Los tres matadores de toros más determinantes de la pasada temporada, fueron José María Manzanares, El Juli y Alejandro Talavante. El alicantino rompió la baraja en una corrida de la feria de Castellón alternando con Morante de la Puebla y El Juli.
JOSÉ ANTONIO DEL MORAL
Aunque triunfaron los tres, Manzanares los eclipsó. Ya lo había anunciado en las Fallas de Valencia aunque, por empeñarse en matar recibiendo –suerte que le obsesionaba practicar y regularizó después– no cortó las orejas que habría cosechado a pares de no haber pinchado. Pero en La Magdalena acertó plenamente y reventó la feria. Tras lo sucedido pronosticamos que, si en Sevilla y en Madrid hiciera lo mismo, se adueñaría del toreo. Y así fue con mayor nitidez y contundencia que en la capital de La Plana. Su grandiosa e incomparable faena de la feria de Abril no necesitó de la estocada porque el toro de la ganadería de Núñez del Cuvillo fue indultado. Muchos se agarraron al siempre polémico perdón de la vida de los toros, en este caso un extraordinario ejemplar, tratando sin conseguirlo de paliar o distraer del suceso torero logrado por el alicantino. Pero no lo consiguieron. Fue tal el impacto de este faenón que, tras acontecer, la carrera de Manzanares e incluso la historia del toreo se partió en dos. Un antes y un después del portento.
El Juli ya había salido a hombros por la Puerta del Príncipe en una ratificación más de su intratable magisterio. Pero después de lo hecho por Manzanares, no pocos dijeron que de haber logrado Manzanares lo que hizo antes de la primera tarde de El Juli, el madrileño no habría conseguido traspasar la mítica puerta. A partir de entonces, sucedió lo mismo en casi todas las ferias más importantes de España y de Francia. Manzanares lo consiguió primero en la feria de San Isidro en Madrid de la que fue proclamado gran triunfador y, una a una salvo en las Corridas generales en Bilbao, repitió la hazaña con memorables actuaciones en las que, además de marcar la diferencia con su pluscuamperfecta, pasosamente calmada y especialmente elegante manera de torear, se complació en resucitar la más difícil suerte de matar, recibiendo, con la mayoría de los toros que lidió. Y en tan frecuente medida, que algunos empezaron a censurárselo y algún idiota hasta afirmar que, si mataba así, era porque no se atrevía a hacerlo en la suerte del volapié… cuando el propio Manzanares llevaba haciéndolo con inusitada regularidad y contundencia desde que tomó la alternativa, como también las veces que así lo quiso en la de 2011 de su coronación.
De su triunfal paseo por toda la temporada, hubo cuatro tardes que se añadieron a la histórica de Sevilla, los dos mano a mano con Morante en Jerez y en El Puerto de Santa María, antes después de la más redonda de todas en la feria de Córdoba y la penúltima de cierre en Barcelona. Pero de faenones gloriosos, también cabe destacar los de Málaga, Palencia y Albacete además de la del polémico rabo en Dax frente a un bravísimo toro de Cuvillo en la que el mérito fue templar aquellas incesantemente repetidoras y veloces embestidas sin dejar que los pitones tropezaran la franela en tandas de más de seis o de siete muletazos. Por mucho que algunos lo negaran, quizá fue esta de Dax la más importante por meritísima entre las de este corte dominador.
Y es que Manzanares, no solo anduvo sensacional con los toros dulces, también muy por encima de los malos y hasta de los peligrosos que también le salieron.
A Manzanares le bastó actuar en 56 festejos (103 orejas y 4 rabos) y este año sin sufrir los percances ni las enfermedades que le impidieron completar anteriores campañas. Tan solo durante unos días coincidentes con los Sanfermines de Pamplona –feria en la que no actuó por propia voluntad al negarse a torear en medio del incesante y molestísimo ruido de las Peñas que, desde hace varios años a no pocos toreros y aficionados les resulta insoportable-, el alicantino pareció desaparecer del mapa. Algo que, en mi opinión, no debió hacer por mucho que le molesten las características de la plaza de Pamplona. Y ese hueco, lo llenó totalmente El Juli al pegar dos pamplonazos de campeonato. Fue este el único periodo en el que Julián López pareció quedarse solo al mando de la nave.
