Brillante
trabajo con un bravo novillo de López Gibaja en la tarde de su presentación en
las Ventas. El sello de la dinastía de los hermanos Adame.
BARQUERITO
Especial para
VUELTA AL RUEDO
LOS TRES
NOVILLOS de López Gibaja de la primera mitad se emplearon fuera de las
rayas con distinta fortuna. Al segundo, que atacó al caballo por los pechos y
romaneó, le costó más que a los otros dos. El primero, que dejó al corretear de
salida huella de pezuñas finas, besó el suelo a las primeras de cambio, pero,
incluso con las ruedas pinchadas remontó, embistió con dulzura, dejó de perder
las manos y con ese son sofocó el incendio.
De esos tres primeros el de mejor nota con mucha
diferencia fue el tercero, cuajado, de armónico remate. Bravo en el caballo -de
largo en dos varas-, pronto en banderillas y más todavía en la muleta, de
temple propio y notable fijeza. Fueron de pintas varias. Castaño lombardo el
que partió plaza; negro salpicado el segundo, el de más alzada de todos; negro
zaino el tercero, muy ovacionado en el arrastre.
Los novillos de la segunda mitad salieron de
condición muy inferior. Al cuarto, encelado demasiado tiempo en el primer
encuentro con el caballo, le costó un mundo despegarse de las tablas. Se
rebrincó y cabeceó antes de aplomarse. El quinto se escupió del caballo o se
quitó el palo y, antes de lo previsto, metió la cara entre las manos con gesto
de toro afligido. El sexto fue el de más trapío, guerreó en varas y se vino en
banderillas sin demora. Parecía que, pero solo lo pareció. Al cuarto viaje se
abrió desencuadernado y poco más duró. Apoyado en las manos no por defenderse
sino por no caerse tan solo. Bramó de manso. Toro moribundo.
Un chasco, porque se había empleado en siete
lances de recibo -ajustados, templados, bien tirados por Alejandro Adame- y en
una media de remate de sinuoso, hermoso remate. Y hasta había querido con ganas
en varas y en un quite mixto de Alejandro Fermín -chicuelinas y tafalleras-
cobrado con muy amplio capote.
El mismo Fermín había desafiado a Adame en su
turno con el tercero con un quite de acento mexicano: dos tapatías selladas con
dos lindos remates improvisados y forzados por el aire del toro en el platillo.
Adame se había estirado y ajustado en el recibo de ese mismo toro, a pies
juntos o a compás abierto. Y había rematado con larga muy volada. Se envolvió
en el capote al caer la larga. Por lo que sea -estímulos procedentes de los
maestros de arte del escalafón o de la temeridad irrebatible del repertorio de
Roca Rey- los tres novilleros se dejaron ver con el capote. Ignacio Olmos le
pegó al segundo dos lances de distinguido asiento.
De los tres hermanos Adame que han pisado las
Ventas -Joselito, tantas veces, y Luis David, no tantas, todos mexicanos de
Aguascalientes- este Alejandro, nuevo en Madrid, benjamín de la dinastía,
acreditó estilo personal. Derivado de la gracia de Joselito, torero de muy
ricos recursos, y de la gravedad de Luis David, curtido más en la escuela
española que en la mexicana. El destino puso en sus manos el mejor novillo de
la tarde y Alejandro supo aprovechar el beneficio. Una faena casi entera en el
platillo mismo, sin fisuras, de incontestable firmeza, variada en distancias y
tomas, mucho más lograda con la diestra que con la siniestra. Trabajo de ritmo
seguro. Tandas acompañadas con la voz pero no a gritos. Toques precisos.
Sentido de la medida. Sin pausas. No las quería el toro. Y, antes de la
igualada, el broche de una muy lograda tanda con la zurda. La mejor de todas
las series. Los remates de trinchera en dos de las tandas fueron sorpresa. Una
estocada delantera muy defectuosa y siete golpes de verduguillo.
Alejandro Fermín no se aburrió con el primero, lo
sostuvo sobre sus pies de azúcar y, embarcado en largo trasteo, tuvo el ingenio
de ligar un pase de las flores con el de pecho. Y el acierto de sujetar en los
medios a un novillo que no había parado de soltarse de todo con aire abanto.
Muy despacioso, moroso en exceso, le escondió al cuarto el engaño una y otra
vez y, encima de él, agravó su mayor vicio: el aplomarse. Ignacio Olmos planteó
en buen terreno -rayas, paralelo a tablas- la faena al segundo, rebrincado, la
cara por las nubes. Largo trasteo plano. Con el deslucido quinto tan solo pudo
ligar una tanda sin enmienda. Adame abrevió con el sexto. Bien hecho.
FICHA DEL FESTEJO
Seis novillos de Antonio López Gibaja.
Alejandro Fermín, palmitas y silencio.
Ignacio Olmos, silencio en los dos. Alejandro Adame, saludos tras un aviso y
silencio. Adame, de Aguascalientes (México), nuevo en esta plaza.
Óscar Bernal picó perfecto al tercero.
Sergio Aguilar prendió al cuarto dos pares excelentes.
4ª del abono de otoño. 5.000 almas.
Veranillo de San Miguel. Dos horas y cuarto de función.
POSDATA
PARA LOS INTIMOS.- Desde el balcón que corona la puerta grande de las
Ventas se contempla la explanada noble como un transparente hormiguero. Como
hormigas parece moverse la gente que viene a los toros pero guarda un tiempo de
espera. El de las hormigas es, con todo, el único humano de todos los paisajes
urbanos que pueden contemplarse desde los vanos moriscos de la galería de grada.
En una foto extraordinaria de 1935, tomada desde
la Fuente del Berro, la plaza aparece
como un circo extravagante de ladrillo rojo edificado en medio de un desierto
urbano. El único contorno de la plaza es un inmenso descampado. Para hacer
accesible el lugar hubo que librar el desmonte que bajaba desde las rondas
hasta el puente sobre el Abroñigal. El puente de Ventas, donde arrancaba cuesta
arriba la Carretera de Aragón. La carretera que llevaba a Alcalá de Henares
pasando por Canillejas, San Fernando y Torrejón. La que cruza el Jarama y
dejaba a un lado el camino de Mejorada. De modo que la plaza no dejaba de
ocupar una vaguada. Si por arte de magia pudiéramos hacerse evaporar todos los
edificios construidos en el entorno de la plaza, se recuperaría la imagen de
1935. Su aspecto de espejismo en el desierto. Un oasis moruno.
El edificio más frontal a la puerta grande tiene
un parecido con el modelo de viviendas urbanas seriadas de estilo Le Corbusier.
Un remoto parecido. Está en la esquina de Alcalá y Almería. Al pie del puente,
a su lado, las cocheras del metro protegidas por un techo de carpa blanca. Y al
fondo, apenas un rincón del parque de la Fuente del Berro, que es muy bello.
Desde donde se tomó la foto del 35. Los bloques del viejo barrio de Ventas, alineados
como una muralla de hormigón, son opacos. Los barrios de San Pascual y El
Carmen han quedado ocultos detrás de edificios modernos bastante agresivos. Los
apéndices del primitivo barrio de la Concepción, no tan ajenos al estilo Le
Corbusier, parecen de cartón piedra. Cerca del tanatorio, una mole de mármol
negro.
Sospecho si es que no lo sé que se trata de la
sede de una compañía de seguros. Porque a las compañías de seguros les provoca
mucho la muerte. Es un negocio rentable. Las casas tejadas de la avenida de los
Toreros son gratas a la vista. En un paisaje que no estuviera tan marcado por
la silueta de las Ventas valdrían el doble.
Una especie de colonia son. Los edificios de la
cuesta de Julio Camba no tienen interés. Solo que el hotel Ibis, cadena
francesa fiable, tiene un cafetín mínimo, escondido, donde se puede charlar. No
es un hotel taurino. Los hoteles taurinos se presumen grandes, rumbosos. Ruido
de sables…
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