Román |
FERNANDO
FERNÁNDEZ ROMÁN
Fotos: Luis Sánchez Olmedo
Como era de esperar, la guinda de la feria era dura
de meterle el diente: una de Adolfo, de postre, para tres valientes. Y no hubo
sorpresa; los toros, en tipo del encaste, cárdenos o entrepelados, cornipasos
algunos, más engatillados otros, pero todos hociquilargos, degollados de
papada, vareados de carne y ágiles de cuello, anduvieron prestos a echar mano a
los osados humanos que merodeaban a pie por su entorno. Los humanos que más
cerca estuvieron de los seis ejemplares que salieron al ruedo de Vistalegre
vestían de oro y esgrimieron estoque. Otros, de menor rango en la jerarquía
coletuda, hubieron de echarle
bemoles para entrar a clavar banderillas a pecho descubierto, pero todos ellos
hicieron gala de una magnífica preparación física, porque hubo varios que se
salvaron por tablas –no, precisamente, de la barrera- a base de regatear con
increíble habilidad la salida de la suerte, con los cuernos punteando
taleguillas por la parte de la culera.
La corrida de Adolfo Martín fue dura de veras.
Dura de lidiar, porque esa era la función –lidiar- que pedían los toros del
ganadero extremeño, de familia oriunda de Galapagar. Sin embargo, los toreros
se empeñaron en dar pases según el catecismo de la tauromaquia contemporánea:
pases en redondo a derechas e izquierdas, con remates de pecho por alto, que es
lo que dicta la normativa de uso común desde hace la tira de años. Los “dos pases”, que decía Cañabate. Y,
claro, tratar de que estos toros remolones y tobilleros se traguen pases y
pases circulando alrededor del torero y
que no se revuelvan a ver qué queda atrás cuando la muleta pasa por encima de
los pitones en los remates de las tandas, es pura fantasía. Estos toros, ya se
sabe, quieren enterarse de quién anda ahí.
Juan del Álamo |
Por eso, repito, que Juan del Álamo, Román y José
Garrido salieran indemnes de su aventura en soledad con aquellos ejemplares de
la raza de lidia, merece que sean tratados con la máxima consideración. Un
respeto para quienes hacen del riesgo permanente el afán principal de un
encuentro voluntariamente aceptado, para tratar de crear arte donde el soporte
–el toro- se empeña en destruirlo.
Un salmantino, un valenciano y un extremeño
pusieron el mejor empeño en lograrlo, y a fe que hubo momentos en que se vieron
pases de buena traza y ademanes jacarandosos, como si estos tres jóvenes
toreros fueran soldados aguerridos danzando por un campo de minas. ¿Hubo
emoción en el ruedo? Ya lo creo, pero es la emoción que genera la
incertidumbre, el peligro que acecha a quienes se hallan en tan peliaguda
tesitura. Por eso, los olés suenan –sonaron esta vez- más y mejor que otras
tardes. Eran olés que expulsaban la respiración contenida ante el peligro
felizmente burlado. En otro tiempo, ya muy lejano, la Fiesta era esencialmente
una gesta, una esgrima de piernas musculadas y brazos de hierro. Hoy, el toreo
se concibe esencialmente como un arte efímero, de exquisita belleza, de mentón
calado en el pecho, cintura flexible y muñeca de seda. Morante, Aguado, Ortega,
Urdiales… y algunos otros –novilleros incluidos- van por esa senda. Y los
públicos, también; pero es bueno que, como contrapunto, se eche de vez en
cuando este tipo de toro, que exige un esfuerzo suplementario a quienes le
plantan cara e intentan imponer el toreo que ensayaron en los ejercicios de
salón frente al carretón.
José Garrido |
Todos los carretones embisten con una “clase”
extraordinaria, maravillosa, inofensiva. No hay carretones “adolfos”, o “victorinos”
o “miuras”, etcétera. Ni un solo
torero entrena para defenderse del toro, sino para torear como los ángeles.
Tampoco los tres que encabezaron el paseíllo ayer tarde. Todos ellos se
empeñaron en pegar pases ceñidos a una embestida que era pura entelequia y, no
obstante, lograron momentos increíblemente meritorios, por ejemplo, el toreo al
natural de Del Álamo, el descaro de Román para conducir embestidas renuentes y agresivas
o el garboso capoteo de Garrido en el último toro de la corrida.
No hubo orejas, aunque se la pidieran a Juan del
Álamo en el primer toro. Hubo avisos a Román y Garrido por la demora con la
espada y porque la falta de fuerza y de raza de algún “adolfo” dilató los trasteos en demasía. He de consignar, empero,
la excelente actuación de los subalternos de a pie, Jarocho y Roberto Blanco en
la brega -aquél también en banderillas- y el soberbio puyazo que colocó Ángel
Rivas al cuarto de la corrida, al que un grupo de espectadores impuso que le
llevaran a los medios para ver si se arrancaba de largo. Lo hizo el toro, pero
más en corto y casi al relance… para desfondarse a poco de comenzar la faena.
En fin que el remate de feria acabó con una
corrida dura de pelar, de las que imponen a los toreros sacar leche de un
botijo, exponiéndose a que el búcaro se rompa en sus narices. No fue el caso.
Todos los coletudos salieron ilesos del empeño. Enhorabuena. La Fiesta sigue.
FICHA DEL FESTEJO
Toros de ADOLFO MARTÍN, muy bien presentados, serios, de buenas hechuras y
de variado juego. Complicados, en general, aunque mantuvieron el interés.
Exigente el quinto; a menos el cuarto; el tercero, desclasado; descompuesto el
sexto; el segundo, duro y complicado; noble a media distancia y de uno a uno el
primero.
JUAN
DEL ÁLAMO, vuelta al ruedo y
silencio.
ROMÁN, ovación tras aviso y ovación tras aviso.
JOSÉ
GARRIDO, silencio y silencio tras
aviso.
Incidencias: Al finalizar el paseíllo, sonaron los
acordes del Himno Nacional de España. ***
Destacó en los tercios de varas, el picador ÁNGEL RIVAS en el cuarto y ÓSCAR
BERNAL en el sexto. *** ROBERTO MARTÍN ‘JAROCHO’ saludó una
ovación tras banderillear al cuarto.
Plaza de toros de Palacio de Vistalegre
(Madrid). Cerca de mil personas de entrada dentro del aforo permitido. Undécima
corrida de la Feria de San Isidro.
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