FERNANDO
FERNÁNDEZ ROMÁN
A Plaza llena, dentro del aforo limitado, se
palpaba la competencia, el come-come, el “pique” en Vistalegre nada más hacer
los toreros el paseíllo. Quizá sean sospechas infundadas, pero dada mi cercanía
al patio de cuadrillas, tuve la impresión que entre Roca Rey y Pablo Aguado no
hay comunicación fluida ni trato afectivo que valga. Sin llegar a la abrupta
descortesía que –según cuentan los más cercanos a su tiempo— se gastaban
Ignacio Sánchez Mejías o César Girón con algunos de sus atribulados compañeros
de fatigas en los minutos previos a la corrida, puedo asegurarles que, ayer en
la plaza de toros de Carabanchel, Roca Rey y Pablo Aguado se esquivaban cuanto
podían, haciendo la ”cobra” con sus miradas si en un azar se entrecruzaban.
Ya en el primer toro de la tarde, cuando los
picadores cabalgaban hacia el momentáneo retiro que les impone el curso de la
lidia, me pareció advertir que el torero peruano “invitaba” al español a hacer
el quite. Y Pablo lo hizo, bien que con desigual fortuna. Entonces me percaté
de que aquello iba en serio. Era un desafío, un reto, o un “agarrón”, como
dicen en México. En suma, lo que toda la vida de Dios ha sido el “mano a mano” en
el toreo: ¡Aquí se va a ver quién es cada cual! ¡Que se entere este de lo que
vale un peine!
El peine lo pusieron los toros de tres hierros de
acreditada garantía: Jandilla, Garcigrande y Núñez del Cuvillo. Comprendo que
habrá aficionados que hubieran preferido Miura, Pablo Romero y Tulio Vázquez,
pongo por caso, pero la cosa fue como fue, y no hay que darle vueltas, sobre
todo porque el toro de lidia hiere y mata exactamente igual, con independencia
del anagrama que le pusieron de becerrillo en la nalga. La tarde de ayer en Vistalegre fue un claro
ejemplo: el primero de la corrida, herrado con el marbete de Vegahermosa
(segunda “marca” de Jandilla) se fue como un tren al cite del banderillero Juan
José Domínguez, quien, en un detalle que le honra, no quiso pasar sin clavar y
fue arrollado, volteado y buscado fieramente en el suelo, izando como un
pelele, una y otra vez, al hombre vestido de verde y plata que le había dado
dos soberbios capotazos pocos minutos antes. Era una noria dramática, con el
toro encelado en la víctima, en medio de un revuelo de capotes (todos,
absolutamente todos, al quite) de la que Juan José salió visiblemente
malherido. “Cornada en el hemitórax izquierdo de 15 y 20 centímetros, con cuatro
trayectorias. Pronóstico muy grave”, reza el parte del doctor Enrique
Crespo, que tuvo trabajo a destajo en la sangrienta tarde de ayer. Algo más de
dos horas más tarde, entraba Pablo Aguado en la enfermería con el muslo derecho
partido por el pitón de un toro. Otra cornada grave. Los cuernos que hieren tan
gravemente no entienden de etiquetas.
Entre ambos lamentables sucesos, se vivió
intensamente en el ruedo la pugna de dos nombres jóvenes que rivalizaban por
imponer su forma de entender el arte del toreo: Andrés Roca Rey, defendiendo su
título honorífico de líder del mundo taurino. Esto ya lo sabe el joven peruano.
Y lo asume. Más aún, creo que lo desea. Le va la marcha. Por eso impone
languidez a su andar por el ruedo y sabe dar con la tecla definitiva cuando la
faena entra en un declive pasajero.
