La
exclusión del mundo de la tauromaquia del llamado ‘Bono Joven’ sólo es el
enésimo capítulo de una política de acoso y derribo que sólo pretende el
abolicionismo
ÁLVARO R.
DEL MORAL
@ardelmoral
Diario CORREO
DE ANDALUCÍA
Vaya por delante: el estado no debería
subvencionar con 400 pavitos del ala ninguna modalidad de ocio de los mozos –y
mozas, no se enfaden- de dieciocho añitos que entre otros estrenos vitales
adquieren el derecho de sufragio. Es la misma juventud que puede terminar
bachillerato sin doblarla y que sale de la adolescencia con una empanada mental
cocinada por los ayatolás de lo políticamente correcto. No hace falta decir que
la famosa medida –el llamado Bono Joven- apesta al electoralismo más bananero,
digno de la panda insoportable que gobierna este país a base de bandazos,
ocurrencias y eslóganes ideológicos. Pero el asunto en cuestión, más allá de la
legitimidad de esta ridícula compra de votos, estriba una vez más en la
marginación premeditada de uno de los hechos culturales más íntimamente ligados
a la esencia de este país que algunos aún nos empeñamos en llamar España: la
tauromaquia.
Bastó una llamada de la nueva ninfa de la
ultraizquierda –léase doña Yolanda, la misma que torpedeó el acceso de los profesionales
del toro a las ayudas del covid- para que el tal Iceta, premiado con la cartera
de Cultura para echarlo a escobazos de Cataluña, cambiara el paso de su baile,
reculara y excluyera al mundo del toreo de la impresionante morterada de
millones que servirán para comprar videojuegos en vez de restañar otros rotos y
descosidos. Ya se lamentó el sabio Juncal después de que su antigua mujer le
formara un lío de dos orejas y rabo: “Los adornos, Búfalo; lo peor fueron los
adornos...” Pues los adornos del señor ministro también han sobrado en forma de
tweet en los que presumía –para aplauso de los radicales- de la exclusión de
los toros del llamado bono joven. No deja de ser una constante: se gobierna
parcialmente, poniendo etiquetas de buenos y malos; manchando ideológicamente
cualquier medida. Así nos va.
Una dudosa escala de valores
Es todo de locos. Pero el buenismo no entiende de
partidos y también salpica a cierta derecha acomplejada. El último ejemplo lo
tenemos 138 kilómetros río arriba de la Giralda. ¿Había necesidad de autorizar
una protesta antitaurina a la misma hora, prácticamente en el mismo lugar, en
el que se celebraba una becerrada dominical de marcado carácter familiar? ¿Por
qué tienen que aguantar unos padres que acuden a la plaza con sus hijos de la
mano la catarata de insultos de esa tropa? Eso sí, a menos de 300 metros de una
clínica abortista –templos del horror y símbolo de la derrota de un ser humano-
no se puede ni rezar. Volvemos a lo mismo: la ideologización de todos y cada
uno de los resortes de una vida que resulta insoportable.
Mientras tanto, el PSOE parece empeñado en adoptar
una nueva identidad abrazando todas esas causas, presuntamente progresistas, en
las que también entra la deriva antitaurina. Ahí está el proyectado debate,
dentro de su 40 congreso federal, de cuatro enmiendas que persiguen torpedear
el toreo en aras de una pretendida defensa de los animales y de protección a la
infancia. No hay que darle más vueltas: la antigua socialdemocracia quiere
ponerse un traje radical –ellos lo llaman sostenible, inclusivo y no sé cuantas
más mamarrachadas- que les permita pescar en el caladero de votos de la
ultraizquierda. Ésa es la pura verdad. A partir de ahí no hay que extrañarse de
que se acabe colando esa ley de bienestar animal, que no deja de ser un clavito
que pretende allanar otros terrenos. Apunten otras medidas aún más aberrantes
que irán calando como un gota a gota: no tardará en proponerse la eliminación
de los animales en romerías. Empezamos diciendo “todos y todas” y acabamos
haciendo un curso para tener un perro... ¿Por qué hay que aguantar todo esto?
De Gonzalito a Daniel Luque
Nos vamos ya, con un recuerdo especial a la figura
de Gonzalito. Con él se va otro trocito irrecuperable de unos modos, una forma
de ser y de estar; hasta ese puntito de bohemia de los viejos taurinos
licenciados en la cultura de la calle. Sirvió las espadas a Curro Romero desde
el famoso lío del calabozo de 1967 hasta la tarde postrera, en el festival de
La Algaba de 2000. Deja un recuerdo imborrable. Pero la despedida del
Observatorio –que recupera su frecuencia semanal después de la Feria de San
Miguel- tiene otras notas más alegres: hay que subrayar como merece la seria
tarde de toros que cuajó Daniel Luque en el penúltimo festejo de la Feria de
Otoño. El ciclo madrileño concluye este mismo martes, festividad de la
Hispanidad y día del Pilar, con la presencia de Morante en el mismísimo foro
para cerrar una agenda que, a falta de algún contrato menor, ha marcado el
ritmo de esta atípica temporada que nos abre la puerta a la verdadera
normalidad. Y viva España.
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