La proyectada
Ley de Protección y Derechos de los animales es la enésima gota que colma el
vaso de los extremismos del babélico gobierno presidido por el señor Sánchez
ÁLVARO R.
DEL MORAL
@ardelmoral
Diario EL
CORREO DE ANDALUCÍA
El conglomerado de rebotados que gobierna este
país hace tiempo que doblegó nuestra capacidad de asombro. Ya saben: más allá
de la batería de imbecilidades que se sacan de la chistera con una frecuencia
inaudita hay que fijar una máxima que se cumple con ejemplar sincronía. No se
trata de gobernar para todos sino en contra de muchos. Es así, no hay que darle
más vueltas. Cuando la gobernabilidad depende de extremistas y exaltados que
sólo quieren rebañar su trozo del pastel no hay más remedio que hacer más y más
concesiones en una serie de terrenos –cultura o educación si quieren un
ejemplo- para seguir huyendo hacia delante. Pero el asunto empieza a ponerse
muy peligroso. Están regalando gasolina a un puñado de pirómanos a los que, en
el fondo, les da exactamente igual ocho que ochenta.
Y perdonen la parrafada, que sirve de introito
para abordar la enésima majada de nuestros insufribles barandas. Ahí tienen el
anteproyecto de Ley de Protección y Derechos de los animales que ha presentado
el gobierno hace escasas fechas. El asunto patina de raíz, otorgando derechos a
seres vivos que no tienen obligaciones. A partir de ahí todo es discutible
porque, en el fondo, se trata de un auténtico ataque a una forma ancestral de
relacionarse con la naturaleza. Se persigue la muerte de una forma de vivir. El
nuevo comunismo busca en ciertas causas –feminismo, ecologismo salvaje,
identidad de género, animalismo, veganismo- formas nuevas de seguir vendiendo
su mercancía ajada, de hacer una fracasada revolución que sólo es promesa de
miseria. Y Sánchez ha comprado el lote completo para seguir chapoteando en los
charcos del poder al precio que sea. No hay más. Algunos, por lo visto, llaman
a eso progreso. Que nos borren.
Efectos colaterales
En el terreno estricto del espectáculo taurino se
está abriendo una puerta para cercenar su desarrollo. Podríamos llamarlo
doctrina ‘Baleares’. En las islas se intentó –fracasando en los tribunales-
regular el espectáculo de una forma tan restrictiva que en la práctica se
estaba asfixiando su desarrollo por pura inoperatividad. Algo parecido podría
ocurrir con esta ley de bienestar animal que, visto lo visto y oído lo oído,
debería tener escaso recorrido judicial. Pero ahí está el intento: “quedará
prohibido el uso de los animales en espectáculos o actividades que puedan
ocasionarles sufrimiento”, señala el texto. ¿Dónde está el umbral de ese
sufrimiento? ¿Qué pasaría con los picadores? ¿Qué ocurriría con los cabestros
que facilitan el manejo del ganado en el campo y en las plazas? ¿Qué sería de
las monturas de las romerías? ¿De las mulas o bueyes que tiran de carretas y
simpecados? ¿Puede ‘trabajar’ un perro en una ganadería brava? ¿Le molestarán
al chucho las detonaciones de los cartuchos en una cacería? ¿Es lícito criar
rehalas para monterías? Podrían ir añadiendo todas las preguntas que ustedes
quieran para desenmascarar ese texto aberrante.
Reacciones
Las reacciones del mundo rural, con el poderoso
lobby de la caza a la cabeza no se han hecho esperar. La Fundación del Toro de
Lidia también ha salido a la palestra, por boca de su portavoz Chapu Apaolaza,
condenando el nuevo texto normativo al señalar el núcleo del problema: “el
ecologismo mal entendido como animalismo no defiende los intereses de la
ecología, sino que lo que pretende es no es sólo terminar con el toro sino
nuestra forma de vida”. Desde la Unión de Criadores de Toros de Lidia se ha
incidido en la misma idea: “Estamos ante una ley propia del discurso del
mascotismo radical que nada tiene que ver con la conservación de nuestro campo
y del cuidado de los animales que practicamos a diario los ganaderos” han
señalado fuentes de la Unión. Todo eso está muy bien pero hay que acudir a los
tribunales, reaccionar con firmeza, dejar de tragar con esta lluvia fina que ya
ha calado demasiado. No se trata de ser taurino, cazador ni romero; la cuestión
es otra y va más allá de nuestras devociones o aficiones: se apunta
directamente a la línea de flotación de una forma de ser y entender la vida.
Quieren controlar lo que comemos, lo que transmitimos a nuestros hijos, la tele
que vemos y hasta los libros que leemos. Y en medio de todo esto, el toro, con
el riquísimo universo humano, económico, social, histórico, cultural,
ecológico, etnográfico, paisajístico, festivo... que le rodea sólo es una
excusa para alcanzar esa eterna revolución pendiente, que alcanza hasta el
control de nuestras mentes, de toda nuestra conducta. Esa batalla no tiene fin.
De nosotros depende ganarla.
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