La
atípica campaña de 2021 ha servido de nexo entre los rigores de la pandemia y
la vuelta a una verdadera normalidad que volverá a enseñar los flancos más
débiles del toreo
ÁLVARO R.
DEL MORAL
@ardelmoral
Diario CORREO
DE ANDALUCÍA
Quedan aún por celebrarse un puñado de festejos de
menor trascendencia pero la gran temporada, que ha mantenido un desacostumbrado
vigor en estas fechas otoñales, concluyó con la cita de Arenas de San Pedro. El
cartel, trazado con acierto y oportunidad, reunía los nombres de Morante,
Urdiales y Emilio de Justo, que brindaron una gran tarde de toros al público
castellano. El propio diestro de La Puebla había oficiado el día anterior el
cierre del circuito ferial llenando la plaza de Jaén y cuajando de cabo a rabo
a un inesperado sobrero de Sancho Dávila al que trazó una faena de primores. Su
lidia también sirvió para reivindicar, de paso, la necesidad de contar con
tantas y tantas corridas potables que se pudren en el campo mientras la
temporada es acaparada por ese puñado de hierros que no hace falta ni nombrar.
Pero ésa es otra historia en la que entraremos a fondo otro día.
Jaén y Arenas de San Pedro echaron el cierre a una
atípica campaña que ha concluido mucho mejor de lo que empezó, sirviendo de
nexo entre los primeros rigores del confinamiento y la puerta abierta a una
verdadera normalidad –sólo se alcanzará cuando las mascarillas se conviertan en
un mal recuerdo- que en el caso del mundillo taurino no está exenta de riesgos.
En 2020 se han quedado un puñado de plazas grandes sin abrir y otras –caso de
Sevilla o Madrid- tuvieron que esperar hasta las puertas del otoño para ponerse
a pleno rendimiento. La larga feria de San Miguel que ha acogido la plaza de la
Maestranza, forzada por las circunstancias y los titubeos políticos, ha acabado
siendo el ciclo más completo, extenso y trascendental del año y ha servido, de
paso, para delimitar las definitivas líneas de frente de una temporada, la de
2022, que está llena de incógnitas.
El número uno
Hablemos de Sevilla: Morante marcó la cumbre
indiscutible de un ciclo que respondió punto por punto a las apuestas
iniciales. La faena del genio de La Puebla fue una auténtica conmoción, un
pellizco en el corazón de la afición sevillana que agotó el papel disponible en
las cuatro citas que ajustó con Ramón Valencia. Después de Morante... nadie. Y
después de nadie, los grandiosos trasteos de Emilio de Justo y Diego Urdiales.
Ya hablamos de todo ello en el correspondiente resumen del ciclo otoñal. La
reflexión es otra: Morante puede presumir de ser el verdadero número uno de una
campaña que se echó verdaderamente a las espaldas por ambición, capacidad y
sentido de la responsabilidad. Pero a todo eso hay que sumar un factor
trascendental: la perdurabilidad, el halo, el poso de sus actuaciones...
No podemos olvidarnos de otros triunfadores
contantes y sonantes como Emilio de Justo, con doble portazo en Madrid y dos
orejas rotundas en la Maestranza. Pero hay que ir más allá para analizar el
verdadero significado del podio de la temporada, por encima de cifras y
estadísticas. No es otro que el triunfo de esa revolución de los clásicos que
preconizábamos en estas mismas páginas, no hace tantos meses. Urdiales, Ortega
o Aguado, pese a su menor regularidad, también gozan de esa atención de los
públicos que deja en la tierra media –pese a su mantenido e indiscutible tirón
taquillero- a un torero como Roca Rey, que debió salir más que perplejo del
serial sevillano pese a sus esfuerzos.
Pero la feria de San Miguel, y la temporada
entera, también han avivado el olor a naftalina que desprenden algunos toreros
de la primera línea y de la clase media alta del escalafón. No hace falta
nombrarlos. Morante es también ahí el único superviviente haciendo buena la
ecuación de edad y gobierno. Se hace necesario refrescar carteles, dar
oportunidades, abrir las ferias sin perder atractivos... En este apartado se ha
llegado a un punto de no retorno que se agrava con un asunto que ronda las
mesas de los despachos empresariales. Hay un par de toreros que exigen aún unos
honorarios –ya no los generan ni de lejos- que será muy difícil mantener cuando
se reabran las taquillas al cien por cien de sus billetajes. La pandemia
también nos ha enseñado el verdadero tirón que, a estas alturas, tienen algunos
matadores que deben ir pensando en liar el petate. La sensación de haber visto
la película mil veces es desalentadora.
Pleito Pagés-Maestranza: una resolución
inminente
Con el final de la campaña, reafirmando esa vuelta
a la normalidad, también se desatan las rupturas y cambios de apoderamiento. La
más relevante, hasta ahora, ha sido la de Miguel Ángel Perera que ha agradecido
los servicios prestados a Santi Ellauri y Pedro Rodríguez Tamayo. Pero hay un
tema de mayor calado que podría tener consecuencias (in)sospechadas. Es la
inminente resolución judicial al pleito que Pagés ha interpuesto a su casera,
la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, por ese IVA –nada más y nada menos
que seis millones de euros- que Ramón Valencia y el nombrado Rodríguez Tamayo
consideran ajeno a su debe. La institución rompió algunas de sus costumbres más
inveteradas al autorizar las declaraciones de su diputado de Plaza, Luis Manuel
Halcón Guardiola, que hizo palpable el malestar del cuerpo de caballeros con un
inquilino que cumplirá 90 años de matrimonio de conveniencia en catorce meses
escasos. Sólo pasarán tres años más para que el misterioso contrato de
arrendamiento vuelva a ser revisado. La sentencia que conoceremos en pocas
fechas tendrá mucho que ver en la cancelación o ampliación de ese acuerdo que
estará sujeto a muchas presiones. Nos vamos: enviando deseos de buena
recuperación a Paco Ureña, seriamente lesionado en el último compromiso de su
temporada. La recuperación no será corta ni fácil. Saldrá fortalecido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario