Los toreros, desbordan las carencias de los
desiguales Fuentelapeña, convirtiendo en triunfal una tarde que amenazaba irse
por el desaguadero. Perera corta oreja de mérito.
JORGE ARTURO DÍAZ REYES
Dispar,
anovillado y escalerudo el encierro, 106 kilos de extremo a extremo. Tuvo como
selló la mansedumbre en sus más diversas versiones, desde la libresca, dolida y
desvergonzada del quinto que se escupió cinco veces de los petos, hasta la
bronca e intimidante del regalo. Sólo el muy terciado segundo, castaño, apenas
dos kilos arriba del mínimo reglamentario, echo clase y de la buena, como la
excepción que confirmó la regla. Parecía imposible, pero no ¿Para qué son los
toreros?
Para poderle
a los toros. A todos, a los buenos y los malos. Y hoy lo que hubo en
Cañaveralejo fue eso, torería, en una
tarde llena de entrega, mando y significativas evocaciones, como el emocionado
brindis de Paco a Juan José, subrayado con la faena de la corrida, y el de este
a la hija de Pepe Cáceres (otra víctima de la fiesta), seguido de su dramática
batalla con el regalo. Y la prestancia y compostura de Perera con esos dos
mansos diferentes que hubieran sacado de sitio al más pintado. Una tarde que
devuelve la fe en el dogma fundamental: El toreo no se hizo solo para ponerse
bonito acompañando los viajes dóciles, es más para mandar a los indóciles.
Padilla,
reapareció en Cali, con las huellas de su bizarra carrera. Si su aspecto ahora
es dramático, sus tres faenas lo fueron más. Reminiscente y enciclopédico, pero
sobre todo emotivo, con capa, banderillas, muleta y estoque. Lo suyo impresiona
por auténtico, para muestra sus cicatrices. Largas cambiadas, marcheneras,
verónicas, navarras, delantales, medias, largas, chicuelinas, faroles, sesgos,
topacarneros, cuarteos y uno último de violín metiendo la espalda en la cuna.
Luego, la
muleta vehemente, rauda, peleadora, ruda, pero dominante, como un látigo. Así
los doblegó a los tres. Al primero, rajado, le tiró de un espadazo desprendido.
El cuarto, huido a morir, se le quedó vivo porque con su honor terco no quiso
sino entrarle por derecho y por arriba una y otra vez, nada de canalladas, y al
mansobronco séptimo, el más toro, con el cual se jugó entero en su vehemente y
azarosa brega que estremeció la plaza,
le rodó de media lagartijera. ¡Torero! Le gritaban, y han debido gritarle ¡Torero
macho!
Paco
Perlaza, quien vino en sustitución de Sebastián Ritter, se llevó el de la
corrida, el único, pequeñín, sí, joven también, pero cómo embestía, hubiese
podido poner en evidencia a muchos. Pasó a la vuelta al ruedo, casi sin vara,
como tantos en esta feria, se dolió en banderillas también, pero a las telas
fue con un celo y fijeza que lo justificaban. Las verónicas pa'delante le
hicieron los honores, y las tandas diestras y siniestras fueron de altura y
secuencia vibrante, y la estocada recibiendo. Para qué más. Las dos orejas de una,
recibidas con tibieza por las peñas. Pero ¿Por qué?
Miguel Ángel
Perera, echó una verdad serena, contenida. Ni un exceso, ni un alarde, ni un
exabrupto. La elegancia siempre es discreta, todo exhibicionismo es cursi. La
quietud, la economía gestual y el aseo marcaron su quehacer, tanto con el
tercer nada, al que le arrancó una oreja, como con el mansurrón sexto, que
áspero incluso le arrebató el trapo en una cabezada. Los tumbó ambos con sendas
estocadas. Se fue a pie, molesto, pero no tenía por qué.
No siempre
los toros tienen que ser nobles y bravos para que haya toreo y emoción. Cuando
hay toreros vale cualquiera.
FICHA DEL
FESTEJO
Domingo 29 de
diciembre 2013. Plaza de Cañaveralejo. 5ª de feria. Sol. Tres cuartos de aforo.
Siete toros de Fuentelapeña (en Parladé) disparejos de
tipo, mansos y broncos excepto el 2º noble, No 527, castaño de 442 kilos que se
le dio vuelta al ruedo. Se lidió el reserva como 7º de regalo.
Juan José Padilla, silencio, silencio tras tres avisos y dos
orejas del regalo.
Paco Perlaza,
dos orejas y silencio.
Miguel Ángel Perera, oreja y silencio.
Incidencias: Salieron a hombros por la Puerta Señor de los
Cristales, Paco Perlaza y Juan José Padilla.
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