domingo, 10 de octubre de 2021

FERIA DE OTOÑO – SEXTO FESTEJO: Un toro sobresaliente de Victoriano del Río

Y otro de buena nota de Jandilla. Manzanares no se templa con el uno. Ureña firma una bella faena con el otro. La caligrafía propia de Urdiales
 
BARQUERITO
Especial para VUELTA AL RUEDO
 
FUE CORRIDA de dos hierros punteros. Tres toros de Jandilla. Dos primeros sacudidos y ofensivos, y un tercero con menos cara que esos dos, pero más serio remate. Negros los tres. Y tres de Victoriano del Río, con más plaza que los jandillas. Un cuarto castaño, un quinto sardo y un sexto negro zaino.  El quinto, un cromo, bellísimo, fue el toro de la tarde. Sin la turbulencia del quinto de Garcigrande ni el aire tan severo del quinto de Victorino, jugados en los dos primeros fines de semana, podría ser el mejor de una feria de otoño que parecía improvisada pero no lo está siendo.
 
La corrida mixta, variaciones sobre raíces comunes Domecq, fue también a su manera lo que se llama una corrida muy sevillana. Los tres toros de Victoriano del Río, 580 kilos de promedio, tuvieron tanta armonía como cuajo. Muy castigado en el caballo, el cuarto se apoyó demasiado en las manos y al rebrincarse punteó. El sexto, renco desde la salida, afectados los cuartos traseros, se empleó en el caballo, se dolió lo indecible en banderillas y, casi inválido, se defendió en la muleta por flojo. De modo que la condición no se avino con las hechuras. El quinto, en cambio, lo tuvo todo: bravo en el caballo -desmontó y derribó en la primera vara cobrada de largo, se entregó en la segunda-, bravo en banderillas y boyante en la muleta, fijo en el engaño, descolgado con la elasticidad que distingue en un toro el estilo caro. La calidad. De bravo murió. En la puerta de arrastre, pero de cara a las tablas y no aculado en ellas.
 
También los tres de Jandilla fueron toros sevillanos. Pasado de artillería el segundo, que lucía un garfio izquierdo disuasorio; remangado el que partió plaza; enmorrilladito el tercero, que fue el bueno, el mejor de los tres. Pronto, codicioso, alegre, pastueño. El primero, claudicante, febles aplomos, fue noble tras una fría salida. El segundo se revolvió en cortos viajes que remató con la cara arriba. El toro más complicado de los seis.
 
La fortuna del sorteo -los dos toros de nota- sonrió a Ureña y Manzanares. De Ureña y su firma fue la faena más cumplida. Faena distinguida por la profusión de cites frontales, dando el pecho o el medio pecho, a pies juntos entonces. La mano izquierda del toro, más templada que la diestra, le convino al torero de Lorca para componerse siempre en la vertical, sin exageraciones ni dramatismo, ni siquiera después de salir cogido y volteado en la única reunión en falso. Como los cites frontales fueron la carne de la faena, faltó por necesidad ligazón, pero no el sentido del temple en cadenciosos muletazos sueltos. Una estocada honda y trasera, tres descabellos. La primera aparición de Ureña fue un desafiante quite en los medios con el primer toro de Manzanares: tafallera, dos gaoneras y media. El ajuste fue extraordinario. La media de perfil con que remató el saludo del tercero tuvo el sello de la calidad. Con el sexto no hubo opción de repetir.
 
Manzanares le consintió al segundo en trasteo peleado, de tragar sin esconderse ni renunciar. No se rompió, en cambio, con el excelente quinto. Faena de sorbos y no de tragos, de tandas cortas y desiguales logros, sin acoplarse Manzanares por la mano izquierda, sin traerse toreado el toro por delante. En el platillo fue casi todo, con algún caro detalle, pero abundancia del toreo rehilado, de los cortes antes de tiempo y, sobre todo, el abuso de la voz. Hubo quien tomó partido por el toro, arrastrado con una ovación sonora. Cuando Manzanares salió del burladero a saludar, fue sonora la división de opiniones.
 
Aunque sin apenas eco, la primera faena de Urdiales fue de primor. Puro pulso para dibujar, ni un tirón, ni sombra de violencia, asiento. El sitio preciso para sostener al toro. Un ejercicio de equilibrio. El torero de Arnedo no se dio por aludido por las protestas contra el palco o el toro. Y de menos a más, acabó viéndose una faena tan sevillana como la corrida. Al punteo del cuarto, muy abierto de cuna, Diego respondió con cautelas, pero sin renunciar a la caligrafía, obligada en su caso. El desplante que coronó el trasteo fue una pequeña maravilla.
 
FICHA DEL FESTEJO

Tres toros de Jandilla (Borja Domecq Noguera), que se jugaron por delante, y tres de Victoriano del Río.
Diego Urdiales, silencio y silencio tras aviso. Manzanares, saludos y fuerte división tras aviso. Paco Ureña, saludos tras aviso y silencio.
Óscar Bernal y Paco María, muy ovacionados en varas. Mambrú prendió al quinto dos grandes pares.
1ª del abono de otoño. Corrida aplazada el 24 de septiembre. 19.000 almas Casi veraniego. Dos horas y doce minutos de función.
 
POSDATA PARA LOS INTIMOS.- Los caballos de pica están ya vestidos a las cinco de la tarde, que es la mejor hora de llegar a los toros. La hora lorquiana, dicen los retóricos. Vestir un caballo no es sencillo. Tampoco imposible, porque lo propio de los caballos de pica es dejarse hacer. Dejarse peinar, por ejemplo. Hacerse trenzas con las crines. La vestimenta moderna no es tan pesada como solía. Los tejidos protectores alivian. Los correajes no tienen la dureza de otras épocas, que dejaban callos en el cuello, las ancas y el pecho. Vistos desde los ventanales de grada de las Ventas, los caballos despiden aura de calma. Será por el aura tibia tan propia del otoño de Madrid. Ha sido un día más de primavera que otra cosa, pero no la luz, que distingue a cada una de las cuatro estaciones.
 
Los caballos de los alguaciles no se visten pero se amarran a las argollas del paredón de
cuadras. Son tordos los dos. Ya ensillados, y en plaza, parecen míticos córceles plácidos. Se saben el camino, como todos los caballos del mundo.
 
El foso del patio de caballos, que estuvo tan enfangado en los días de tormenta, todavía
guarda como recuerdo algunos charcos pequeños. Para refrescar pezuñas.

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