón: tres trenzas de dos muletazos cada una –el de  ida y, sin rectificar, el de vuelta-y a trenzar lo mismo de nuevo hasta dejar sin aliento ni  al toro ni a la gente. Remate de trenzas fue un desplante descarado, desafiante, rabiante. Faena muy chillada, valerosa, tensa, larga, infatigable. Una estocada de  mucho corazón. La única oreja de la miurada y única, además, de la doble sesión del día de la Pascua Florida en Arles.

A esa hora se tuvo noticia de que a Ángel Teruel habían terminado de operarle en la vecina Nimes. Buenas impresiones: ni el nervio óptico ni el facial habían sufrido daños en el horrible percance de la matinal; la reconstrucción y costura de la cornada de maxilar parecían bien encaminadas; se suponía que una lesión en el lacrimal podría ser la de más costosa cura. La noticia fue calmante.

El resto de la corrida de Miura resultó, por lo demás, decepcionante. No solo porque  el cuarto se echara hasta tres veces y después de la tercera, cuando ya Robleño  había cobrado un pinchazo, hubo de ser apuntillado; es que el tercero no tuvo ni  fuerza ni ganas ni fondo; y el quinto, sin ser tan de mermelada, claudicó, llegó a volcar y hubo de pegar cabezazos al aire para no besar la arena tanto como sus hermanos recién idos al limbo.

Mehdi Savalli hizo temblar la tierra con tres atrevidos pares de banderillas después de haberse templado de capa con cierto acento caro, pero no dio con la fórmula del  gana y pierde pasos que hubiera convenido al tercero, que se revolvía por flojo y  no  por listo. El cuarto cantó por todos los palos: turreó, bramó, mugió, roncó, lloró y hasta pegó alaridos como si fueran vibratos de un sobreagudo. Cariavacado, cortó  por las dos manos, embistió al pasitrote, es decir, que no embistió y, cuando se cansó, se echó la siesta pacífica del carnero. Robleño no perdió la paciencia ni los  nervios. Pero, si hubiera abreviado, mejor.

Y lo mismo Castaño, que se ahorró en el segundo de sus dos turnos la exhibición de tentadero porque, descorazonado incluso antes de pasar la prueba del caballo, no dio el toro para apenas nada que no fueran muletazos de cachiporra.

Mole de 630 kilos, cinqueño, negro, demasiada panza y exceso de culata, rara  anchura en Miura, el sexto, muy cabezón, fue toro de pelea, pero de descomponerse en el caballo –tres varas de desigual entrega-, atacar en oleada en banderillas y hacer en la muleta no demasiadas lindezas: hilo, por ejemplo; apoyarse en las manos, ponerse por delante, mirar por el retrovisor y sembrar por tanto el caos. Dentro de un orden. Savalli le había brindado el toro a Ruiz Miguel; Ruiz Miguel se pasó la faena dándole a voces consejos a Savalli; y a Savalli no le sirvieron ni el toro ni los consejos ni los ánimos de sus cientos de condicionales, para quienes es sin más el torero  emblema de Arles. Una estocada, descabellos sin fortuna, el toro se arrimó a las tablas afligido y, sin en vez de elíptica es circular la barrera, la recorre entera medio  muerto. O no.

POSTDATA PARA LOS ÍNTIMOS.- Dicen los viejos arroceros del delta del Ródano que, si sopla el mistral el día de Pascua, sopla cuarenta días seguidos. Y ahora entiendo que los sombreros de la Camarga se fabriquen con barboquejo. Y que en algunas calles del casco viejo se dispongan asideros como barandillas porque, como no te agarres, te vuelas. En el Mamma, el restaurante italo-provenzal de la rue de l'Amphiteatre, casi  al pie de la escalinata del Aniteatro-Coso, se reúne todo el Arles taurino a comer y cenar. Comer bien y casi de todo: canelones deliciosos de espinaca y ternera, polpetones de berenjena rellenos de tomate machacado con huevo, cebolla y ajo  (¡dieta mediterranísima!, las lasañas con boloñesa generosa y la salsa de tomate más sabrosa del mundo, los pulpitos con salsas perejiladas, el tinto del Ródano -una  maravilla de vino-, el lobarro hervido con sus zanahorias y su arroz, el tiramisú o la panna cotta, las paredes blancas de fonda italiana del sur, las mesas de madera maciza, las sillas que pintó Van Gogh en su casa amarilla, el encanto irresistible de la dueña, que parece un cuadro de Botticelli y es piamontesa, y la pena de no haber tenido cerca al joven Teruel. Y la alegría de saberlo fuera de peligro. Nadie sufre.  Nessun dorma!

FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Miura, de variadas hechuras pero sin que saliera ningún toro clásico del hierro. Bravos en varas los dos primeros, que dieron juego, y el sexto, que se avisó  enseguida. Se echó el cuarto. Sin fuerza ni ganas tercero y quinto.
Fernando Robleño, de habana y oro, vuelta y silencio tras un aviso. Javier Castaño,  de blanco y oro, una oreja y silencio. Mehdi Savalli, de tabaco y oro, ovación y silencio  tras un aviso.
Domingo, 8 de abril de 2012. Domingo de Resurrección. Arles. Francia. 5ª de la feria  de Pascua. Tres cuartos de plaza. Soleado, fresco, algo ventoso.

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