Deslucida corrida de Prieto de la Cal, dos faenas buenas del torero de San Fernando de Henares, méritos y valentía del aragonés Carlos Gallego, apuros de Alberto Aguilar.
BARQUERITO
SOLO LOS DOS PRIMEROS TOROS lucieron la pinta jabonera clásica de la ganadería de Prieto de la Cal. Que es su seña de identidad y su prueba de pureza de sangre Veragua. El primero, inmenso bloque de 630 kilos, cornicorto, brocho y romo, tuvo bastante más plaza y presencia que trapío. El segundo, cinqueño pasado, iba a haber cumplido en noviembre los seis años de tope reglamentario. No estaba tampoco sobrado de cara. Flaco, sacudido, alto de agujas, fue toro de porte. Este segundo jabonero tuvo velocidad, ágil genio, prontitud, entrega en el caballo y mucha violencia.
El primero, de muy desordenado son y, por tanto, bastante informal, tuvo por virtud la movilidad, pero se fue quedando cada vez más corto, como si en el primero de los dos puyazos que tomó largo y delantero, se le hubiera ido ya media vida. No hizo tanta sangre esa vara. Tercero y quinto, cortos de manos, chato y cornidelantero el uno, y lomudo, ensilladísimo, bizco y mocho del pitón derecho el otro, fueron de capa negra tizón, que es rara en la ganadería. Tampoco estaban en el tipo preservado de Veragua ninguno de los dos. Los dos lucían en pleno octubre el pelo de la dehesa.
El sexto, exageradamente frentudo y cabezón, de pezuñas descomunales, no hizo nada bueno. Privado de esa lacia y sedosa piel veragüeña que tanto brilla en los escaparates, fue el último borrón de una corrida que ni brava ni mansa ni siquiera todo lo contrario. No era corrida para Zaragoza, y no lo fue, pero eso solo se fue sabiendo por entregas. Sorprendió que hubiera pasado reconocimiento un toro tan pobre de cara como el primero; y hasta un segundo, aceptable dentro de un conjunto serio pero no tanto al venir encajado en un lote sumamente disforme. Si el sexto, al trote borriquero y claudicante tras dos varas, hubiera sido medido con la mitad del rigor aplicado en la corrida de Juan Pedro Domecq del pasado día 11, se habría abierto la puerta a un sobrero. Un sobrero de Lozano Hermanos, que estaba en la recámara.
La corrida de solo cinco veraguas se completó con un espléndido toro de Alcurrucén: espléndido por hermoso. De cuajo impecable. Y, pese a su volumen -560 kilos repartidos con armonía en estilizada y larga caja-, un toro de acordes hechuras. Impuso por acaballado el quinto de Prieto de la Cal; y por su porte amoruchado el sexto.
Pero el toro de trapío auténtico, el de más temible presencia, fue ese cuarto de Alcurrucén, que no resultó, por cierto, nada sencillo. Por la manera de arrear y arrollar, porque solo en la media altura se empleó pero con aire incierto, por probar. No tiró cornadas, pero, el dedo en el gatillo, atizó de lo lindo y, aunque soltándose por sistema, tomó cinco puyazos. Desmontó y derribó en la primera vara, cobrada corrida, en las puertas y según salían los piqueros, y con la ayuda rendida de un caballo asustado de la cuadra valenciana de Navarro. Gracia de la pinta del toro era una mínima estrella en la frente. Como lucero remoto en noche cerrada.
Así que el primero de los dos golpes toristas del final de abono salió en Zaragoza pepino y amargo. El espectáculo, sin embargo, tuvo vida propia, porque los toros inciertos –lo fueron, y mucho, tercero, quinto y sexto- propician de otra manera emociones. Sustos. Y los violentos con su gota aviesa, más. Y el toro de Alcurrucén no dejaba respirar normal. Ni tomar aire. Ni un descuido.
Estuvo muy bien Robleño. Con el único toro potable de Prieto de la Cal y con el hueso de Alcurrucén; muy aperreado Alberto Aguilar, con el segundo, que lo descubrió enseguida y no le dejó ponerse ni una vez, y echado adelante y bullidor con el quinto, que se le venía al paso y desparramaba la mirada; más que digno Carlos Gallego, el torero de Pina de Ebro, que torea muy poco pero sabe torear muy bien, y se encajó de capa a la verónica clásica muy finamente con el incierto tercero, y no perdió ni la fe ni los papeles con el sexto, que fue toro de matadero.
Se vieron unas cuantas cosas dignas de ver. Por ejemplo, la autoridad y la resolución de Robleño, que brindó por el micrófono del Plus a Padilla la muerte del primero; su calma para sujetarle a ese toro el nervio hirviente y recomponerlo; su valor, su astucia y su cabeza para no dejarse ganar por el toro de Alcurrucén ni la pelea ni un paso ni un centímetro; su corazón para cobrar dos estocadas casi imposibles porque los dos toros montaban más que él; su seguridad como lidiador. Y el gozo de ver a un torero hacer parecer sencillo lo que no lo era.
Carlos Gallego le pegó al tercero una estocada memorable al cabo de una faena de mucho tragar y consentir sin arrugarse; y tuvo los santos bemoles de, sin perder la compostura para nada, salirse a los medios con un sexto que le estuvo buscando por delante, de lado y por detrás una vez sí y otra también. Alberto Aguilar sufrió lo indecible pero acertó a meterle la espada entera al quinto como bíblica pedrada.
Y más: un Soro ya canoso, que estaba en Zaragoza por ver a Padilla, recibió de Carlos Gallego un emocionado brindis del sexto toro. El parlamento fue larguísimo. Cuando sintió que las palmas iban por él, El Soro saludó discreta y toreramente. Curro Vivas, que se ha hecho banderillero, gobernó con valor los aires resabiados y buscones del toro sexto, que le tocó lidiar a él; y Roberto Bermejo cumplió como siempre en su patria: le puso al sexto un par de banderillas perfecto. Sólo uno. En el par que cerraba tercio se le vino el toro al pecho.
Postdata para los íntimos.- Carril bici a la holandesa en la avenida Clavé. El carril se ha pintado y allanado entre la acera y la calzada, y no se corta ni en las paradas de autobús. Uno puede ser arrollado al bajar del autobús por una bici o dos. En el Heraldo de hoy se publica una carta donde se aborrece de la idea de haber metido el tranvía por el Paseo (de la) Independencia, porque, cuando se terminen las obras del tranvía, dentro de no tanto, se habrá ido al otro mundo una tradición religiosa: la de hacer cola para la ofrenda. Y más.
Lo triste es que la obra utópica de la TCP parece condenada al olvido para siempre. La TCP La Travesía Central de Pirineo: Zaragoza-Jaca-Canfranc-Somport-Oloron-Pau-Toulouse. Aún hay Pirineos.
Robleño, buen torero. ¿Prieto de la Cal? Como la Travesía Central del Pirineo.
FICHA DEL FESTEJO
Viernes, 14 de octubre de 2011. Zaragoza. 9ª de feria. Cinco toros de Tomás Prieto de la Cal, de muy desiguales y discutibles hechuras, y uno -4º- de Alcurrucén (hermanos Lozano), que completaba corrida. Dio juego el primero; fue violento el segundo; se enteraron tercero y sexto, que se puso por delante y se metió; incierto el quinto. El toro de Alcurrucén, de soberbia estampa, tuvo fondo agresivo.
Fernando Robleño, de azul de Prusia y oro, saludos en los dos. Alberto Aguilar, de violeta y oro, silencio y saludos. Carlos Gallego, de verde manzana y oro, saludos y silencio tras un aviso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario