Y
otro de buena nota de Jandilla. Manzanares no se templa con el uno. Ureña firma
una bella faena con el otro. La caligrafía propia de Urdiales
BARQUERITO
Especial para
VUELTA AL RUEDO
FUE CORRIDA
de dos hierros punteros. Tres toros de Jandilla. Dos primeros sacudidos y
ofensivos, y un tercero con menos cara que esos dos, pero más serio remate.
Negros los tres. Y tres de Victoriano del Río, con más plaza que los jandillas.
Un cuarto castaño, un quinto sardo y un sexto negro zaino. El quinto, un cromo, bellísimo, fue el toro
de la tarde. Sin la turbulencia del quinto de Garcigrande ni el aire tan severo
del quinto de Victorino, jugados en los dos primeros fines de semana, podría
ser el mejor de una feria de otoño que parecía improvisada pero no lo está
siendo.
La corrida mixta, variaciones sobre raíces comunes
Domecq, fue también a su manera lo que se llama una corrida muy sevillana. Los
tres toros de Victoriano del Río, 580 kilos de promedio, tuvieron tanta armonía
como cuajo. Muy castigado en el caballo, el cuarto se apoyó demasiado en las
manos y al rebrincarse punteó. El sexto, renco desde la salida, afectados los
cuartos traseros, se empleó en el caballo, se dolió lo indecible en banderillas
y, casi inválido, se defendió en la muleta por flojo. De modo que la condición
no se avino con las hechuras. El quinto, en cambio, lo tuvo todo: bravo en el
caballo -desmontó y derribó en la primera vara cobrada de largo, se entregó en
la segunda-, bravo en banderillas y boyante en la muleta, fijo en el engaño,
descolgado con la elasticidad que distingue en un toro el estilo caro. La
calidad. De bravo murió. En la puerta de arrastre, pero de cara a las tablas y
no aculado en ellas.
También los tres de Jandilla fueron toros
sevillanos. Pasado de artillería el segundo, que lucía un garfio izquierdo
disuasorio; remangado el que partió plaza; enmorrilladito el tercero, que fue
el bueno, el mejor de los tres. Pronto, codicioso, alegre, pastueño. El
primero, claudicante, febles aplomos, fue noble tras una fría salida. El
segundo se revolvió en cortos viajes que remató con la cara arriba. El toro más
complicado de los seis.
La fortuna del sorteo -los dos toros de nota-
sonrió a Ureña y Manzanares. De Ureña y su firma fue la faena más cumplida.
Faena distinguida por la profusión de cites frontales, dando el pecho o el
medio pecho, a pies juntos entonces. La mano izquierda del toro, más templada
que la diestra, le convino al torero de Lorca para componerse siempre en la
vertical, sin exageraciones ni dramatismo, ni siquiera después de salir cogido
y volteado en la única reunión en falso. Como los cites frontales fueron la
carne de la faena, faltó por necesidad ligazón, pero no el sentido del temple
en cadenciosos muletazos sueltos. Una estocada honda y trasera, tres
descabellos. La primera aparición de Ureña fue un desafiante quite en los
medios con el primer toro de Manzanares: tafallera, dos gaoneras y media. El
ajuste fue extraordinario. La media de perfil con que remató el saludo del
tercero tuvo el sello de la calidad. Con el sexto no hubo opción de repetir.
Manzanares le consintió al segundo en trasteo
peleado, de tragar sin esconderse ni renunciar. No se rompió, en cambio, con el
excelente quinto. Faena de sorbos y no de tragos, de tandas cortas y desiguales
logros, sin acoplarse Manzanares por la mano izquierda, sin traerse toreado el
toro por delante. En el platillo fue casi todo, con algún caro detalle, pero
abundancia del toreo rehilado, de los cortes antes de tiempo y, sobre todo, el
abuso de la voz. Hubo quien tomó partido por el toro, arrastrado con una
ovación sonora. Cuando Manzanares salió del burladero a saludar, fue sonora la
división de opiniones.
Aunque sin apenas eco, la primera faena de
Urdiales fue de primor. Puro pulso para dibujar, ni un tirón, ni sombra de
violencia, asiento. El sitio preciso para sostener al toro. Un ejercicio de
equilibrio. El torero de Arnedo no se dio por aludido por las protestas contra
el palco o el toro. Y de menos a más, acabó viéndose una faena tan sevillana
como la corrida. Al punteo del cuarto, muy abierto de cuna, Diego respondió con
cautelas, pero sin renunciar a la caligrafía, obligada en su caso. El desplante
que coronó el trasteo fue una pequeña maravilla.
FICHA DEL FESTEJO
Tres toros de Jandilla (Borja Domecq
Noguera), que se jugaron por delante, y tres de Victoriano del Río.
Diego Urdiales, silencio y silencio tras
aviso. Manzanares, saludos y fuerte división tras aviso. Paco Ureña, saludos
tras aviso y silencio.
Óscar Bernal y Paco María, muy ovacionados
en varas. Mambrú prendió al quinto dos grandes pares.
1ª del abono de otoño. Corrida aplazada el
24 de septiembre. 19.000 almas Casi veraniego. Dos horas y doce minutos de
función.
POSDATA
PARA LOS INTIMOS.- Los caballos de pica están ya vestidos a las cinco
de la tarde, que es la mejor hora de llegar a los toros. La hora lorquiana,
dicen los retóricos. Vestir un caballo no es sencillo. Tampoco imposible,
porque lo propio de los caballos de pica es dejarse hacer. Dejarse peinar, por
ejemplo. Hacerse trenzas con las crines. La vestimenta moderna no es tan pesada
como solía. Los tejidos protectores alivian. Los correajes no tienen la dureza
de otras épocas, que dejaban callos en el cuello, las ancas y el pecho. Vistos desde
los ventanales de grada de las Ventas, los caballos despiden aura de calma. Será
por el aura tibia tan propia del otoño de Madrid. Ha sido un día más de
primavera que otra cosa, pero no la luz, que distingue a cada una de las cuatro
estaciones.
Los caballos de los alguaciles no se visten pero
se amarran a las argollas del paredón de
cuadras. Son tordos los dos. Ya ensillados, y en
plaza, parecen míticos córceles plácidos. Se saben el camino, como todos los
caballos del mundo.
El foso del patio de caballos, que estuvo tan
enfangado en los días de tormenta, todavía
guarda como recuerdo algunos charcos pequeños.
Para refrescar pezuñas.
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