FERNANDO
FERNÁNDEZ ROMÁN
@FFernandezRoman
Manuel Benítez, El Cordobés, ha salido a la
palestra, es decir, ha reaparecido en los medios de comunicación con su
peculiar personalidad, siempre sorprendente y transgresora. Sale a la luz de la
prensa y sube la luz de la Fiesta, que anda mortecina, en modo led blanca. Todo
lo que Benítez dice o hace, si se somete a la pública curiosidad, es carne de
portada para la Prensa, en general; incluso ahora, cuando toda noticia que
huela a toros y toreros se convierte en tufillo para editores y publicistas.
Pero El Cordobés es incombustible al tiempo, a los
modos y las modas. En esta ocasión, ha declarado solemnemente que está
dispuesto a volver a los ruedos para intervenir en el tradicional festival a
beneficio de la lucha contra el cáncer, a celebrar en el coso de Los Califas de
Córdoba. Está decidido a tomar los trebejos de torear por dos motivos: porque
la benemérita causa lo merece y porque la Tauromaquia atraviesa por una de las
fases más peliagudas y peligrosas de su historia.
Quitando Morante y su revolución, ya comentada,
nadie se mueve en el mundo del toro, nadie aporta novedades, nadie echa pie a
tierra y se descabalga de ese conformismo consuetudinario, de esa pereza física
y mental que tan perniciosos resultados puede deparar. A este paso,
afrontaremos la temporada del 22 con más
de lo mismo, esperanzados en que la “nueva normalidad” --¡qué chorrada de
definición!— nos lleve a la de 19, con los aforos al completo, pero los mismos
argumentos, las mismas quejas, los mismos problemas… y cero soluciones. A estas alturas del
partido ya deberíamos estar expectantes con planteamientos menos endogámicos
que los actuales, con noticias acerca de la recomposición de los pliegos de
condiciones de la Administración Pública –y alguna privada, que alguna mano
habría de echar-- para la explotación de las plazas de toros de su propiedad,
esto es, el canon disparatado que arruina empresas y revienta los bolsillos del
aficionado, especialmente de los más jóvenes; un consenso entre empresarios
para abaratar las localidades, tras la rebaja del IVA; un retoque en
profundidad a la Ley Taurina vigente y un nuevo y único Reglamento que la
desarrolle; un acuerdo global entre los profesionales que haga posible el
desarrollo de los festejos taurinos de menor fuste –novilladas-- sin el
disparate que suponen hoy día los costes de producción, gravados aún más por un
incomprensible reparto de cargas; abordar la paupérrima situación de los
espacios taurinos en los medios de comunicación y la inevitable desaparición de
revistas especializadas (lo de Aplausos es cuasi milagroso), con lo cual la
atención se diluye entre la gente del común a una velocidad incontenible.
A estas fechas, solo festejos sueltos se
desparraman por la geografía española, mientras allende la mar se las ven y
desean para armar una corrida de toros. México es la principal esperanza,
aunque apenas llegan noticias al respecto.
Tiene que llegar El Cordobés a encender el
candelero de la Tauromaquia para que se deje sentir, oír y ver en emisoras,
papeles y pantallas. Quiere torear “el Pelos”, a sus 85 tacos. Ochenta y cinco,
digo, por si no se creen los dígitos. Mi opinión: una barbaridad, una
temeridad. Mi pronóstico: si llega el caso, lo llevará a cabo, contra
prescripciones facultativas o admoniciones de la autoridad competente.
A este cordobés universal le bautizó como Huracán
Benítez el crítico taurino Gonzalo Carvajal; por tanto, a ver quién detiene a
esta fuerza de la naturaleza. A sus 85, sí, señor.
La fotografía de arriba corresponde a su última
aparición en público en el citado festival “del cáncer”, como él dice; pero de
eso hace ya siete años. Con 78 años le armó un taco descomunal a un novillo de
Garcigrande. ¿Lo repetirá a los 85? ¡Quién lo sabe! Por mi parte, deseo
fervientemente que no lo intente; pero también reparo en que este hombre
siempre fue imprevisible. Trae de serie la hazañería sin reparar en el riesgo,
ni atenerse a condiciones físicas o químicas.
Nació en el 36, el año de la guerra.
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