Sin embargo, El Juli (68 corridas, 113 orejas y 2 rabos) nunca se arrugó ante el ciclón manzanarista que, además, celebró tanto o más entusiasmado que cualquiera de los más rendidos admiradores del alicantino. Íntimos amigos ambos, pero feroces competidores en las plazas y cada cual fiel a su concepto torero, fue maravilloso y emocionante verles juntos las muchas veces que compartieron cartel.
El Juli cuajó otra de sus impresionantes y contundentes campañas y de ello dejó constancia sin venirse nunca abajo salvo en un corto periodo que coincidió con la feria más seria y solemne del año, la de Bilbao. Protagonizada casi en exclusiva por Morante de La Puebla y por Enrique Ponce. Pero de lo que ambos lograron en tan importantísima cita, escribiremos después. El Juli andaba tan ilusionado con el próximo nacimiento de sus gemelos –niño y niña– que por momentos pareció estar más preocupado de este acontecimiento familiar –ser padre por primera vez– aunque en cuanto su esposa dio a luz, su inmensa alegría la trasladó a nuevo grandes triunfos.
Pero su temporada no terminó como siempre en Zaragoza, ni quiso saltar el charco para comparecer en las ferias de Lima ni en la de Quito aunque a esta feria tampoco hubiera ido por negado a torear sin matar a los toros que es lo que, desgraciadamente, va a ocurrir en la plaza de Iñaquito. Quizá lo haga en las últimas corridas de las temporadas grandes en México DF y Bogotá.
La espectacular irrupción de Alejandro Talavante
No por esperada ni sorprendente sino por singularmente atractiva, la temporada del genial torero extremeño llegó precedida por el gran impacto que causó en sus actuaciones mexicanas. Concretamente en la Monumental de México DF, pese a no cortar orejas por sus casi siempre fallidas estocadas. Limitación que también contó para no cortar muchísimas orejas y hasta rabos en muchas corridas. Pese a ello, Alejando se mostró totalmente recuperado y, sobre todo, cambiado tras una primera parte de su carrera desconcertante por alternar periodos álgidos con otros malísimos en los que pareció un sonámbulo incapaz. Desprendido de los miasmas mentales que habían desnortado su natural concepto del toreo que, fatalmente aconsejado, se alteró tratando de imitar hasta en las rarezas personales a José Tomás, Alejandro se encontró por fin consigo mismo y aquellas deslumbrantes faenas que hizo siendo todavía novillero y las esporádicas que logró ya de matador en no pocas plazas, incluso en Sevilla y Madrid, tomaron cuerpo de naturaleza con tan inusitada frecuencia y, en ocasiones, con tamaña y tan original genialidad, que le convirtieron no solo en imprescindible sino en una figura del toreo de alto rango. (54 corridas, 62 orejas y un rabo).
Especial mención merecen las que logró en la feria de San Isidro de Madrid frente a un toro de El Ventorrillo que le valió ser distinguido como autor de la mejor faena del largo ciclo, su histórica tarde con seis toros en solitario en Zafra y la que cerró su gloriosa temporada en la feria de El Pilar en Zaragoza, frente a un extraordinario toro de Núñez del Cuvillo, quizá la obra muletera más genialmente creativa que nadie hizo en toda la temporada. Pero también tuvo un triunfo muy polémico tras dar el baño que pegó a José Tomás en Gijón. De su gran faena en la feria de Begoña, terminó siendo ninguneado por los críticos de la grey tomasiana. Vivir para ver…
Es más que posible que por también íntimo amigo de Manzanares y de El Juli, seguro que en no pocos días de campo juntos, estos dos carísimos maestros contribuyeron a abrirle la mente y los ojos para que fuera capaz de llegar a ser uno más entre ambos maestros.
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