Triunfó
la ganadería de Mimiahuapam y también los toreros de casa
HORACIO
REIBA | La Jornada
www.altoromexico.com
La primera vez que se corrieron en España toros
mexicanos fue en la plaza de San Sebastián, y los astados de Piedras Negras
–cuatro, en pugna con otros tantos de Lamamié de Clairac–, cubrieron
decorosamente el expediente. Aquel 21 de julio partieron plaza en El Chofre,
Marcial Lalanda, Joaquín Rodríguez "Cagancho", el hidalguense
Heriberto García y Manolo Bienvenida, además del neoyorkino Sidney Franklin,
que despachó un utrero de Flores.
En aquella corrida solamente Heriberto y Manolo
consiguieron dar sendas vueltas al ruedo. Los toros mexicanos, lidiados en los
cuatro primeros lugares, no agregaron ni restaron laureles a su divisa, señera
en México desde hacía casi medio siglo.
Pasarían 41 años largos para que el experimento
volviera a tomar cuerpo. A lo largo de los años 60, el hierro de San Miguel de
Mimihuapam (Saltillo-San Mateo) se había labrado un enorme prestigio. Manolo
Martínez, ya primerísima figura del país, había tomado la alternativa en
Monterrey (07-11-65) y la confirmó en la Plaza México (12-02-67) con sendos
toro de Mimiahuapam –"Traficante" y "El Cid"–.
Y que pudieran coincidir en un cartel de San
Isidro ambas figuras máximas –torero y ganadería– equivalía a la realización de
un sueño para la afición mexicana. Sueño que nunca se hizo realidad, porque en
la fecha anunciada –mayo 29 de 1970–, los veterinarios madrileños rechazaron el
encierro tlaxcalteca y la corrida se tuvo que suspender, con gran escándalo
mediático que en algunos cronistas y medios alcanzo caracteres de mofa.
Mimiahuapam daría sonoro mentís a la maledicencia, pero Manolo no volvió a torear
en Madrid.
Un viaje interminable
Ocho astados de nota sobresaliente fueron
embarcados en la hacienda de San Miguel de Mimiahuapam el 2 de marzo de 1970.
Adquiridos por la empresa Jardón para la feria de San Isidro de ese año,
zarparon de Veracruz en el barco "Camino" con destino al puerto de
Cádiz. El plan inicial incluía una escala en La Guaira, Venezuela, pero razones
comerciales indujeron a la empresa mercante propietaria de la embarcación a
continuar hasta Cartagena de Indias (Colombia), lo que alargó en dos semanas su
recorrido; y antes de arribar a Cádiz, la nave aun pasó a entregar carga a
Santander. Total, que una travesía prevista para quince días –los toros, al
cuidado del matador Diego O´Bolger, llevaban agua y alimentos para ese par de
semanas– duró más de un mes. En rechazo de los veterinarios madrileños a una
corrida sujeta a tantas vicisitudes iba a dejar ese día a Manolo Martínez y a
Mimiahuapam vestidos y alborotados.
Un año de espera
Los bureles tlaxcaltecas fueron entonces
trasladados a "Los Alburejos", la finca jerezana de Álvaro Domecq y
Díez, hasta que debidamente repuestos y ya cinqueños, la empresa de Las Ventas
los requirió para el San Isidro siguiente. Pero no los colocó ya en un cartel
estelar, Martínez no quería saber más de España y los dos que lo seguían en el
escalafón mexicano Curro Rivera y Eloy Cavazos, anunciados en 1971 –para
confirmar sus respectivas alternativas– se anunciaron con divisas españolas.
Entonces, se resolvió el galimatías recurriendo a
Antonio Lomelín, que al comparecer en plan modesto en la isidrada anterior
–todo lo contrario de Martínez– se alzó con un triunfo de puerta grande tras
cortar tres orejas a un corridón imponente de Moreno de la Cova. Naturalmente,
Lomelín no rehuyó el poder vérselas con
los de Mimiahuapam, aunque fuera al lado de dos segundones, el veterano
Victoriano Valencia y el joven José Luis Parada. Por delante iría el rejoneador
Fermín Bohórquez Escribano con un novillo de su ganadería. Ese fue el cartel
del sábado 22 de mayo de 1971, novena corrida de la feria de San Isidro.
Una anécdota más
En una visita que hizo Curro Rivera a "Los
Alburejos", el señor Domecq mostraba a sus invitados el encierro de
Mimiahuapam cuando "Hermano", un hermoso ejemplar negro bragado, se
lanzó inesperadamente contra los visitantes provocando su desbandada hacia los
coches. Currito alcanzó a dar el portazo justo a tiempo, pero su flamante
Peugeot rojo se llevó como recuerdo un pitonazo
que perforó el metal de la portezuela, la cual tuvo que ser reemplazada.
Para entonces ya Curro había abierto la puerta grande en las Fallas de
Valencia, Castellón de la Plana y la Maestranza sevillana.
Ficha del festejo
Novena corrida del abono de San Isidro. Sábado 22
de mayo de 1971. Más de medio aforo ocupado. Victoriano Valencia: silencio y
pita general. Antonio Lomelín: oreja con petición de la segunda y ovación. José
Luis Parada: pitos y silencio. El rejoneador Fermín Bohórquez, derribado y
conmocionado. Mimiahuapam: Encierro de presentación desigual para los parámetros
de Madrid; 1o. y 3o., bravos, nobles; 2o, magnífico, alegre, codicioso; 4o, el
más completo, se le dio vuelta al ruedo póstuma; 5o., aplomado, 6o, soso.
Tomaron en total 15 puyazos.
Toro por toro
El toro que abrió plaza, "Hermano" (No.
