lunes, 25 de octubre de 2021

Morante: el año de los prodigios

El diestro de La Puebla ha sido el número uno en la estadística de la temporada 2021 pero también ha marcado su primacía en la trascendencia, el halo y el poso de sus actuaciones
 
ÁLVARO R. DEL MORAL
Diario EL CORREO DE ANDALUCÍA
 
La última vez que Morante pisó la plaza de la Maestranza vestido de luces, antes de que los rigores de la pandemia marcaran un antes y un después en nuestras vidas, hubo muchas cosas en contra. Fue el 29 de septiembre de 2019. El diestro de La Puebla experimentó un inédito clima hostil y pudo comprobar –en compañía de El Juli para dar la alternativa al ecijano Ángel Jiménez- que se veía demasiado ladrillo en los tendidos. La crónica publicada en El Correo aquel día da fe de aquellas sensaciones a contrapelo que tampoco iba a lograr remontar en el festival del 12 de octubre, organizado para las cofradías de la Esperanza de Triana y El Baratillo. Fue último festejo celebrado en el coso del Baratillo antes de que la expansión del dudoso bichito fundiera a negro nuestra existencia cotidiana en la bisagra de marzo de 2020.
 
Para entonces ya se habían presentado los carteles de una feria y un abono que nunca llegarían a celebrarse. Morante volvía a estar anunciado en la plaza de la Maestranza en cuatro tardes, compartiendo ese papel de primer actor con Roca Rey y Pablo Aguado, los grandes protagonistas de la campaña anterior. Mientras el coronavirus enviaba todo al infierno, el negocio se empapaba en su propio naufragio y hasta en increíbles guerras cainitas. Con el verano llegó una tímida apertura, cargada de lastres, y el matador cigarrero, liberado de cualquier conformismo, no dudó en apuntarse a dos funciones trascendentales organizadas por un mismo empresario: José María Garzón. Fueron los célebres festejos del 6 de agosto en El Puerto de Santa María y la corrida de la Hispanidad del 12 de octubre en Córdoba, en un mano a mano con Juan Ortega que abría otras puertas al futuro. En ambas brilló con luz propia la personalidad del torero de La Puebla. Pero había una novedad: la ambición por torear bien, poder a los toros, llenar de contenido cada espectáculo.
 
De alguna manera estaba preconizando lo que iba a pasar en este 2021, un año que ya enseña el final de la pesadilla pero que comenzó rebozado aún en las olas del covid. La vida ha estado pendiente de las sucesivas fases de apertura; también el toreo. Pero a falta de un puñado de plazas grandes, se ha podido hilar un final de temporada muy cercano a la verdadera normalidad. Pero hay que comenzar por el principio: Morante se había vuelto a anunciar como primera estrella de la temporada de primavera de Sevilla pero el ciclo acabaría siendo trasladado en bloque hasta septiembre después de ser suspendido en el colofón de un delirante proceso, con los vestidos preparados para hacer el paseíllo en la tarde del 18 de abril.
 
En medio de ese panorama, el torero de La Puebla del Río tuvo que esperar hasta el 14 de mayo para comenzar su particular temporada embelesando en el ruedo madrileño de Vistalegre en un serial caro y desabrido –resuelto en un clima desolador- y organizado por sus apoderados, los hermanos Matilla. Al día siguiente marchó a Córdoba para torear mano a mano con Finito de Córdoba, que cumplía treinta años de alternativa. Más allá de la faena de pinturas que cuajó con un mal encierro de Juan Pedro Domecq aquella tarde estuvo marcada por un gesto cargado de significados. Fue el comentadísimo brindis al empresario José María Garzón en el que los más avezados en los secretos del toreo supieron adivinar que el tiempo de Matilla –miembro de la cúpula de ANOET que había cocinado el frustrado derribo del empresario sevillano- había tocado a su fin. No se equivocaban: en sólo una semana se supo que la unión profesional estaba rota. Morante pasaba a dirigir él mismo su carrera. En realidad lo había hecho casi siempre.
 
A partir de ahí, el torero no dejó de dictar titulares a la vez que afrontaba la temporada con una inédita regularidad triunfal. “Estoy aburrido de ‘juampedros’ y ‘garcigrandes’” espetó en una célebre entrevista concedida a Zabala de la Serna en El Mundo que sirvió de anuncio de un gesto lleno de riesgos: estaba dispuesto a matar seis toros de Prieto de la Cal en la plaza del Puerto de Santa María que, en ese momento, no tenía ni empresario. El ofrecimiento ponía en bandeja el eje del abono –sustanciosamente encarecido- que acabaría montando y presentando Carlos Zúñiga, empresario puntual de la temporada veraniega en la Plaza Real gracias a la contundencia de su oferta económica.
 
