El
festival de Madrid tuvo carácter de levantamiento en varios frentes como
obligaba la fecha; su celebración y sobre todo su desenlace permitieron romper
las cadenas que atrancaban las puertas de la primera plaza del mundo y hasta ha
tenido un efecto locomotor para el resto de la temporada.
El festival del Dos de Mayo de Madrid ha tenido
carácter de levantamiento. De respuesta a la imposición. Tratándose del día que
era, parecía obligado. Su celebración y sobre todo su desenlace permitieron
romper las cadenas que atrancaban las puertas de la primera plaza del mundo y hasta
ha tenido un efecto locomotor para el resto de la temporada; de la misma forma
ha frenado, también se podría decir expulsado, a políticos y cazadores de
fortunas que andaban al acecho de posibles infortunios con los que alimentar
sus posicionamientos anti, ideología como se sabe importada y subvencionada
desde el extranjero por las multinacionales de las mascotas en un revival de
aquel imperialismo tantas veces denostado por los mismos; y en lo estrictamente
taurino se ha demostrado el civismo de los aficionados, ni un incidente ni un
contagio, y ha liberado de tópicos y mochilas a dos grandes, Juli y Manzanares,
a los que sus años de reinado ya erosionaban con exceso su crédito de figuras
del toreo. Ambos hicieron dos exhibiciones precisamente en aquellas materias en
las que más se les señalaba: Juli en el buen gusto y la calidad, hay que ver
cómo toreó, ¡qué perfección!; y Manzanares con el palo de la decisión. El
alicantino, en lugar de refugiarse en la amabilidad de un festival benéfico,
apostó a la mayor e hizo una exhibición de poderío lidiador ante un toro de
corrida elegido por él mismo.
Que los anti no van a cejar se sabe, se les acaba la senda y
siguen; sobre que las Ventas siga abierta o no, no hay noticias ni fecha
concreta de apertura a día de hoy, solo vaguedades, pero a partir de ahora va a
ser necesaria mucha imaginación para justificar el cierre
Que los anti no van a cejar se sabe, es lo que
corresponde a los fanatismos, cosa de los jumentos, se les acaba la senda y
siguen; sobre que las Ventas siga abierta o no, no hay noticias ni fecha
concreta de apertura a día de hoy, solo vaguedades, pero a partir de ahora va a
ser necesaria mucha imaginación para justificar el cierre; y en cuanto a los
efectos del éxito de los matadores, eso es harina de otro costal, habrá
consecuencias inmediatas, siguen arriba, no hay derrocamiento. Los dos dejaron
claro que los grandes lo son porque triunfan los días que hay que triunfar.
Son las cosas del toreo, arte en el que la
imprevisibilidad es uno de sus grandes atractivos. A la hora del paseo pocos
pensaban que Juli o Manzanares se podían redimir de todos las etiquetas
descalificadoras que les acompañaban. Y sucedió. El toreo de capa del madrileño
pasará a los anales del bien torear por su despaciosidad, por la sincronización
de los movimientos, por la conquista lance a lance del territorio que le
permitía engarzar el siguiente, por el desmayo que equivale a la ausencia de
crispación de todos sus movimientos… Ni de salón es fácil. Todo eso lo reeditó
en su faena de muleta a un toro de Justo Hernández, otra figura que aprovechó
para reivindicarse, que reunió todas las virtudes del toro actual.
Que fuese en un festival no le resta importancia. Tanto los
enemigos como el auditorio se la dieron: serios y muy serios los primeros,
exigente como corresponde a Madrid, los segundos. Seguramente el festival de
más entidad de los celebrados en esa plaza en muchos años
Josemari, que llegó vestido con galas
principescas, se revistió sobre la marcha, el toreo exige improvisación, de
puro guerrero. Él, que había alcanzado en esa misma plaza una de las cumbres de
su carrera con el famoso toro Dalia de la misma ganadería, Victoriano del Río,
volvió a encender todas las pasiones del manzanarismo. De alguna manera
completó su tauromaquia. Si aquella obra que quedó en la memoria de los
aficionados se fraguó sobre el argumento de la elegancia y la despaciosidad, en
esta ocasión el alicantino recurrió al poder lidiador y a las agallas ante un
toro encastado y fiero, nada noble, con trapío propio de corrida de toros y
escaso despunte en su seria cornamenta.
Que fuese en un festival no le resta importancia.
Tanto los enemigos como el auditorio se la dieron: serios y muy serios los
primeros, exigente como corresponde a Madrid, los segundos. Seguramente el
festival de más entidad de los celebrados en esa plaza en muchos años. Uno
recuerda el mano a mano Luis Miguel Dominguín y Antonio Bienvenida que propició
la reaparición de ambos con una novillada de Juan Mari; la tarde en la que El
Puno, un colombiano recién aterrizado en Barajas se hizo figura en uno de
aquellos festivales que promovía Carmen Polo; o la tarde del festival a
beneficio de los damnificados del Nevado del Ruiz, en el que Joselito, con el
novillo que desestimó Manuel Benítez, salió lanzado hacia la alternativa. Todos
quedaron en la memoria de los aficionados y todos fueron con novillos. Lo
bueno, bueno, en el toreo perdura pero además de bueno, bueno en esta ocasión
sucedió frente a toros con edad y cuajo. Quede dicho por cuando no es así. / José Luis Benlloch -
Redacción APLAUSOS
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