El
sevillano ha dado el aldabonazo en Madrid y le ha alegrado la pestaña a los
aficionados a la vez que ha recordado que el toreo es un ejercicio del alma o,
como dijo el clásico, torear es tener un misterio que contar y contarlo.
JOSÉ LUIS
BENLLOCH
Diario LAS
PROVINCIAS de Valencia
Enrique Ponce compareció por segunda vez en pocos
días en el exigente y en ocasiones caprichoso Madrid. Desde la óptica del toreo
profesional, una arriesgada apuesta que seguramente no le valorarán. Su parte
de razón tienen pero nunca fue Ponce de los que se escondiesen. Primero en Las
Ventas, a continuación, este finde, en la Vistalegre de Carabanchel, el viejo
barrio arrabalero al que la pandemia ha dado rango de capital. En las dos
ocasiones se topó con dos fiascos ganaderos de Juan Pedro Domecq, su divisa
preferida. No es la primera vez que sucede ni creo que a estas alturas se vaya
a apear de su devoción pero en otros casos por menos han saltado por los aires
matrimonios artísticos de mucho arraigo. Incompatibilidad y decepción, hubiesen
argumentado, y hasta en la Rota lo hubiesen comprendido. En la primera le
hicieron oposición desde la vacuidad y la flojera, no eran nada y nada pudo
hacer en aquel memorable festival que rompió el ayuno torero en Madrid; en la
segunda, los pupilos de Juan Pedro, de gran presentación, impusieron una línea
descendente que fue desde un arranque capotero de mucho nivel, también lo fue
la primera parte de la faena, en el que rompió plaza, toro de breve bravura,
incompatible con el metraje que quiso imponer el maestro, a un imposible empeño
ante la agria oposición de su segundo -¿agria?... sí, quién lo iba a decir en
semejante ganadería, pero sí, agria-. Así que ni un día ni otro hubo gracia,
racha a la que ni el maestro ni los aficionados están habituados. Conociéndole
la revertirá ya mismo. O no sería él.
Ponce se ha topado en Madrid con dos fiascos ganaderos de
Juan Pedro Domecq, su divisa preferida. No es la primera vez que sucede ni creo
que a estas alturas se vaya a apear de su devoción pero en otros casos por
menos han saltado por los aires matrimonios artísticos de mucho arraigo
Morante de la Puebla lo ha vuelto a hacer. Ha dado
el aldabonazo en Madrid y le ha alegrado la pestaña a los aficionados a la vez
que ha recordado que el toreo es un ejercicio del alma o, como dijo el clásico,
torear es tener un misterio que contar y contarlo, y Morante es puro misterio
las veinticuatro horas del día. Misterio, imprevisibilidad, un toque de locura…
Compareció sobrecargado de kilos, nada que le impidiese derrochar una torería
exclusiva, inspirada en los grandes dioses de la tauromaquia, ni aprovechar un
toro medio de los que a los artistas de su género nunca les dijeron ni fu ni fa
y los dejaban ir a la espera de mejores coyunturas. En este caso no fue así y
hasta el toro medio, embaucado por el misterio que estaba explicando el de La
Puebla, se puso a colaborar -medio colaborar- y misterio a misterio, cuenta a
cuenta, pase a pase, Morante parecía musitar oraciones cuando en realidad
estaba haciendo el toreo. Eran como estampas coloreadas del gran José, de Juan,
del Guerra… la larga para irse de la refriega, los doblones, el desplante, una
gestualidad decimonónica que sabía a nueva. Cosa de los genios. Naturalmente
los fieles, adictos y hasta los menos adictos, clamaba vítores y olés.
