Abellán y Perlaza cortaron las dos orejas de una noche de entrega de los toreros sin respuesta del encierro de La Carolina, en el que la mansedumbre fue denominador común.
Victor Diusabá Rojas, Diario El País de Cali
CALI (Colombia).- ¿Dos son más que cuatro? Parece que sí. Al menos en este enrevesado mundo del toro donde las medidas cambian tanto como los sentimientos.
Pero, eso, parece, solo parece, que dos son más que cuatro, porque para ser justos, y no menos ciertos, los cuatro fracasos de La Carolina no alcanzaron a ser redimidos por ese segundo ejemplar que respondió a los cites de Miguel Abellán, ni tampoco por ese último de la noche, aquel que se acordó de su raza en la muleta de Paco Perlaza, para mandar la gente con la sensación de que en Cañaveralejo había sucedido algo importante.
No fue así. La corrida fue larga y monótona. Y baja de raza, con mansos, alguno de libro. Y el empeño de los toreros naufragó en medio de arreones y de huidas. Que lo diga Uceda Leal, dispuesto a sacar agua de dónde no había más que piedra.
En el primero, parado entre su condición de descastado y esos kilos que parecían sobrarle la tablilla (no en sus carnes), José Ignacio luchó contra la corriente desde cuando se puso de rodillas para recibirlo y a cambio apenas obtuvo la bofetada del animal, que se quedó a sus espaldas, a tomarle medida del diseño de la chaquetilla. Desde ahí, todo fue trabajo y nada a cambio. Y lo que obtuvo, empujando del carro, no mereció la atención de los tendidos.
El cuarto fue peor, no hizo más que preguntar dónde estaba la salida, mientras convertía el ruedo en un herradero.
Naturales dignos
Miguel Abellán cortó una oreja en faena de homenaje al temple. El toro mostró tranco para hacerse a él en largo, pero Miguel eligió el otro extremo. Y con esa premisa, la de buscar en la estrechez el éxito, salió triunfante. Hubo torería en esa manojo de naturales dignos de olés más hondos.
La transmisión en la embestida del toro de La Carolina le puso color a la noche, más aún cuando Abellán siempre estuvo por encima. Espadazo y trofeo, con palmas al toro en el arrastre.
Pero enseguida le vino la cruz, con ese quinto, tan parecido en lo poco agraciado al inmediatamente anterior. O para llamarlo por su nombre, con ese toro feo y zancón, del que no encontró, tras una vibrante pelea en el caballo, más que amenazas, cada vez que el animal se quedó a vivir abajo, en inmediaciones de las zapatillas. Abellán no se arredró y estuvo firme y dispuesto, en terrenos de compromiso. La gente lo entendió y lo agradeció, por eso asomó la petición, que al final no cuajó. Menos mal. Esas orejas, lo sabe Miguel, no pesan ni valen. Vuelta al ruedo sin reparos.
Las condiciones del sexto
Y a Paco Perlaza tampoco le llovió maná en el tercero, un ejemplar en el que afloraron todos los defectos, desde pasar por buey en un principio, luego arrollar y atropellar, para terminar en franca estampida de manso.
Tras pagar esa cuota, vino el sexto, el más armónico de todos (como para ratificar el valor de las hechuras), toro que supo cambiar cuando las apuestas a su favor estaban condenadas a la quiebra, luego de escupirse del caballo. Ahí, en el trapo rojo, el animal empujó y repitió encastado, pidiendo pelea.
Por momentos, Paco supo plantarse frente a ese huracán, pero a medida que transcurrió la lidia quedó claro que quien ponía las condiciones era ese sexto, al que al final despachó con una estocada a ley. Oreja y palmas al toro.
Sí, pareció que dos son más que cuatro. Pero no, esos cuatro mansos pesaron mucho más en el balance de la noche para concluir que no fue el día de La Carolina.
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