Así lo demostró en el segundo toro de su lote, un
garcigrande, encastado, bravo y noble –gran toro-- que fue toreado de capa
templadamente a la verónica y, además,
con lances tomando la tela por una sola mano, novedad en la partitura de Roca
Rey. Fue una belleza esta forma de torear de capa, y el público así lo
reconoció con su reacción de asombro en forma de ovación cerrada. La faena a
este toro fue calcada a la realizada por Roca en el primero de la corrida:
muleta arrastrada por la arena, quebrando la cintura y corriendo la mano sin
solución de continuidad, haciendo que el animal solo vea una muleta ante sus
ojos. Máxima ligazón, pero, también, máxima exigencia para el toro. Muy bravos
y fuertes habrán de ser para aguantar tan fatigante como insistente modo de
conducirlos por el ruedo. Pero así concibe Andrés el arte que practica: de
reunión y de comunión entre él y el toro. Es un toreo que se extiende con
generosidad por el mantel del ruedo a los ojos del público. Un toreo explosivo
en su concepto y avaro del espacio en que se practica. Lo de explosivo se
acrecienta cuando Roca se empeña en meter en un puño el corazón de quienes lo
contemplan desde arriba. Así ocurrió con las bernadinas finales de la faena a
este toro, un toro que murió de una estocada en la yema, cobrada a ley, como
las que recetó a los otros dos toros de su lote, el agresor de su banderillero
y el de Cuvillo que salió en quinto lugar, el más desaborío de los enlotados.
Le pidieron tímidamente la oreja en el primero,
cortó las dos del tercero, tras un aviso, y se llevó otra ovación en el quinto,
al que, por cierto, colocó un emocionante par de banderillas José Chacón. Lo
dicho: este Roca, es un bicho. Difícil ganársela en el ruedo. Es el objetivo a
batir a partir de este año.
Lo de Pablo Aguado es otra cuestión. Diríase que
es la contraoferta de Roca. En el segundo toro el “pique” entrambos se dirimió
--¡qué curioso!— por chicuelinas, limeñas las de Roca Rey, sevillanas, las de
Aguado. Aquéllas, de ole, estas, de olé. ¿Capiscan la diferencia? Pues lo mismo
encaja en sus diferentes repertorios. Pablo saludó al cuarto de la tarde, un
torazo castaño de Garcigrande, con unos lances a la verónica sencillamente
inimitables. Ralentizados hasta la exageración. Podría decirse que Pablo Aguado
“duerme” el toreo. ¿O lo sueña? ¡Vaya usted a saber! Lo que sé es que levantó
al público de los asientos. En el sexto toro trató de repetirlo, pero el de
Cuvillo no se prestó a la consumación. Tengo para mí, que para “dormir” el
toreo, Aguado necesita un toro que de lejos se le venga y de cerca se le vaya.
A veces, estas cosas ocurren y, entonces, la belleza se sublima. Como en
Sevilla, hace dos años.
El mano a mano terminó con Pablo Aguado colgado
del pitón de ese último toro. Quiso asegurar la estocada y, con ella, quizá el
trofeo de la oreja y el toro lo caló en el muslo. Llevaba el combate perdido a
los puntos –dos avisos le dieron en su primer toro-- con su rival y arriesgó en
el último punch. Se fue a las manos del doctor Crespo y le durmieron sobre el
quirófano. Mala suerte, la del torero que “duerme” al toreo.
FICHA DEL FESTEJO
Toros de VEGAHERMOSA (1º), JANDILLA
(2º), GARCIGRANDE (3º y 4º), y NÚÑEZ DEL CUVILLO (5º y 6º). Todos
cinqueños, de seria presencia, variadas hechuras y diverso comportamiento.
Ninguno de ellos terminó de romper, siendo los de Garcigrande los de mejor
condición.
ROCA
REY, ovación, dos orejas y
silencio.
PABLO
AGUADO, silencio tras dos avisos,
ovación con saludos y ligera petición después de ser trasladado a la
enfermería.
Incidencias: Al finalizar el paseíllo alumnos de la
Escuela José Cubero Yiyo de Madrid portaron una pancarta en el centro del ruedo
con el lema ‘Tenemos un sueño: Ser toreros como Roca Rey y Pablo Aguado’. *** DIEGO RAMÓN JIMÉNEZ se desmonteró
en el cuarto y JOSÉ CHACÓN en el
quinto.
Palacio Vistalegre de Madrid. Séptima de la
Feria de San Isidro. Casi lleno sobre el aforo permitido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario