Dos
excelentes entregas del torero de Torres de la Alameda, que estaba relegado y
casi en olvido. Firmeza, temple, carácter y pureza clasicista con dos toros de
distinta condición
BARQUERITO
Especial para
VUELTA AL RUEDO
LOS TRES toros de Adolfo Martín, dos jugados por
delante y uno para cerrar corrida, fueron muy desiguales de hechuras. Veleto y
descarado el primero; muy abierto de cuna el segundo, el más cuajado de los
tres; y bizco y ofensivo el sexto, de pobre remate comparado con el de los
otros dos.
De muy diversa condición: el primero, cuello
astracanado, tupido flequillo, aire viejo, muy codicioso de salida, el hocico
por el suelo al galopar, esperó en banderillas y mudó en la muleta, se volvió
pegajoso por la izquierda, se apoyó en las manos, midió receloso. Puso a prueba
el oficio de Fernando Robleño, que le ganó pasos, arriesgó sin duelo, sacó
muletazos de mérito -excelentes los de pecho- y porfió sereno, con fe. Un
pinchazo hondo y un descabello.
Fernando Robleño |
El segundo, entrepelado, bajo de agujas, largo, se
empleó de salida y en el caballo, lo templó en el recibo de capa Fernando
Adrián -lances de limpio vuelo- y lo lidió en banderillas con rico primor
Antonio Molina. De los tres toros de Adolfo fue este segundo el que hizo los
honores al ganadero. Con él vino a destaparse Fernando Adrián. De las seis
faenas por él firmadas en las tres eliminatorias de la Copa Chenel tal vez haya
sido esta del distinguido toro de Adolfo la de mayores méritos y más difíciles
logros. Listo para fijar al toro de partida con notables muletazos de horma,
encajado y firme en cuanto se estiró sin demora, despacioso, sereno para
templar la embestida y valeroso para aguantar las miradas del toro cuando
estaba por asegurarse el gobierno. Por la mano izquierda, que es su mejor mano,
toreó con sobresaliente ajuste. Ni siquiera deslució un desarme, de muleta
pisada.
Toro encastado, torero ambicioso, de regusto
clasicista y punto sorprendente si se piensa en lo poco que ha toreado en los
últimos años. Fue novillero puntero, sí, pero relegado después de la
alternativa. Como si se hubiera esfumado. Ovacionaron al toro en el arrastre. Y
más al torero de Torres de la Alameda. Un pinchazo, una entera tendida. Solo
una oreja, pero se tuvo la sensación de que el son de esa primera faena iba a
ser decisiva a la hora de fallarse el concurso.
El tercero de los adolfos solo aguantó dos tandas
bien tiradas por Colombo con la mano derecha. Después, rebrincado primero y
enseguida topón, orientado, pegó cabezazos. Colombo pinchó en la suerte de
recibir y, atacando por derecho, cobró la estocada de la tarde. La última del
torneo.
Los tres toros de José Vázquez se jugaron entre
medias de los tres de Adolfo Martín. Cinqueños todos sin excepción. De
formidable hondura el tercero en liza, enlotado con el pobre sexto. Acapachado,
enmorrillado, negro zaino, muy bien hecho dentro de su volumen, con la huella
de la edad -casi seis años- en el cuajo y la expresión, se escupió del caballo
de pica dos veces, escarbó mucho -de comezón y no de mansedumbre-, algo tardo,
pero metió la cara. Hubo, con todo, que tirar de él. Colombo acertó con el
sitio y los toques, se templó por las dos manos y midió la faena. Mató de buena
estocada. Una oreja.
Con los dos toros restantes de Vázquez iba a
dirimirse el campeonato. Un cuarto negro, engatillado, serio por delante, pero recogido
de cuerna, y un quinto castaño lombardo, atacado de carne, frondoso cuello. Con
el cuarto quitó desafiante en su turno Fernando Adrián: saltillera, gaonera y
revolera. Impecable. Replicó Robleño: dos chicuelinas, tafallera, media y
larga. Tuvo más eco Adrián.
Toro de más a menos. Y la faena, abierta en la
distancia, graciosa la apuesta, también. El toro empezó a soltarse a partir de
la primera docena de viajes, a mirar las tablas al salir de engaño y a echar la
cara arriba. No le vio la muerte Robleño: tres pinchazos -dos, escupidos-,
entera caída y unos cuantos descabellos. Acostado contra tablas o barbeándolas,
no descubría el toro. Sonaron dos avisos.
Es probable que el sexto toro hubiera sido
descartado en el sorteo -las hechuras no suelen engañar- y en manos de Adrián
estaba la solución cuando se soltó el quinto, que, deslumbrado, se le vino
cruzado de salida, se agarraba al piso, apretó en banderillas y, aire peleón,
estaba por ver del todo. Hasta que Adrián se dobló rodilla en tierra con él en
los medios y vino a dejarlo casi de seda con seis muletazos muy mandones. El de
pecho, extraordinario. Por alto no tuvo trato el toro, rebelado o en ásperos
ataques. Por bajo, sí. Y por bajo rompió
la faena en tandas cortas, de son creciente, y firmeza mayúscula. Seco estilo,
compostura vertical, muy sueltos los brazos. Con tres tandas quedó sentenciado
el negocio. Igual que el cuarto, este quinto empezó a soltarse y a buscar las
tablas con la mirada. Un pinchazo sin soltar, una estocada tendida, muerte
lenta, un aviso, dos orejas. El público, a favor de obra. Con toda razón.
FICHA DEL FESTEJO
Tres toros -1º, 2º y 6º- de ADOLFO MARTÍN y tres -3º, 4º y 5º- de JOSÉ VÁZQUEZ.
FERNANDO
ROBLEÑO, una oreja y silencio
tras un aviso. FERNANDO ADRIÁN, una
oreja y dos orejas tras aviso. JESÚS
ENRIQUE COLOMBO, una oreja y ovación.
Notable en brega y banderillas Antonio Molina,
de la cuadrilla de Adrián.
Final de la Copa Chenel. Fernando Adrián fue
proclamado ganador del concurso. Soleado, fresco, otoñal. 3.000 almas. Dos
horas y media de función
POSDATA
PARA LOS INTIMOS.- La última del curso. El año del ferrocarril,
que apenas se ha celebrado, y el año de Morante, que en este sábado tan de
otoño estaba anunciado en Chamusca, el pueblo portugués del Ribatejo célebre
por la bravura de sus forcados. Los Forcados de Chamusca, que llegaron a pegar
-actuar. en las Ventas.y yo los ví. Pegar y cobrar.
Creo que
Morante fue a Chamusca para rendir homenaje a Ricardo Chibanga, el torero
mozambiqueño, que murió a principios de
año en Golegá, al lado de Chamusca, en las marismas del Tajo. Chibanga está
tenido justamente por el mejor torero africano nunca conocido. Suárez Guanes lo
llamaba el Curro Romero negro. Porque fue torero de arte, exquisito. Altísimo,
sin aparente traza de torero. Hasta que se ponía a torear.y entonces se obraba
el milagro de verlo casi levitar. Lo he visto torear en las Ventas saltillos
duros de pelar de Charco Blanco. Al lado de Guanes en la delantera de grada del
3.
Daba gusto
ver a Chibanga y escuchar a Guanes narrar en vivo la historia del toreo desde
el año 46 hasta el día en que Chibanga tomó en Sevilla la alternativa. Porque
Chibanga fue torero enseñado en Sevilla. Morante fue admirador de Chibanga
aunque no llegara a verlo torear más que en el campo. Y Chibanga tuvo en Morante fe ciega. Probablemente lo vio
antes que nadie.
Del año del
ferrocarril y no de Morante han hablado los corresponsales extranjeros de la
tertulia quincenal del A vivir que son dos días de la cadena Ser. Los trenes
alemanes, los trenes franceses. El ferrocarril, emblema del progreso. Aquí
queda mucho por hacer. Y pensar que los toros de Salamanca viajaban a Francia
en tren. En vagones de mercancías convertidos en cuadras de ruedas de acero. El
mayoral, en el pescante. Supongo que todavía resiste en pie el embarcadero de
la Fuente de San Esteban. Hasta Irún y Hendaya. Cruzando el Bidasoa.
Jesús Enrique Colombo |
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