sábado, 9 de noviembre de 2019

OBSERVATORIO TAURINO - 1919: Guajiras para Gallito

El diestro sevillano se embarcó hace un siglo para torear en Lima. Fue la única incursión americana de su intensa y breve carrera.
ÁLVARO R. DEL MORAL
Diario CORREO DE ANDALUCÍA

La temporada de 1919 no iba a ser fácil para José Gómez Ortega aunque la afrontó con encomiable profesionalidad y no pocos éxitos. El gran Joselito había tirado del carro el año anterior en solitario por la ausencia voluntaria de su único rival, Juan Belmonte, que decidió descansar una temporada completa de la dura contienda taurina después de matrimoniar –se casó por poderes- con la damita limeña Julia Cossío. Pero José, más allá de esas cuitas profesionales, no era capaz de taponar dos agujeros en el alma. Uno de ellos era la muerte de su madre, la bailaora Gabriela Ortega a finales de enero de aquel mismo año. El otro, el amor imposible por Guadalupe de Pablo Romero, negado por las convenciones de la época y la férrea oposición de la poderosa familia de labradores y ganaderos.

Fue un tiempo de luto que le forzó a demorar un año entero el contrato que había firmado con la empresa de Lima. La enfermedad de su madre se convirtió en la prioridad de aquel invierno a caballo de los años 1918 y 1919. José no se separó de ella hasta el irremediable desenlace, que le sumió en una honda postración. Gallito, enlutado por fuera y por dentro, llegó a encargarse varios ternos bordados en azabaches y hasta aquel mítico capote de paseo negro que subrayaba el dolor por la ausencia doña Gabriela, piedra angular de ese gallinero de la Alameda de Hércules en el que no se habían vertido las últimas lágrimas.

La campaña comenzó en Barcelona, el día 16 de marzo, para darle la alternativa a su cuñado Ignacio Sánchez Mejías. Era el inicio de una temporada convulsa que enfrentaría a la flamante Monumental –con el propio José al frente- y la vetusta Maestranza, enarbolando la figura de Belmonte como estandarte. Se llegaron a organizar ferias paralelas con dos empresas distintas operando y compitiendo por separado en ambos cosos. Joselito buscaba abaratar las entradas; acercar la Fiesta a un mayor número de personas con la meta demorada de la Exposición Iberoamericana en el horizonte. Los maestrantes, y gran parte de la poderosa burguesía agraria de la época, no se lo perdonaron...

El peso de la púrpura

Pero hubo otros condicionantes, como la inquina indisimulada de Gregorio Corrochano, el poderoso crítico de ABC. Sus feroces críticas se convirtieron en una auténtica manía persecutoria en aquel lejano 1919. El distanciamiento de la influyente plumilla estuvo aparejado, además, del de su propio cuñado Ignacio que había cultivado la amistad con el periodista madrileño. José, para más inri, había dejado de hablarse con su hermano Rafael. El año anterior le había organizado varias corridas de despedida con la promesa de que no volviera a torear pero al célebre e inconstante calvo le faltó tiempo para volverse a dejar crecer la trenza que le había cortado su madre. En medio de ese panorama, con la presión de los públicos haciéndose casi insoportable, afrontó una campaña en la que no se libró de caer herido en el ruedo de Madrid pero en la que acabaría imponiendo sus galones de primera figura. Pero José estaba agotado físicamente y reventado por dentro.

Había terminada la temporada española en Valencia pero aún cumplió con dos bolos en Lisboa los días 9 y 12 de octubre. Quedaba pendiente ese ventajoso contrato limeño que había quedado hibernado un año entero por la enfermedad y el fallecimiento de la madre del coloso de Gelves. Todo estaba preparado para cruzar el charco. El aficionado y tratadista José Morente rescata en su blog ‘La razón incorpórea’ los detalles del intrincado viaje, un auténtico periplo que duró casi cinco semanas. Hubo entusiastas y nutridas despedidas en Sevilla y Madrid antes de llegar a Gijón. El ocho de noviembre de 1919 –hace justo un siglo- embarcó en el ‘Infanta Isabel’, el barco que le tenía que conducir al continente americano. En el viaje le acompañaban sus picadores Camero y Farnesio y sus banderilleros –y primos- Almendro y El Cuco. En la expedición también figuraba su íntimo amigo, el diestro Isidoro Martí Flores, al que había hecho contratar en Lima.

Joselito se retrató durante el viaje en la cubierta con sus acompañantes, inusualmente encorbatado y vestido de señorito. ¿Estaba preparándose para un posible arreglo con la familia Pablo Romero? Para dar su brazo a torcer, su presunto suegro exigía que el torero se cortara la coleta y hasta que la joven pareja se fuera a vivir al extranjero, lejos de Sevilla, después del enlace. José, en las interminables jornadas de navegación, debía estar rumiando ésta y otras circunstancias de una vida a la que no podía pedir más en lo profesional pero adolecía de tantas carencias en el ámbito personal.

El barco llegó con retraso a La Habana trastocando los planes del viaje. El torero pasó una semana entera en la capital cubana haciendo turismo y vida social, esperando un nuevo enlace para cruzar el flamante Canal de Panamá que le llevaría a la orilla del Pacífico. José, finalmente, desembarcó el 13 de diciembre de 1919 en el puerto del Callao rodeado de una expectación inusitada. La llegada del buque se vio rodeada de decenas de barquitos. La prensa local había aventado la llegada del coloso de Gelves, recibido por una multitud entusiasta. Pero tampoco le faltaron los habituales reticentes. Hay que recordar que Juan Belmonte había pasado por Lima dos años antes trabando estrechas amistades. La rivalidad de sus respectivos partidarios era real...

Dos meses inolvidables

A Joselito no le dejaron casi ni respirar. Al día siguiente de su llegada se anunciaba su primera corrida. Exhausto, pidió un aplazamiento que no le concedieron e hizo el paseíllo en el inmenso ruedo del coso de Acho –que mantenía intacta su antigua fisonomía- para despachar un encierro de La Rinconada de Mala en unión de Curro Martín Vázquez y Flores. Hasta regaló el sobrero, pero las cosas no salieron. ¿Adaptación al medio? ¿Cansancio por el viaje? Hubo que esperar una semana –en Lima se toreaba y se sigue toreando de domingo en domingo- para que los aficionados peruanos pudieran contemplar en plenitud la enciclopédica tauromaquia de José. Aún actuó en siete corridas más, incluyendo una última función en solitario organizada el ocho de febrero en su propio beneficio, tal y como era costumbre en la época. El balance global no pudo ser más exitoso aunque hubo una corrida, con toros mexicanos de Saltillo, que acabó en escándalo. El festejo se tuvo que suspender sin concluir por la pésima presentación y juego del ganado a cambio de que Joselito prometiera ceder sus sustanciosos honorarios a fines benéficas.

Aquellas largas jornadas de descanso entre tarde y tarde le permitieron estrechar amistades y llevar una fecunda vida social en los dos meses que permaneció en la capital peruana. La célebre fotografía que le retrata montando en bicicleta en el ruedo del coso de Acho muestra ese ambiente relajado. Hay otra imagen, mucho menos difundida, en el que Joselito descansa de un partido de fútbol –disputado también en la plaza de toros- junto a una tropa de toreros y aficionados en la que sorprende encontrar el rostro del diestro cordobés Manuel Rodríguez ‘Manolete’, padre del infortunado figurón de los años 40 del mismo nombre. Pero más allá del ocio, José Gómez Ortega vivió una auténtica inmersión en la sociedad limeña que tuvo su guinda en la invitación al palacio presidencial de Augusto Laguía, que había recibido el brindis del torero en la penúltima función taurina.


De vuelta a España

José inició su regreso el 13 de febrero de 1920. Le esperaban otras cinco semanas de viaje. Había permanecido dos meses justos en aquellas tierras peruanas a las que nunca volvería. Francisco Aguado, biógrafo del torero, rescata y destaca un dato más que relevante: Joselito cobró 35.000 pesetas por tarde y 110.000 en la corrida de su beneficio, “una cantidad jamás soñada por torero alguno” recalca el autor de ‘El rey de los toreros’. Pero al ‘rey’ aún le quedaba un largo viaje para llegar a su tierra. No faltó un viaje en tren para cruzar los Andes y sucesivas escalas en Valparaíso, Buenos Aires y Montevideo, escenario de una de las anécdotas más llamativas de ese interminable regreso. Unos aficionados locales, agrupados en el llamado Club Guerrita, lograron que José –burlando la prohibición- lidiara y estoqueara una res de forma clandestina en una plaza de las afueras. Entre los instigadores de la travesura no faltó hasta el mismísimo hijo del presidente de la república de Uruguay, que había abolido las corridas de toros algunos años antes.

A José le aguardaba la travesía definitiva, embarcado de nuevo en el ‘Infanta Isabel’. Fueron veinte días más en altamar, venciendo de nuevo a la melancolía, escrutando sus propios fantasmas en medio de las aguas, rumiando sus ausencias y soledades antes de llegar a Cádiz el día de su santo, recibido por una auténtica multitud. El 4 de abril de 1920, Domingo de Resurrección, iniciaba la última temporada de su vida en la efímera Monumental de Sevilla que él mismo había alentado. El 16 de mayo tendría una cita en Talavera...

No hay comentarios:

Publicar un comentario