La noche del 19 de octubre de 1971, exactamente 40 años, la noticia de la muerte de César Girón invadió la ciudad, la nación y el mundo de los toros. El absurdo y la violencia volvieron a cruzarse en el camino del más grande de los toreros. Lo que `podrán leer a continuación es el relato de la muerte de Girón, del libro que el próximo 27 estará en quioscos y librerías distribuido por El Nacional.
VÍCTOR JOSÉ LÓPEZ “EL VITO”
Cuando César Girón venía a Caracas, gustaba de ufanarse de una conquista secreta que tenía en Maracay. Jamás reveló el nombre de la dama, aunque refería que ésta, para asegurarse de que regresaría esa misma tarde, le retenía un Patek Philippe de platino que César apreciaba mucho. “Es una fiera, si no regreso a tiempo me trinca el reloj”.
Aquel 19 de octubre nos vimos brevemente en el Mario’s al inicio de la Avenida Casanova. El sitio se había convertido en la tertulia de taurinos que Girón frecuentaba junto con Iván Sánchez. Apenas calentó asiento nos dijo que se iba hasta El Portón en El Rosal, donde se reunió con Julio García Vallenilla, Carlitos García y sus hermanos, Curro y Efraín. Curiosamente se reunieron con César algunas de las personas más ligadas a su vida, por las que sentía sincero afecto, como si de una despedida se tratara. En ese mismo instante en el Hotel Hilton se reunía Marcos Branger, propietario de Tarapío, con los portugueses João Pinto Barreiro y Mario Coelho, que llegaron para rematar las negociaciones de la importación de ganado bravo, habiéndose escogido por las autoridades venezolanas la finca de Pinto Barreiro, para hacer la estación cuarentenaria de acuerdo con las exigencias de Sanidad Animal Internacional.
Aquel 20 de octubre de 1971 a las nueve de la noche salíamos de la Universidad Católica en compañía de mi hermana Milagros, que iniciaba su licenciatura de Comunicación Social. Nos acompañaba Francisco Pérez Avendaño, hijo del doctor Martín Pérez Matos, célebre abogado caraqueño. Llegando por la autopista al distribuidor de El Paraíso escuchamos a Carlitos González, durante la transmisión del juego de pelota por Radio Rumbos, que informaba de un fatal accidente de tránsito en el que había perdido la vida César Girón. Sentí sobre mis hombros que se desplomaba el cielo, todo el universo, un peso impresionante y aplastante cuando dijo: “En un accidente automovilístico, en La Victoria , se mató César Girón”.
Me fui al diario Meridiano, en la Esquina de La Quebradita. Jorge Cahue estaba a punto de abordar una patrulla para dirigirse al sitio del accidente. Tomé su lugar y junto con Ennio Perdomo, me trasladé de inmediato hasta el sitio donde había ocurrido el fatal accidente. Ocurrió a las ocho y media de la noche, en el kilómetro 73 de la Autopista Regional del Centro. Justamente, frente a una gran chimenea de un viejo trapiche aragüeño. César conducía un Volkswagen Carmanggia, propiedad de su hermana Columba. Vencido por el sueño que produce la soledad al conducir de noche, estrelló su carro contra la parte trasera de un camión Ford que viajaba muy despacio y casi metido dentro del hombrillo de la carretera en la misma dirección que iba Girón. El conductor del camión Ford contra el que se estrelló Girón era el tachirense Parménides Chacón Colmenares, natural de San Cristóbal. Su ayudante nos contó que sintieron un gran ruido, y que Chacón al sentir el estruendo detuvo el camión. El vehículo lo conducía muy despacio y por el hombrillo, y por eso rodó muy poco, escasos metros, desde el sitio de la colisión.
Cuando Chacón revisó el camión encontró a un carro rojo incrustado en la parte trasera. Parménides, naturalmente, no sabía de quién se trataba. De inmediato sacó el cuerpo herido y sin conocimiento de César Girón. Estaba metido entre el amasijo de hierros torcidos que le abrazaban. Pidió ayuda sin tener respuesta. Al rato, luego de que varios automóviles pasaron sin hacer caso a la solicitud de auxilio, se detuvo el que viajaba el gobernador del estado Portuguesa. Condujo a César Girón hasta la Emergencia del Hospital Central de Maracay. Luego el gobernador relataría que, al llegar al Obelisco, monumento a la entrada de Maracay, sintió que César Girón había dejado de existir.
Sin embargo, la opinión de los médicos fue distinta. El cadáver de Girón fue recibido por los doctores Jorge Pernía y Henry Burguera. Pernía declararía que no sabía que el muerto era César Girón. Lo supo cuando registraron sus documentos. Burguera indicó en su informe que la muerte fue casi instantánea, y que se debió al hundimiento de la caja toráxica en la que recibió un golpe muy fuerte del volante del automóvil, que quedó completamente destrozado. Más tarde, ya en el velatorio, contó Rafael Felice que se había opuesto a que César se fuera a Maracay. “Le acompañé junto a mi esposa y su hermano Efraín hasta el peaje de la autopista en Tazón. Discutimos fuerte; pero estaba empeñado en ir a buscar un reloj que había dejado en Maracay”. Uno de los argumentos que esgrimía César era que tenía que viajar a Carora, a la ganadería de Los Aranguez, para seguir sus entrenamientos ya que quería “estar como una hojilla para las corridas de la feria”. César se lavó la cara en la caseta de la Guardia Nacional , les dijo hasta luego, le dio la bendición a Efraín y se marchó.
Rafael Felice Castillo se quedó muy preocupado. Cuando consideró que había transcurrido el tiempo para que hubiera llegado a su casa, llamó a Maracay. El teléfono estaba siempre comunicando. Sonaba ocupado y Rafael pensó que era César que había llegado a su casa y conversaba con alguien. Sin embargo insistió, y al fin, cuando pudo comunicarse, una de las hermanas de César le informó que Girón había muerto.
El miércoles 21 de octubre por la mañana Maracay hervía en su corazón. El cadáver de César Girón fue llevado de la Gobernación de Aragua, antiguo Hotel Jardín donde todo había comenzado aquella tarde de mayo de 1945, cuando de niño intentó robarle el traje de luces a Carlos Arruza, más tarde su padrino de alternativa. Todos sabían que ese cuerpo inerte era el de un venezolano singular, distinto, rebelde, dueño de profundas contradicciones que le llevaron al triunfo y al dolor por no sentirse reconocido en la inmensidad de su propia verdad.
El cadáver fue paseado por el ruedo de la plaza de toros de La Maestranza de Maracay. La plaza se llenó de bote en bote, y del pueblo, que llenó las gradas, surgieron impresionantes expresiones de dolor, que calaron muy hondo en todos los presentes.
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