EL VITO
Igual que en las tardes de toros, la noticia del decreto de la
Gobernación de Carabobo provoca división
de opiniones, saltando a la torera en evidente atropello de fuerza política por
parte del Estado a la Autonomía Municipal del Distrito Valencia.
El Gobernador Francisco Ameliach, “manu militari” –es decir, por la
fuerza del poder–, se ha apropiado de la
Plaza de Toros Monumental de Valencia, creando junto al Paseo Ferial y con el Teatro
Municipal de la ciudad un curioso polígono cultural. Polígono inserto a trocha
y mocha sobre un territorio que le pertenece al
Municipio Valencia, pero que con ese afán protector de lo que el voto
del pueblo no le ha dado, la Gobernación “protegerá” de la propia Alcaldía de
Valencia, a pesar de ser administrada ésta institución por autoridades elegidas por el pueblo. Quiero decir
autoridades impuestas por el auténtico y más legítimo Poder Popular, el Voto Soberano.
La noticia llegó al seno de la reunión del bienvenidismo, durante la
reunión de fin de año del Círculo Bienvenida en Valencia la mañana del pasado
jueves, empaquetadita en el celofán de la sorpresa cual regalo de los Reyes
Magos. Poco faltó para celebrar el acontecimiento con una “traca” de pólvora, como
la mejor falla valenciana.
No se trata de un acto inconstitucional porque, lamentablemente, la
Constituyente del ´91 arrancó sin pestañear la autonomía municipal. Los
constituyentes de 1991 le quitaron a los municipios su autonomía, poniéndole
los límites que impone una talanquera al establecer una limitación inusitada,
que hace función engañosa y convierte en burla la esperanza de la autonomía
político-territorial, que sólo debería encontrar límites en la Constitución, no
en la ley.
Conforme a esta norma, que no tiene antecedentes en el
constitucionalismo del país, la ley puede limitar la autonomía municipal, la
cual por tanto, perdió su garantía
constitucional. Esto lo ha reafirmado, además, la Sala Constitucional
del Tribunal Supremo de Justicia. En
sentencia Nº 2257 del 13 de noviembre de 2001. Todo esto determina que se trata
de un acto de fuerza política, de poseer un buen con propósitos políticos y de
ninguna manera con la intención de defender la fiesta, la plaza de toros
Monumental.
ANTECEDENTE DE CARACAS
Así ocurrió con el Nuevo Circo de Caracas. Primero fue el Instituto de
Patrimonio Nacional, luego el Alcalde
Juan Barreto y cuando el Alcalde Mayor, elegido por el pueblo de Caracas,
Antonio Ledezma, se lo arrebataron a la ciudad y desde entonces está en manos de Jorge Rodríguez,
Jacqueline Farías y quien sabe de cuantos “dedos” más. También hubo
antecedentes de excesos de poder en el caso de la que fuera nuestra primera
plaza de toros, en jerarquía por supuesto cuando vestía ropas de Monumento
Histórico con rango nacional, cuando el 8 de octubre de 1984 la Junta Nacional
Protectora y Conservadora del Patrimonio Histórico y Artístico de la Nación le
declaró Monumento Histórico Nacional.
Aquel documento que la Corte Suprema de Justicia reconoció, y que se
amparaba en la Ley de Protección y Conservación de Antigüedades y Obras
Artísticas de la Nación fue refrendado por ilustres venezolanos, como fueron
Rafael Armando Rojas, Marcos París del Gallego, Tomás J. Sanabria, Erika Wagner
y Rafael Valery Salvatierra.
Sin embargo, ya en aquellos días “se cocían habas”, como ahora, y “manu
militari” como ahora actúa el Gobernador Ameliach, en aquella oportunidad actuó
con abuso de poder el Ministro del Interior del gobierno de Jaime Lusinchi,
Octavio Lepage que de un plumazo dejó
sin efecto el acto administrativo de la declaratoria como Monumento Histórico
como consta en la Resolución CJ-1060301 del Ministerio de Relaciones Interiores
de fecha 30 de octubre de 1985.
Lepage con todas las manchas en su sayo de corruptor, más que como
venezolano, actuó como “amigo” de Rafael
Branger.
TURBIOS ORÍGENES
El representante de la Sucesión Branger desde hacía tiempo luchaba por
tener derecho para demoler el inmueble de la plaza de toros y engordar sus ya
gruesas cuentas bancarias con una propiedad cuyos orígenes tienen el pecado
mortal de haber enraizado sus
fundaciones en los solares que pertenecieron al pueblo de Caracas, terrenos que
fueron propiedad del Municipio y donde funcionaba El Viejo Matadero Municipal
de San Agustín, indebidamente apropiado por el gobierno de Juan Vicente Gómez
en 1916, por el Gobernador de Caracas, funcionario del régimen militar de Juan
Vicente Gómez para la construcción de la plaza de toros. El gobernador contrató
a Eduardo G. Mancera “… a construir en emplazamiento del Matadero Viejo y sus
anexos, propiedad de la Municipalidad del Distrito Federal, un circo propio
para corridas de toros, espectáculos ecuestres y otras variedades, y por su parte, el Gobernador del Distrito
Federal se obliga a ceder al contratista, sus concesionarios o causahabientes,
el derecho de explotar el circo durante treinta años contados desde la fecha en
que se termine la construcción…”
El 3 de noviembre de 1928, el coronel Gonzalo Gómez, hijo de Juan
Vicente Gómez y Dionisia Bello, “compró”
por 150 mil bolívares “todos los derechos y acciones que por el contrato entre
la Gobernación del Distrito Federal y Mancera pertenecen a la Municipalidad sobre el edificio del Nuevo
Circo de Caracas y además el terreno en que está construido con exclusión del
denominado antiguamente La Playa o Mercado de Ganado, ubicado al Sur de la
Escuela de Artes y Oficios de esta
ciudad”.
Posteriormente, el 24 de enero de1940, Luis R. Branger compró a Gonzalo
Gómez el Nuevo Circo de Caracas por 900 mil bolívares. Gonzalo Gómez Bello
adeudaba al Banco de Venezuela 500 mil bolívares, corriendo Berger con esa
deuda desde la negociación llevada a cabo en Sabana Grande, en el botiquín de
Pepino Ripepi.
Más tarde en el tiempo surgieron litigios, estiras y encoje, respuestas
a nuestras gestiones en Meridiano en
ofensivos comunicados de prensa con el silencio cómplice y perturbador de la
sociedad taurina incapaz de defender su plaza de toros, entre la Sucesión
Branger, la Gobernación del Distrito Federal y la Alcaldía de Caracas cuando el
pueblo estuvo representado por Antonio Ledezma, sin que se aclarara mucho de estas turbias negociaciones
entre el poder político y el poder
popular.
Hoy Valencia comienza a escribir su propia historia, vivimos su prólogo,
¿Qué dirá el epílogo?
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