domingo, 16 de mayo de 2021

Morante lo volvió a hacer

El sevillano ha dado el aldabonazo en Madrid y le ha alegrado la pestaña a los aficionados a la vez que ha recordado que el toreo es un ejercicio del alma o, como dijo el clásico, torear es tener un misterio que contar y contarlo.
JOSÉ LUIS BENLLOCH
Diario LAS PROVINCIAS de Valencia
 
Enrique Ponce compareció por segunda vez en pocos días en el exigente y en ocasiones caprichoso Madrid. Desde la óptica del toreo profesional, una arriesgada apuesta que seguramente no le valorarán. Su parte de razón tienen pero nunca fue Ponce de los que se escondiesen. Primero en Las Ventas, a continuación, este finde, en la Vistalegre de Carabanchel, el viejo barrio arrabalero al que la pandemia ha dado rango de capital. En las dos ocasiones se topó con dos fiascos ganaderos de Juan Pedro Domecq, su divisa preferida. No es la primera vez que sucede ni creo que a estas alturas se vaya a apear de su devoción pero en otros casos por menos han saltado por los aires matrimonios artísticos de mucho arraigo. Incompatibilidad y decepción, hubiesen argumentado, y hasta en la Rota lo hubiesen comprendido. En la primera le hicieron oposición desde la vacuidad y la flojera, no eran nada y nada pudo hacer en aquel memorable festival que rompió el ayuno torero en Madrid; en la segunda, los pupilos de Juan Pedro, de gran presentación, impusieron una línea descendente que fue desde un arranque capotero de mucho nivel, también lo fue la primera parte de la faena, en el que rompió plaza, toro de breve bravura, incompatible con el metraje que quiso imponer el maestro, a un imposible empeño ante la agria oposición de su segundo -¿agria?... sí, quién lo iba a decir en semejante ganadería, pero sí, agria-. Así que ni un día ni otro hubo gracia, racha a la que ni el maestro ni los aficionados están habituados. Conociéndole la revertirá ya mismo. O no sería él.
 
Ponce se ha topado en Madrid con dos fiascos ganaderos de Juan Pedro Domecq, su divisa preferida. No es la primera vez que sucede ni creo que a estas alturas se vaya a apear de su devoción pero en otros casos por menos han saltado por los aires matrimonios artísticos de mucho arraigo
 
Morante de la Puebla lo ha vuelto a hacer. Ha dado el aldabonazo en Madrid y le ha alegrado la pestaña a los aficionados a la vez que ha recordado que el toreo es un ejercicio del alma o, como dijo el clásico, torear es tener un misterio que contar y contarlo, y Morante es puro misterio las veinticuatro horas del día. Misterio, imprevisibilidad, un toque de locura… Compareció sobrecargado de kilos, nada que le impidiese derrochar una torería exclusiva, inspirada en los grandes dioses de la tauromaquia, ni aprovechar un toro medio de los que a los artistas de su género nunca les dijeron ni fu ni fa y los dejaban ir a la espera de mejores coyunturas. En este caso no fue así y hasta el toro medio, embaucado por el misterio que estaba explicando el de La Puebla, se puso a colaborar -medio colaborar- y misterio a misterio, cuenta a cuenta, pase a pase, Morante parecía musitar oraciones cuando en realidad estaba haciendo el toreo. Eran como estampas coloreadas del gran José, de Juan, del Guerra… la larga para irse de la refriega, los doblones, el desplante, una gestualidad decimonónica que sabía a nueva. Cosa de los genios. Naturalmente los fieles, adictos y hasta los menos adictos, clamaba vítores y olés.
 