21, con 522 kilos), cumplió bien en varas y fue noble y suave para los de a
pie. Aplaudido; 2o, "Cariñoso" (No. 22, con 520), negro bragado: dos
varas recargando, alegre y emotivo en la muleta; ovación en el arrastre. El
toro 3o., "Manito" (No. 14, con 509 kilos), de salida fue protestado
porque arrastraba una pata, pero se repuso en varas (tomó tres) y llegó noble y
repetidor a la muleta. Aplaudido. El 4o., "Amistoso" (Número 33, con
536 kilos), bravo, encastado, tomó
cuatro puyazos, derribó en el primero y llegó con temple, codicia y son al
último tercio. Vuelta a sus restos. El 5o., "Cuate" (Numero 58, con
561 kilos), el único que flojeó en varas; se desfondó en el segundo tercio,
cubierto por el matador. Silencio. El 6o., "Amigo" (No. 39, con 524),
soso. Silencio.
Antonio Lomelín
El lunes 24, el noticiario de Jacobo Zabludovsky
(en el noticiario "24 Horas") dedicó cerca de una hora a los videos
de los tres mexicanos triunfadores de San Isidro. Recurro a lo que dejé escrito
en mi cuaderno personal sobre la excelente faena del acapulqueño con
"Cariñoso":
"Antonio Lomelín era tenido por mí como un
diestro de estilo tosco e impersonal. No me hicieron variar de parecer sus
intervenciones del primer tercio, pero en el segundo dio un toque de atención
con un preciso quiebro en los medios, digno de todo elogio. Y su faena de
muleta acabó de convencerme de que con aquel hombre de rosa y oro estaba México
tan bien representado como con el bravo y nobilísimo burel de Mimiahuapam.
Antonio le cuajó un auténtico faenón, mejor incluso que los precedentes de
Curro Rivera y Eloy Cavazos en sus triunfales confirmaciones de alternativa.
Muletazos largos y limpios, perfectamente ligados en series soberbias de
derechazos y naturales, rematadas todas con rotundos pases de pecho.
"Hubo un redondo de 180 grados asombroso de
lentitud y temple. Y enmarcado todo en una actitud permanentemente sobria, muy
torera, donde el único alarde espectacular fue el péndulo en los medios con que
inició su trasteo. Faena redonda, concluida de vigoroso, perfecto volapié. Pero
el presidente, pese a la masiva solicitud de dos orejas, se concretó a asomar
un pañuelo. Quizá porque abrirle la puerta de Madrid al mexicano dos veces en una misma semana habría sido demasiado. No
encuentro otra explicación".
Prensa española
La crítica resultó favorable y a menudo entusiasta
con Mimiahuapam. De la revista "El Ruedo" entresaco estas líneas:
"De entrada vamos a decir que (los toros mexicanos) tenían más son que
muchos españoles, tanta casta como muchos españoles y esa continuidad y viveza
en sus embestidas a que se refería Álvaro Domecq no hace mucho… Fueron
especialmente toreables primero y segundo –dulcísimos y nobles– y el cuarto,
con casta y ganas de embestir, lo que se dice un buen toro. Se le dio injustificadamente
la vuelta al ruedo". ("El Ruedo", semanario. 27 de mayo de 1971.
Sin firma).
Alfonso Navalón, con fama de crítico implacable,
tampoco fue parco en elogios: "Después de tantos años oyendo a los toreros
españoles de la mansedumbre y falta de raza de los toros mexicanos me supo a
gloria el brillante juego de la corrida de Mimihuapam por su casta alegre y el
temple de sus embestidas. La vi desde la barrera de Sol de Las Ventas junto a
la Porra de Ingenieros de la Plaza México… una experiencia nueva en mi vida de
crítico, porque descubrí a unos aficionados apasionados pero llenos de
sensibilidad y respeto al toro. Me gustaron mucho sus gritos de ¡Toro! ¡Toro!
cuando la nobleza de aquellos magníficos ejemplares estaba por encima de los
toreros…" Una clara alusión esta última a los estupendos astados
desperdiciados por Victoriano Valencia y José Luis Parada.
Datos complementarios
La corrida empezó con un susto mayúsculo, cuando
la jaca de Fermín Bohórquez fue derribada y se produjo una doble cogida espeluznante
a la que puso punto final Antonio Lomelín con un quite a cuerpo limpio. El
rejoneador jerezano quedó como fulminado, el caballo se salvó de milagro y el
agresor fue devuelto a los corrales. Por cierto que Antonio Lomelín recibiría
el "Trofeo Maite", destinado cada año a los triunfadores de la feria,
para premiar precisamente dicho quite. José Alameda lo consideró un recurso
para salvar la mala conciencia de los sinodales, pues a su parecer existían
méritos sobrados para hacerlo acreedor al trofeo destinado a la mejor estocada.
El San Isidro más mexicano
En 1971, la torería azteca encontró por fin un
hueco decente en la isidrada y supo corresponder en consecuencia: Antonio
Lomelín, en dos corridas (cuatro toros) obtuvo tres orejas y una puerta grande.
Curro Rivera, en tres, contando la de Beneficencia (siete toros), cuatro orejas
y una salida en hombros; Eloy Cavazos, dos festejos y, en sólo dos toros, dos
orejas y la puerta grande. Herido grave en una axila en su segunda
comparecencia (mayo 23) por su primer astado de Francisco Galache.
Total, siete puestos repartidos entre tres
matadores que cortaron entre los tres nueve apéndices y abrieron tres veces la
puerta de Madrid. Nunca volvería a contar San Isidro con un contingente tan
selecto de figuras mexicanas, ni los toreros nuestros a igualar semejante
cosecha.
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