Pero antes de llegar a la quimérica meta del Puerto, Morante pasó sembrando recuerdos en la mayoría de las ferias de la primavera y el primer verano. Este cronista pudo reencontrarse con su estela en las plazas de Jerez y Huelva. La programación taurina de la Feria del Caballo había sido trasladada a finales de julio en el último minuto pero la gente no falló en la taquilla. “Morante se corona rey de la campaña” fue el título de la crónica publicada en El Correo de Andalucía anticipándose al propio desenlace de una temporada que ha llevado su nombre. “Más allá de la geometría del toreo latía una pasión, un concepto, hasta una vuelta a las fuentes y los fines del toreo” rezaba la crónica. Una semana más tarde, el 31 de agosto, le esperaba el ruedo choquero de la Merced para el que había escogido una corrida de Torrestrella, materializando esa cantada apertura de encastes que ya había asumido unas semanas antes en Istres apuntándose a los ‘santacolomas’ de La Quinta. El titular de esta nueva reseña tampoco dejaba demasiado espacio a la duda. “Da gusto ver a Morante”, señalaba esa crónica que no dejaba de ser un nuevo certificado de la realidad. Morante ya era el líder en los números; pero también en el halo, el poso, el recuerdo de sus faenas...
 
El Puerto: un gesto fallido
 
El pretendido acontecimiento del Puerto de Santa María se había preparado para una semana después. Todos los caminos del toreo conducían a la Plaza Real del Puerto de Santa María en la tarde de aquel 7 de agosto. Morante había cuidado hasta el más mínimo detalle ornamental de un empeño azaroso que estaba supeditado a un elemento fundamental: el toro, que acabó convirtiendo la gesta en fiasco. Más allá de lo accesorio, de la fanfarria de la puesta en escena, la apuesta estaba colocada en un único casillero y sometida a una suerte que pendía de un finísimo hilo. Y una auténtica suerte habría sido que la corrida escogida, encastada en la vieja sangre vazqueña del duque de Veragua, se hubiera sumado a la inmensa fiesta que rodeaba el presunto acontecimiento.
 
No hubo tal; la belleza de la idea no pudo materializarse. El asunto no dejaba de ser toda una declaración de intenciones, una fábula maravillosa que se estrelló con la inapelable realidad de una ganadería anclada en la utopía de sus propietarios, que tampoco estuvieron a la altura a toro pasado. No embistió ni uno, ni para hacer el toreo de hoy ni el de antaño. ¿Había una mínima posibilidad de que pudieran hacerlo? A partir de ahí todo se convirtió en un imposible. Morante había tenido la capacidad de de crear ilusión pero, sobre todo, de formular preguntas que habían vuelto a quedar sin contestación. No era la primera ni la última vez que un acontecimiento taurino se quedaba en agua de borrajas pero Morante seguía siendo el mejor de la campaña.
 
Sevilla en el horizonte
 
Pero el viaje de la temporada continuaba y el diestro cigarrero aún tenía que quemar casi treinta cartuchos. Pasó, entre otras plazas, por Dax, Gijón –donde no se libró de la mendacidad animalista-, Almería, Cuenca, Linares, Palencia, Valladolid, Albacete... también por Salamanca donde se apuntó a los ‘galaches’, volviendo a colocar la prestigiosa ganadería charra en el mapa y cuajando una faena para el recuerdo con uno de los ejemplares. Pero a la vez que el verano empezaba a declinar todos los caminos apuntaban a Sevilla. Le esperaban cuatro tardes, empezando por la apertura del ciclo el día 18 de septiembre, que implicó reabrir la plaza después de casi dos años de sequía taurina. Morante logró alumbrar con luz propia ese festejo inaugural, con Roca y Aguado en el cartel. Fue una faena tan bella por fuera como densa de contenido en la misma tarde que la rodilla de Pablo Aguado dijo basta.
 
En esa tesitura y con Pablo en el dique seco, la esperada cita del día 24 de septiembre no admitía otra componenda que un mano a mano entre Morante y Juan Ortega. Y el papel volvió a agotarse, como en todas y cada una de las comparecencias del diestro cigarrero. Morante no tuvo demasiadas opciones esa tarde –la de la primera revelación capotera de Ortega- y encaró su tercer compromiso, con otro envío de Juan Pedro, resuelto a no fallar. Su capote hizo nuevos los lances antiguos –cambios de rodillas, tijerillas- y sublimó el mejor toreo a la verónica. De su muleta surgió la faena más desgarradoramente bella y emocionante del ciclo –no faltó una tremenda voltereta- rematada con un gran volapié. Merecía el rabo, la Puerta del Príncipe... El eco de su labor nos sigue alimentando pero a Morante tenía que cerrar feria con su ración de ‘miuras’. Al primero, vacío de todo, lo toreó con la gorra pero no pudo lidiar al esmirriado e inválido cuarto que tuvo que ser sustituido por un sobrero de Virgen María al que cuajó otra bella faena de pinturas. Habría merecido otro trofeo que él mismo se empeñó en abortar. Había venido a otra cosa...
 
Pero a la temporada del diestro cigarrero aún le faltaba una última cita trascendental antes de echar la persiana. Fue el paso por Madrid, apuntado a los ‘núñez’ de Alcurrucén en la tarde del 12 de octubre con todo el papel agotado. No pisaba Las Ventas desde 2017 y aunque los máximos titulares los acaparó la salida a hombros de Ginés Marín, el de La Puebla volvió a bordarlo con muleta y capote –inolvidable el quite por chicuelinas en un toro del extremeño- en una tarde de gran figura, de maestro del toreo. Cuatro días más tarde no tuvo empacho en pasar por Jaén. Un inesperado sobrero de Sancho Dávila que remendó una mala corrida de Garcigrande acabó permitiéndole cuajar una faena de diabluras. Hubo más en el cierre, con Urdiales y de Justo en la plaza de Arenas de San Pedro. Había acabado el año de los prodigios.

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