sábado, 22 de octubre de 2011

Antoñete, adiós al aroma de mejor toreo

El diestro, espejo de figuras del toreo, muere en un hospital de Madrid
ROSA JIMÉNEZ CANO

MADRID.- Un mechón, una forma de romper plaza, de hacer el paseíllo y de ir a la cara del toro, con fragilidad. Antonio Chenel (Madrid, 1932), 'Antoñete' en los carteles, ha fallecido en Madrid, aquejado de los problemas respiratorios que le hicieron dejar los ruedos. El tabaco, su compañero de miedos y soledades, le fue apagando poco a poco hasta tenerle recluido en su finca de Navalagamella.

El cuerpo del torero, un mito de la tauromaquia moderna, se velará mañana a partir de las diez de la mañana en Las Ventas donde se exhibe una placa: "Esta fue su casa, esta es su plaza". Hijo de un monosabio y cuñado de Paco Parejo, el mayoral de la plaza, quiso ser torero a la antigua usanza, siguiendo la estela del Manolete que conoció en su infancia.

Su estilo, su clasicismo y su historia de superación personal quedan para la historia. Siempre le dieron igual los triunfos, la fama o la cuenta corriente, al maestro Chenel lo que le gustaba era usar su muñeca de seda para domeñar las embestidas. Siempre destacó por su conocimiento del toro, por saber en qué terreno debía hacer la faena sin deformar la figura, fiel al canon.

Espejo de toreros César Rincón y Curro Vázquez han sido quienes mejor entendieron que su toreo era el de ayer, hoy, mañana y siempre, que la técnica tiene como consecuencia la estética, que dar todas las ventajas al toro, engradece la fiesta y levantan a la afición del tendido. Vázquez, nada más conocer la noticia, entre lágrimas, apenas podía articular palabra: "Ha sido como mi padre, como un hermano. Mi maestro y mi ejemplo".

Tras probarse en algunas becerradas hizo campaña de novillero entre 1949 y 1952. Como promesa del toreo toma la alternativa el 8 de marzo de 1953 en Castellón de la Plana, a primeros de temporada. Confirmó el 13 de mayo de ese mismo año con Rafael Ortega de padrino y Julio Aparicio, como testigo con astados de Alipio Pérez Tabernero. A partir de ahí comenzó el mito, hasta siete puertas grandes en la plaza más importante del mundo. La última, el día de su 66 cumpleaños.

Pronto empezaron sus señas de identidad un mechón blanco que le dio un aire nostálgico al principio, de niño de la guerra, y que más tarde le convirtió con sus ternos lila y oro, con el rosa palo, con el verde, en un auténtico emperador romano. Su fragilidad, "¿qué quieres?, si no probé la leche hasta los 14 años", le hizo padecer más fracturas que cornadas. Vivía en la sierra pero recluido el invierno en su microclima, para andar descalzo.

Sus vicios, su aire cheli, también fueron señas de identidad. Muy poca gente se permite construir un bar en el jardín, con su barra, sus mesas con tapete y hasta máquina tragaperras. "Jugué tanto a esta que me la regalaron", se justificaba.

Su vida sentimental fue tan ajetreada o más que la taurina. Tras un matrimonio, corto en el tiempo pero con amplia descendencia, con Pilar López Quesada, mantuvo una relación con la actriz Charo López. En Navalagamella encontró, junto a Carine Bocos, su esposa y madre de Marco Antonio, el menor de sus vástagos, la paz y el sosiego.

Hace tres años interrumpió su sueño de ganadero de Murube, el encaste que ahora solo se lidia en festejos de rejones y que a él tantas satisfacciones le dio. Allí, de cuando en cuando, deleitaba a los amigos con unas tientas en su estilo, con el empaque de siempre enfundado en playeras, pantalón de chandal y chaqueta de guata. No era un lila y oro. No había público. Daba lo mismo. Lo que no dejó nunca fue su labor como comentarista en Canal + y sus análisis, hasta el pasado domingo, en el programa Los Toros de la Cadena SER.

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