Morante parecía musitar oraciones cuando en realidad estaba
haciendo el toreo. Eran como estampas coloreadas del gran José, de Juan, del
Guerra… la larga para irse de la refriega, los doblones, el desplante, una
gestualidad decimonónica que sabía a nueva. Cosa de los genios
Un toro después, el genio pasó un ratito regular y
hasta es posible que, ahora sí, maldijese los kilos de más con los que se
presentó y las cañas, y no las de Ayuso, se volvieron lanzas de tal manera que
parecía sobrarle hasta la preciosa montera que lucía, y los mismos que le
habían aclamado se dispusieron a abuchearle. Lo hicieron con una mezcla de
coraje y cariño. Forzados por el guion. Llámenle rabia impostada si lo
prefieren, pero silbar silbaban. Y cómo silbaban los malditos. A propósito de
la montera de Morante, hay que reconocer que no solo conseguía engancharle con
el toreo de otro tiempo sino que además le caía bien y no es cuestión baladí.
Sabido es que en cuestión de monteras el secreto no es que sean así o asá sino
que le caigan bien a uno y no es fácil dar con ella, tanto que algunos se
retiran sin encontrar la fetén.
Aguado tiene muchas cosas buenas aunque un oficio en agraz y
confío que también el ánimo necesario para resistir los envites de las ferias donde
no solo se las verá con Morante. En Vistalegre no tuvo el día más pletórico y
solo ofreció retazos de lo que puede ser. Toca esperar
El tercer nombre del cartel era Pablo Aguado, el
sevillano al que se ha señalado como el heredero del currismo. No sé si la
nominación ha llegado pronto pero sí que tiene su lógica y su argumento, de la
misma manera que tengo la fundada sensación de que todos esos elogios enervan a
Morante, que sigue siendo y sintiéndose monarca de los artistas de aquí y de
allá, y cada vez que llega el caso, con Aguado o con Ortega, saca la goma de
borrar. Nada definitivo porque este Aguado tiene muchas cosas buenas aunque un
oficio en agraz y confío que también el ánimo necesario para resistir los
envites de las ferias donde no solo se las verá con Morante. En Vistalegre no
tuvo el día más pletórico y solo ofreció retazos de lo que puede ser. Toca
esperar.
MANZANARES, AGUERRIDO LIDIADOR EN
VISTALEGRE
A Manzanares le toca seguir remando a contraestilo
en Madrid. En Vistalegre, el sábado, como en el festival de Las Ventas, tuvo
que dejar a un lado el estilismo y la solemnidad que siempre le distinguió y
desempolvar los registros lidiadores que engrandecen definitivamente su
tauromaquia. Arriesgó hasta resultar cogido por su primero, caída espectacular
que puso a prueba su recuperación física tras las múltiples intervenciones de
espalda a las que se ha tenido que someter. Se levantó como mandan los cánones,
sin descomponerse, y se puso de nuevo donde los toros cogen o se entregan en
una reacción de vergüenza torera que le honra. A esa prenda de Alcurrucén, la
despachó de un soberbio volapié. No le dieron la oreja que pedía mayoritariamente
el póblico porque hay males, los presidenciales mismamente, que no desaparecen
ni con la pandemia. Su segundo no fue mejor ni menguó el arrojo del torero. En
esta ocasión dos pinchazos previos a otro soberbio espadazo le dejaron
definitivamente sin trofeos que no sin el reconocimiento general.
Manzanares tuvo que desempolvar los registros lidiadores que
engrandecen definitivamente su tauromaquia; y El Juli volvió a lucir su
poderío, el madrileño es una máquina de precisión lidiadora aunque una vez más
le traicionó la espada
Fue el día de San Isidro. No fue a la plaza la
presidenta Ayuso tal y como hacían sus antecesores, pero sí Pablo Casado, así
que como baza mayor quita a la menor no se le echó de menos. Sí faltó en cambio
público porque el gran palacio de Vistalegre no tiene ni el entorno donde lucir
palmito el famoseo ni la leyenda de ser la primera plaza del mundo. Tampoco
parece que hayan desparecido todavía el temor a las aglomeraciones ni debe
sobrar la pasta en los bolsillos. Será eso. Hay que decir que se lidió una
corrida de Alcurrucén complicada, poco colaboradora para el triunfo, con más
genio que bravura. Y con esos oponentes volvió a lucir el poderío de El Juli,
una máquina de precisión lidiadora, que estuvo por encima de sus toros, aunque
una vez más le traicionó la espada. El tercero en discordia, Paco Ureña, no
pudo lucir. / Redacción APLAUSOS
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