Morante parecía musitar oraciones cuando en realidad estaba haciendo el toreo. Eran como estampas coloreadas del gran José, de Juan, del Guerra… la larga para irse de la refriega, los doblones, el desplante, una gestualidad decimonónica que sabía a nueva. Cosa de los genios
 
Un toro después, el genio pasó un ratito regular y hasta es posible que, ahora sí, maldijese los kilos de más con los que se presentó y las cañas, y no las de Ayuso, se volvieron lanzas de tal manera que parecía sobrarle hasta la preciosa montera que lucía, y los mismos que le habían aclamado se dispusieron a abuchearle. Lo hicieron con una mezcla de coraje y cariño. Forzados por el guion. Llámenle rabia impostada si lo prefieren, pero silbar silbaban. Y cómo silbaban los malditos. A propósito de la montera de Morante, hay que reconocer que no solo conseguía engancharle con el toreo de otro tiempo sino que además le caía bien y no es cuestión baladí. Sabido es que en cuestión de monteras el secreto no es que sean así o asá sino que le caigan bien a uno y no es fácil dar con ella, tanto que algunos se retiran sin encontrar la fetén.
 
Aguado tiene muchas cosas buenas aunque un oficio en agraz y confío que también el ánimo necesario para resistir los envites de las ferias donde no solo se las verá con Morante. En Vistalegre no tuvo el día más pletórico y solo ofreció retazos de lo que puede ser. Toca esperar
 
El tercer nombre del cartel era Pablo Aguado, el sevillano al que se ha señalado como el heredero del currismo. No sé si la nominación ha llegado pronto pero sí que tiene su lógica y su argumento, de la misma manera que tengo la fundada sensación de que todos esos elogios enervan a Morante, que sigue siendo y sintiéndose monarca de los artistas de aquí y de allá, y cada vez que llega el caso, con Aguado o con Ortega, saca la goma de borrar. Nada definitivo porque este Aguado tiene muchas cosas buenas aunque un oficio en agraz y confío que también el ánimo necesario para resistir los envites de las ferias donde no solo se las verá con Morante. En Vistalegre no tuvo el día más pletórico y solo ofreció retazos de lo que puede ser. Toca esperar.
 
MANZANARES, AGUERRIDO LIDIADOR EN VISTALEGRE
 
A Manzanares le toca seguir remando a contraestilo en Madrid. En Vistalegre, el sábado, como en el festival de Las Ventas, tuvo que dejar a un lado el estilismo y la solemnidad que siempre le distinguió y desempolvar los registros lidiadores que engrandecen definitivamente su tauromaquia. Arriesgó hasta resultar cogido por su primero, caída espectacular que puso a prueba su recuperación física tras las múltiples intervenciones de espalda a las que se ha tenido que someter. Se levantó como mandan los cánones, sin descomponerse, y se puso de nuevo donde los toros cogen o se entregan en una reacción de vergüenza torera que le honra. A esa prenda de Alcurrucén, la despachó de un soberbio volapié. No le dieron la oreja que pedía mayoritariamente el póblico porque hay males, los presidenciales mismamente, que no desaparecen ni con la pandemia. Su segundo no fue mejor ni menguó el arrojo del torero. En esta ocasión dos pinchazos previos a otro soberbio espadazo le dejaron definitivamente sin trofeos que no sin el reconocimiento general.
 
Manzanares tuvo que desempolvar los registros lidiadores que engrandecen definitivamente su tauromaquia; y El Juli volvió a lucir su poderío, el madrileño es una máquina de precisión lidiadora aunque una vez más le traicionó la espada
 
Fue el día de San Isidro. No fue a la plaza la presidenta Ayuso tal y como hacían sus antecesores, pero sí Pablo Casado, así que como baza mayor quita a la menor no se le echó de menos. Sí faltó en cambio público porque el gran palacio de Vistalegre no tiene ni el entorno donde lucir palmito el famoseo ni la leyenda de ser la primera plaza del mundo. Tampoco parece que hayan desparecido todavía el temor a las aglomeraciones ni debe sobrar la pasta en los bolsillos. Será eso. Hay que decir que se lidió una corrida de Alcurrucén complicada, poco colaboradora para el triunfo, con más genio que bravura. Y con esos oponentes volvió a lucir el poderío de El Juli, una máquina de precisión lidiadora, que estuvo por encima de sus toros, aunque una vez más le traicionó la espada. El tercero en discordia, Paco Ureña, no pudo lucir. / Redacción APLAUSOS

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