Domingo Delgado de la Cámara
Las noticias que llegan del campo son aterradoras: toros vendidos a precio de saldo, familias arruinadas, ganaderías enteras mandadas al matadero… Todos coinciden en que jamás en la vida el campo bravo ha sufrido una crisis tan tremenda. “Estamos peor que nunca”, he oído decir muchas veces en los últimos meses.
¿Cómo se ha llegado a esta situación? Se trata de un asunto en el que intervienen muchos factores. Coinciden varias situaciones explosivas: A los ya antiguos problemas del rechazo de muchos encastes por parte de los toreros y al rechazo de encastes terciados por parte de la mayoría de los aficionados, desde hace quince o veinte años se han sumado otros problemas que han hecho insostenible la situación de muchos ganaderos.
La incorporación de los nuevos ricos del pelotazo a la ganadería brava en los años noventa fue desastrosa. Con tal de verse anunciados en las ferias para satisfacer su ego, malvendían los toros a precios irrisorios. Por otro lado, las primas europeas por vaca gestante y el incremento de festejos, provocó que las camadas aumentaran hasta el infinito. El resultado final de todo este desmadre es que el precio del toro está por los suelos. Se han producido muchos más toros que los que el mercado demandaba. Y cuando llegó la crisis económica y se empezó a reducir el número festejos, sobraban toros por todas partes. Es obvio que sobran toros y que sobran ganaderías. Pero ¿qué ganaderías sobran y cuales deben sobrevivir?
Para hacer aún más siniestro el panorama, llegan los burócratas con los saneamientos y, en un periquete, exterminan cualquier ganadería. Y se ceban especialmente con los encastes minoritarios, mucho más consanguíneos y, por tanto, más propensos a las enfermedades. Los encastes que por su singularidad deberían estar protegidísimos, son los más perseguidos por la burocracia europea con sus estúpida normativa sanitaria.
¿Hacia adonde nos encaminamos? ¿Qué futuro nos aguarda? Es probable que sólo sobrevivan unas cincuenta ganaderías. Serán ganaderías muy largas, de mil vacas o más, y serán administradas con criterios muy profesionales. Todas ellas tendrán un veterinario titular y un especialista en nutrición. La buena crianza y la buena selección serán esenciales, pues un público y unos toreros cada vez más exigentes, no van a tolerar corridas blandas y de pobre juego. En un mercado reducido y de pocos festejos sólo sobrevivirá el ganadero que ofrezca mayor calidad y regularidad. Obviamente estas cincuenta ganaderías abastecerán a todo el mercado. Y, eso sí, todas serán del “partido único” con la excepción de Victorino, Miura y alguna otra por el estilo.
La ganadería artesanal que hemos conocido hasta ahora está llamada a desaparecer. Esas ganaderías de cien o doscientas vacas son insostenibles porque sus costes de producción son tan elevados como los de las ganaderías largas. Antiguamente criar un toro no costaba casi nada. Comía lo que el campo producía espontáneamente, no se le medicaba nunca y el personal de la ganadería trabajaba a cambio del techo y la comida. Hoy los costes se han disparado, el toro come un pienso carísimo, se le vacuna periódicamente y al personal hay que pagarle un sueldo digno y su seguridad social (faltaría más). Estos gastos sólo son soportables si se lidia mucho y en plazas grandes, que son las que pagan bien.
En los últimos años la mayoría de las ganaderías se han sostenido porque su dueño disponía de otros negocios muy rentables que le permitían afrontar holgadamente los números rojos de la ganadería. Pero ahora, con una crisis galopante que ha devorado aquellos negocios rentables ¿qué va a pasar con la ganadería?
Como no hay mal que por bien no venga, en los próximos años vamos a ver desaparecer a muchos advenedizos llegados a la crianza del toro por pura vanidad. Y a mucho heredero sin afición ni conocimientos. Sólo quedarán los ganaderos auténticamente profesionales. Lo malo va a ser que, si Dios no lo remedia, en este juego podemos ver desaparecer muchas ganaderías y muchos encastes que, aunque ahora no estén de moda, forman parte de la gloriosa historia de la Fiesta, son buenos porque aportan variedad entre tanta monotonía y, además, están en el corazón de los buenos aficionados.
La extinción de la ganadería de Sánchez Cobaleda me causó tal disgusto, que últimamente ni entro en los portales de Internet ni ojeo las revistas taurinas por no encontrarme con otra noticia como ésa. Sé muy bien que el panorama de castas y de ganaderías que hasta ahora ha existido está condenado a desaparecer. La comodidad de los toreros, el gusto por el toro basto de muchos malos aficionados, el pésimo momento de muchas ganaderías históricas frente al espléndido juego de muchas ganaderías del “partido único”, los saneamientos asesinos, la crisis…, nos llevan hacia un futuro lleno de incertidumbres. Soy pesimista.
Pero…aún tengo una esperanza… Cuando en tiempos de Joselito y Belmonte se llevó a efecto el exterminio del toro navarro, castellano y vazqueño, nadie se lamentó. Todo el mundo estaba tan fascinado con el arte de los dos colosos que nadie advirtió lo que estaba ocurriendo. Es más, hasta les pareció bien: lo que querían era un toro que se prestara con la mayor facilidad al toreo de los dos grandes. El toro de Vistahermosa arrolló a todas las demás castas con el beneplácito general. Sin embargo, actualmente sí existe una conciencia y una sensibilidad con respecto a este problema. Mucha gente está en contra de la desaparición de encastes, y esta mentalidad proteccionista puede ser nuestra salvación. Ahora habrá que organizarse para exigir de los poderes públicos la protección de los encastes amenazados, y exigir en los pliegos de explotación de la plazas importantes una cláusula que exija la lidia de estos encastes.
Por último, quiero decir que nadie me malinterprete: soy un enamorado del toro de Domecq, como también lo soy del de Atanasio, del de Vegavillar, del de Buendía, del de Núñez, del de Graciliano… ¡de todos!. Decía Rafael el Gallo que el mejor aficionado es aquel al que le caben más toreros en la cabeza… Y al que le caben más toros, añado yo. Debemos luchar para que todos los encastes sobrevivan, exigiendo a toreros y los ganaderos más profesionalidad. Y a los políticos que nos respeten. Esperemos que mis negros vaticinios no se cumplan y podamos seguir disfrutando del toro bravo en toda su variedad y esplendor.
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